

El clima del planeta está cambiando a una velocidad inédita en la historia reciente, y no es solo una cuestión de “hace más calor”. Hablamos de transformaciones que afectan a la salud, a la economía, a los ecosistemas y a cómo vivimos en ciudades y zonas rurales. Las evidencias científicas son contundentes: la temperatura media global ya es aproximadamente 1,1 °C superior a finales del siglo XIX, y las últimas décadas han sido las más cálidas desde que hay registros.
La causa principal es la actividad humana, en particular la quema de combustibles fósiles, la deforestación y ciertos procesos industriales y agrícolas. Estos procesos emiten gases de efecto invernadero que “abriguan” el planeta y retienen el calor. El resultado es un cóctel de impactos: olas de calor más frecuentes e intensas, sequías prolongadas, lluvias torrenciales, subida del nivel del mar, deshielo acelerado y una pérdida preocupante de biodiversidad.
¿Qué es el cambio climático?
El cambio climático es la alteración a largo plazo de patrones del clima, como la temperatura media, las precipitaciones o la frecuencia de eventos extremos, atribuible en gran medida a las actividades humanas desde el siglo XIX. La quema de carbón, petróleo y gas, junto con la transformación del uso del suelo, han modificado la composición de la atmósfera, intensificando el efecto invernadero natural.
Conviene diferenciar “clima” de “tiempo”: el tiempo es el estado de la atmósfera en un lugar y momento concretos (puede cambiar de un día para otro), mientras que el clima es el patrón medio de ese tiempo a lo largo de décadas. También es clave distinguir entre “calentamiento global” y “cambio climático”: el primero es el aumento de la temperatura media del planeta, y es una de las principales causas que desencadenan el segundo, con sus múltiples efectos asociados.
El efecto invernadero, explicado sin rodeos
El efecto invernadero es un fenómeno natural que hace habitable la Tierra: ciertos gases de la atmósfera dejan pasar la radiación solar, pero retienen parte del calor que la superficie reemite. El problema actual es el exceso de esos gases por actividades humanas, lo que multiplica el “abrigo” y calienta el sistema climático por encima de su equilibrio.
Los gases más relevantes son el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4), junto con el óxido nitroso (N2O) y algunos gases fluorados industriales. Las concentraciones han alcanzado niveles récord: el CO2 ronda las 428,55 partes por millón según series de observatorios como Mauna Loa, frente a las 316,16 ppm registradas en 1958. En unas siete décadas, el aumento relativo supera con creces el 30%, un salto extremadamente rápido si lo comparamos con los ritmos naturales del pasado.
¿De dónde vienen las emisiones?
La energía, la industria, el transporte, la agricultura, los edificios y el uso del suelo concentran la mayor parte de las emisiones. Cada sector tiene su “huella” y su margen de mejora. A continuación, un repaso claro y directo.
Generación de energía
Producir electricidad y calor con carbón y gas sigue generando una gran cantidad de CO2 y N2O. Aunque el mundo avanza hacia la eólica y la solar, más de la mitad de la electricidad global aún no es renovable, así que aquí hay un potencial de reducción enorme si aceleramos la descarbonización.
Industria y fabricación

Fabricar cemento, acero, componentes electrónicos, textiles u otros bienes implica mucha energía y procesos emisores. Además del consumo de combustibles, algunas reacciones químicas liberan CO2 o gases fluorados. Modernizar hornos, electrificar procesos y apostar por materiales y diseño circular es parte de la solución.
Deforestación y cambios de uso del suelo
Talamos bosques para pastos, cultivos o madera y liberamos el carbono almacenado en los árboles. Al desaparecer, los bosques dejan de absorber CO2, lo que agrava el problema. Este conjunto de actividades representa una fracción sustancial de las emisiones globales.
Transporte
Carreteras, barcos y aviones dependen en gran medida de combustibles fósiles. Los vehículos de combustión dominan y el transporte supone cerca de una cuarta parte del CO2 energético global. La electrificación, los combustibles sostenibles y el cambio modal (más tren, bici y caminar) son claves.
Producción de alimentos
El sistema alimentario emite por múltiples vías: desde la roturación de tierras y la deforestación hasta el metano del ganado, pasando por fertilizantes, maquinaria y cadenas de frío y logística. Rediseñar dietas y prácticas agrícolas puede recortar notablemente estas emisiones.
Edificios
El parque residencial y comercial consume más de la mitad de la electricidad global. Cuando la calefacción, la climatización o el agua caliente dependen de gas, carbón o gasóleo, las emisiones se disparan. Aislamiento, bombas de calor y electricidad limpia marcan la diferencia.
Consumo y estilos de vida
Lo que compramos, comemos, usamos y desechamos tiene un impacto directo. Una parte muy significativa de las emisiones está vinculada a los hogares. El 1% más rico del planeta emite, en conjunto, más que el 50% más pobre, una asimetría que obliga a repensar hábitos y responsabilidades.
Evidencias: señales que ya son imposibles de ignorar

