

Seguro que has notado que, solo con leer o escuchar la palabra bostezo, te entra el impulso de abrir la boca y suspirar hondo; no estás solo, ese impulso es tan universal como intrigante. Desde el aula hasta la oficina, pasando por el sofá de casa, bostezamos a diario sin pensar demasiado en ello.
Aunque parezca un gesto simple, alrededor del bostezo se han propuesto múltiples explicaciones fisiológicas, neurológicas y sociales. La ciencia ha desmontado algunas ideas populares y ha reforzado otras, y hoy contamos con pistas sólidas: desde la hipótesis del enfriamiento cerebral, pasando por su papel en la empatía y la vigilancia, hasta su relación con el ciclo sueño–vigilia y ciertos indicadores clínicos.
¿Qué es exactamente un bostezo?
Un bostezo es una acción involuntaria en la que abrimos ampliamente la boca, inspiramos de forma profunda durante unos segundos y luego esbozamos una espiración breve, a veces casi como un suspiro. Puede venir acompañado de estiramientos, lagrimeo o pequeños sonidos.
En etología se describe como una «pauta fija de acción»: una secuencia instintiva que, una vez iniciada, se completa con intensidad característica. Por eso es tan difícil “cortar” un bostezo a la mitad: no es un reflejo simple, sino una pauta con principio y fin bien marcados.
La duración media se mueve en torno a 8–10 segundos, aunque hay bostezos más cortos (unos 3,5 s) y otros que superan con holgura la media. Lo habitual es que lleguen en rachas y que entre uno y otro pase alrededor de un minuto largo (se ha estimado en unos 68 segundos).
Para iniciar el gesto no hace falta tener las fosas nasales despejadas: lo fundamental es la gran inspiración por la boca y una apertura completa de la mandíbula. No se puede “bostezar a medias” sin que el acto pierda su naturaleza.
Más allá de lo fisiológico, el bostezo es un potente mensaje no verbal. Según el contexto, puede comunicar cansancio, estrés, aburrimiento o incluso rechazo; de ahí que en algunas culturas se intente disimular colocándose la mano sobre la boca.

Las grandes teorías: ¿para qué sirve bostezar?
La pregunta lleva décadas encima de la mesa y no hay una única respuesta. Varias hipótesis se complementan (y a veces compiten) para explicar la función del bostezo en humanos y otros animales. A continuación, repasamos las que cuentan con más soporte experimental y observacional.
1) Oxigenación y dióxido de carbono: una explicación que no encaja
Durante mucho tiempo se creyó que bostezar servía para aumentar el oxígeno en sangre y reducir el CO2, especialmente en momentos de aburrimiento o somnolencia. Sin embargo, investigaciones como las de Robert Provine (Universidad de Maryland) mostraron que modificar la concentración de oxígeno en el ambiente no alteraba la frecuencia del bostezo, lo que debilita seriamente esta hipótesis.
Además, se ha observado el gesto en fetos de alrededor de 11–12 semanas, cuando aún no respiran por los pulmones: su intercambio gaseoso depende del cordón umbilical. Este dato hace aún menos probable que el bostezo sea, ante todo, una herramienta de oxigenación.
2) Enfriamiento cerebral y papel de los senos paranasales
La hipótesis con más tracción en los últimos años es la del enfriamiento del cerebro. Investigadores como Andrew Gallup han mostrado que, en animales, la temperatura del encéfalo aumenta antes del bostezo, desciende durante el mismo y luego tiende a normalizarse. Esto sugiere un mecanismo termorregulador que ayudaría a mantener el cerebro en su ventana de funcionamiento óptimo.
En esta línea, se ha propuesto que el movimiento amplio de la mandíbula provoca la expansión y contracción de las paredes del seno maxilar, lo que favorecería la entrada y circulación de aire cercano a estructuras craneales, contribuyendo a disipar calor. Observaciones anatómicas respaldan que la pared posterior del seno maxilar puede ser más fina y flexible de lo que recogen los manuales, lo que facilitaría este efecto de “bombeo”.
Datos complementarios refuerzan la idea: se han asociado más bostezos a situaciones de fiebre, y algunos autores han planteado que modular la ventilación de los senos podría, en un futuro, tener aplicaciones clínicas para trastornos del sueño como el insomnio, donde la regulación térmica es relevante.
