

Con una contundencia que no deja lugar a dudas, el abogado estadounidense Alexei Schacht, defensor de Adolfo Macías Villamar, alias Fito, desmoronó una de las acusaciones más insistentes y polémicas que en los últimos meses han rondado a la política colombiana: la supuesta conexión entre el presidente de Colombia, Gustavo Petro y el líder de Los Choneros.
“Mi cliente no tiene contacto con el presidente Petro, ni personal ni impersonal, ni llamadas, ni intermediarios”, declaró Schacht desde Manhattan. La afirmación golpea de frente una narrativa que durante semanas fue alimentada por sectores de la oposición y amplificada por parte de la prensa colombiana, que llegó incluso a insinuar que Petro se habría reunido en Manta, Ecuador, con el jefe criminal. Una acusación que hoy queda desmentida con pruebas y palabras directas.
El abogado fue tajante al precisar que “el señor Macías vive en Ecuador y su información está circunscrita a Ecuador. No tiene nexos con personas en Colombia”. Y frente a la carta que supuestamente habría sido enviada por Fito a la embajada de Colombia en Quito, fue claro: “No tengo información sobre ese documento. Mi cliente no tiene contacto con el presidente Petro”.
La contundencia de estas declaraciones pone en entredicho no solo a quienes fabricaron la hipótesis de una reunión inexistente, sino también a los intereses que se movieron detrás de ella. Durante meses, el mandatario colombiano enfrentó lo que muchos califican hoy como una auténtica “encerrona mediática”: titulares, columnas y versiones que buscaban instalar la idea de que Petro no solo conocía a Fito, sino que había pactado con él. La ausencia de pruebas nunca fue obstáculo para que la versión se reprodujera una y otra vez.
Ahora, con la verdad sobre la mesa, la pregunta que se hacen millones de colombianos se vuelve inevitable: ¿cuál fue la intención de la prensa y de la oposición al difundir, con tanta insistencia, que en Manta el presidente se había reunido con un capo del narcotráfico? ¿Qué motivaciones políticas alimentaron esa campaña de desprestigio? ¿Y por qué era tan importante instalar esa mentira en la opinión pública?
El caso revela una dinámica inquietante: mientras el país atravesaba una coyuntura decisiva, con reformas sociales en curso y un clima político cada vez más polarizado, un sector de la oposición encontró en esta historia una herramienta para minar la legitimidad del presidente. La prensa que se prestó al juego convirtió una versión sin pruebas en un arma política, apostando a desgastar al jefe de Estado en el terreno simbólico.
Sin embargo, la estrategia parece haberse derrumbado por su propio peso. Petro, lejos de responder con ataques o confrontaciones directas, eligió el silencio como táctica. Ese silencio, criticado en su momento por algunos, se ha transformado hoy en una victoria silenciosa pero contundente: la verdad se ha impuesto, y los hechos han terminado por reivindicarlo.
Mientras tanto, alias Fito enfrenta cargos en Estados Unidos, y aunque su abogado reconoce delitos cometidos en Ecuador, insiste en que la prensa lo ha sobredimensionado al punto de compararlo con Pablo Escobar, cuando -en sus propias palabras- “no es un capo global ni un actor del nivel de Escobar o Rodríguez Orejuela”. Aun así, investigaciones en Ecuador, Estados Unidos y Colombia sostienen que bajo la estructura de Los Choneros existieron redes que movieron cocaína desde el suroccidente colombiano hacia mercados internacionales, con conexiones incluso en Medellín.
Lo cierto es que, más allá de los procesos abiertos contra Fito, la figura del presidente colombiano emerge fortalecida. La acusación que pretendía arrastrarlo a una trama criminal internacional se ha desplomado. Y en ese desplome, queda en evidencia que lo que hubo contra Petro no fue periodismo de investigación, sino una maniobra política cuidadosamente orquestada para intentar manchar su nombre.
Hoy, en silencio, Petro celebra su verdad. No necesita pronunciar discursos encendidos ni lanzar acusaciones: su mayor victoria es que los hechos hablen por él. La encerrona mediática ha quedado al descubierto, y en ese eco que resuena en toda Colombia, la pregunta sigue viva: ¿quiénes y por qué quisieron fabricar una mentira tan peligrosa contra el presidente?
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