3) Vigilancia, activación y reinicio atencional
Otra lectura sugiere que bostezar funciona como un “reseteo” del sistema: un breve impulso para pasar de un estado de baja activación a otro de mayor vigilancia. Tras el bostezo se han observado aumentos en la frecuencia cardíaca y la tensión arterial (se citan incrementos de más del 25%), lo que concuerda con la idea de una puesta a punto rápida del organismo ante tareas que requieren concentración.
Esto encaja con las observaciones de bostezos antes de hablar en público, justo antes de competir o tras periodos de alta tensión, cuando el cuerpo busca recuperar un punto de equilibrio y enfoque.
4) Sincronización social y comunicación
En especies sociales, incluido el ser humano, el bostezo podría haber evolucionado como una señal que coordina estados (cansancio, cambio de actividad, relajación) dentro de un grupo. Su enorme contagiosidad y su relación con la empatía apuntan a un rol comunicativo, útil para sincronizar conductas, por ejemplo, al inicio o final de periodos de actividad.
5) Musculatura, articulación y oídos
También se plantea un componente más mecánico: el gesto tensaría y relajaría grupos musculares de la cara y el cuello que pueden permanecer pasivos durante largo rato, lo que mantendría el tono de esa zona. Además, la apertura mandibular podría ayudar a reajustar la articulación temporomandibular y a igualar presiones en el oído medio, típica sensación de “oídos destapados”.
6) Hemodinámica y flujo sanguíneo cerebral
Se ha propuesto que el bostezo actúa ante descensos del flujo sanguíneo cerebral, modificando presiones y facilitando un aporte más eficiente de oxígeno y nutrientes al tejido nervioso. En este marco, serviría tanto para mantener la atención como para responder a momentos de estrés físico o mental.

¿Por qué es tan contagioso?
Ver, oír e incluso pensar en un bostezo aumenta la probabilidad de que hagamos lo mismo. Experimentos clásicos indican que alrededor del 60% de las personas responde con otro bostezo poco después de presenciar uno. Y no solo nos “pegamos” el gesto entre humanos: en chimpancés también se ha documentado el fenómeno.
Una explicación influyente es la de las neuronas espejo. Estas redes se activan tanto al ejecutar una acción como al observarla en otros, y se cree que están involucradas en la empatía. Bajo esta perspectiva, el contagio del bostezo sería un subproducto de nuestro cerebro social, una imitación inconsciente que sincroniza estados dentro del grupo.
La cercanía emocional también pesa. Un estudio de la Universidad de Pisa observó que el contagio es más frecuente entre familiares, después entre amigos y, por último, entre conocidos o desconocidos. Además, cuanto menor es la relación, mayor suele ser el retraso entre el bostezo observado y la respuesta.
Curiosamente, la “sugestión” visual no es imprescindible: imágenes o descripciones detalladas activan el impulso, lo que sugiere que nuestra representación mental de la acción ya es suficiente para disparar el circuito.
El bostezo y el ciclo sueño–vigilia, el estrés y la salud
El gesto está estrechamente vinculado a los cambios de estado: aparece a menudo antes de dormir y al despertar, en consonancia con la dinámica de hormonas como la melatonina. También es frecuente en momentos de transición emocional: tras un examen, antes de hablar en público o justo antes de competir.
En el plano neurológico, varias sustancias modulan la probabilidad de bostezar. Se han implicado la serotonina, la dopamina, aminoácidos excitadores como el glutamato y el óxido nítrico, entre otros. Por el lado inhibidor, los péptidos opioides reducen la frecuencia del gesto, un dato coherente con su efecto calmante a nivel central.
Las estructuras cerebrales relacionadas incluyen el tronco del encéfalo (cerca de los centros respiratorio y vasomotor) y el hipotálamo, especialmente el núcleo paraventricular con neuronas oxitocinérgicas que conectan con áreas como el hipocampo, el puente de Varolio y la médula oblongada. Esta arquitectura encaja con la naturaleza “estereotipada” y muy conservada del bostezo.
Algunas observaciones de neuroimagen sugieren la participación del precúneo, región vinculada a la autoconciencia y a procesos sociales, y que también se activa con prácticas respiratorias como la respiración yóguica. Aunque estos hallazgos son sugerentes, aún queda mucho por precisar sobre el mapa funcional exacto.
En clínica, entender el bostezo puede ayudar. Se ha descrito que episodios de bostezo excesivo pueden preceder a crisis de migrañas o a eventos epilépticos, y se han observado patrones en afecciones del lóbulo temporal. También se han propuesto relaciones con la termorregulación en el insomnio, donde pequeñas variaciones de temperatura corporal influyen en la conciliación del sueño.
Un caso aparte es el síncope vasovagal: si alguien empieza a bostezar repetidamente justo antes de marearse (por ejemplo, tras una extracción de sangre), puede ser la antesala de una caída de tensión. En estos casos, tumbar a la persona suele evitar el desmayo. Mucho menos frecuente, pero relevante, es el bostezo excesivo asociado a ictus, epilepsia o patologías neurodegenerativas como la esclerosis múltiple; ante un patrón llamativo, conviene consultar.
Bostezos en el reino animal (y lo que nos dice de nosotros)
El bostezo no es exclusivo de nuestra especie: se ha documentado en una amplia variedad de vertebrados, desde perros y gatos hasta reptiles e incluso peces. En cánidos sociales (lobos y perros), se ha observado sincronización del gesto, lo que apunta a funciones de cohesión grupal. En primates, además de contagiarse, puede desempeñar papeles jerárquicos y de regulación emocional.
Podemos encontrar en humanos y simios, la contagiosidad es especialmente llamativa, probablemente por la mayor complejidad de la vida social y por la arquitectura neural que soporta la complejidad social. Este paralelismo sugiere raíces evolutivas compartidas para el gesto y, quizá, para su valor comunicativo.
Preguntas frecuentes y curiosidades con base científica
¿Cuántas veces bostezamos al día? A nivel poblacional se han mencionado cifras que rondan la quincena diaria, aunque hay variabilidad individual notable. Importa más el contexto que el número absoluto.
¿Es malo aguantarse el bostezo? No hay evidencia de que reprimirlo ocasione un daño como el que podría causar contener un estornudo. Lo que suele ocurrir es que acabamos bostezando varias veces con gestos más cortos o “disfrazados”.
¿Bostezan los fetos? Sí, se ha observado conducta compatible con el bostezo a partir del primer trimestre avanzado de gestación. Este hallazgo refuerza que se trata de una pauta motora primaria y muy conservada.
¿Aumenta la activación tras bostezar? Diversas observaciones señalan incrementos en frecuencia cardíaca y presión arterial; encaja con el papel de “microreinicio” atencional y de vigilancia.
¿Tiene que ver con los oídos? La gran apertura mandibular puede ayudar a igualar presiones en el oído medio. Por eso, en cambios de altitud, el gesto a veces proporciona alivio.
¿Influye el sexo? Se ha afirmado que los hombres bostezan más que las mujeres, aunque estas diferencias deben interpretarse con cautela y dentro de la variabilidad de los estudios.
¿Qué hay del “aguante sin aire”? La evidencia disponible desestima que el bostezo sea, principalmente, una respuesta a déficit de oxígeno o exceso de CO2; más bien apunta a un fenómeno multifactorial con componentes térmicos, sociales, hemodinámicos y de activación.
¿Y los neurotransmisores? El gesto aumenta con la activación de sistemas como serotonina y dopamina, mientras que la presencia de opiáceos endógenos tiende a reducirlo, todo en línea con su papel en la modulación del estado de alerta y el estrés.
El bostezo es mucho más que un gran suspiro con la boca abierta: combina termorregulación cerebral, reajuste de la activación, comunicación social y respuestas autónomas muy antiguas. Que sea tan contagioso no es un capricho, sino la huella de un cerebro social afinado para coordinarse con los demás y mantenerse en punto de ebullición justo cuando hace falta.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/por-que-bostezamos-causas-y-curiosidades-del-bostezo/
También estamos en Telegram como @prensamercosur, únete aquí: https://t.me/prensamercosur Mercosur