El calentamiento observado es inequívoco y está ampliamente documentado. La última década ha sido la más cálida registrada, y cada una de las cuatro últimas fue más cálida que cualquier anterior desde 1850. No es un simple vaivén natural: las señales antrópicas “cantan” en las series de temperatura, hielo, océanos y eventos extremos.
El Ártico ha perdido unos 2,14 millones de km² de hielo marino estival respecto a 1980, y en la Antártida la extensión de hielo, tras años de estabilidad e incluso aumentos, ha iniciado un declive estimado en torno a 1,3 millones de km². En tierra firme, los glaciares han perdido más de 9 billones de toneladas de hielo desde 1975 y hoy se funden a un ritmo cercano a 500.000 millones de toneladas por año.
La pérdida de hielo terrestre eleva el nivel del mar. Solo el deshielo glaciar ya ha contribuido unos 18 mm, y el nivel medio global aumentó aproximadamente 19 cm entre 1901 y 2010. Las proyecciones apuntan a 24–30 cm para 2065 y a 40–63 cm para 2100 (respecto a 1986–2005). Incluso si detuviéramos hoy las emisiones, parte de estos cambios persistirá durante siglos por la inercia del sistema climático.
Los ecosistemas también están cambiando de forma medible. Se alteran fenologías, rutas migratorias y distribuciones geográficas de especies; aumentan plagas y enfermedades asociadas a vectores sensibles a la temperatura. Se han observado fracasos reproductivos en colonias de pingüino emperador cuando el hielo se rompe demasiado pronto, y grandes mamíferos marinos sufren variaciones en la disponibilidad de krill por cambios en los afloramientos y la estructura del océano.
Impactos en las personas y en la economía
El cambio climático afecta a la salud, la seguridad alimentaria, la vivienda y el empleo. Las olas de calor elevan la mortalidad, reducen la productividad laboral y tensan los sistemas sanitarios; las sequías prolongadas presionan cultivos y ganaderías; y los eventos extremos dañan infraestructuras y cadenas de suministro.
La vulnerabilidad no se reparte por igual. Regiones insulares bajas y países en desarrollo ya afrontan intrusión salina, pérdida de tierras y desplazamientos forzados. El número de “refugiados climáticos” probablemente aumentará. Diversos análisis subrayan la dimensión de justicia climática: quienes menos han contribuido al problema suelen sufrir más sus consecuencias.
Cada décima importa: umbrales y riesgos

Limitar el calentamiento a 1,5 °C evitaría impactos mucho peores, según evaluaciones internacionales revisadas por miles de científicos. Sin embargo, con las políticas actuales, el planeta se encamina hacia aproximadamente 2,8 °C a finales de siglo. Ya hemos rebasado puntualmente el umbral de 1,5 °C en episodios breves, lo que ilustra lo cerca que estamos del límite operativo de seguridad.
La naturaleza del riesgo es no lineal: pequeñas subidas adicionales de temperatura pueden desencadenar cambios desproporcionados en extremos climáticos, disponibilidad de agua o estabilidad de ecosistemas sensibles (selva amazónica, tundras con permafrost). Por eso, cada décima de grado evitada cuenta.
Quién emite más y quién debe actuar primero
Las emisiones provienen de todo el mundo, pero están concentradas. Siete grandes emisores —China, Estados Unidos, India, Unión Europea, Indonesia, Rusia y Brasil— sumaron aproximadamente la mitad de los gases de efecto invernadero en 2020. Aunque todos deben actuar, los que más emiten tienen una responsabilidad mayor y más inmediata.
Soluciones: mitigación, adaptación y financiación
La hoja de ruta combina tres grandes vías: reducir emisiones (mitigación), prepararse para impactos inevitables (adaptación) y movilizar financiación suficiente para ambas. Hay marcos comunes —del Acuerdo de París a los Objetivos de Desarrollo Sostenible— que orientan el esfuerzo global.
Mitigación. Cambiar de combustibles fósiles a renovables (eólica, solar y otras), electrificar usos finales y ganar eficiencia puede recortar la mayor parte de emisiones. La ciencia indica que la mitad del esfuerzo de reducción debe lograrse antes de 2030 para mantener opciones de 1,5 °C. Para evitar daños catastróficos, será necesario disminuir en más de dos tercios la extracción de las reservas fósiles confirmadas antes de 2050.
Adaptación. Implica proteger a personas, ecosistemas e infraestructuras del clima que ya cambia. Los sistemas de alerta temprana salvan vidas y pueden ofrecer beneficios hasta 10 veces superiores a su coste. Priorizar a las poblaciones más vulnerables maximiza la resiliencia y la equidad.
Financiación. La inacción resulta mucho más cara que actuar. Los países desarrollados se comprometieron a movilizar 100.000 millones de dólares anuales para apoyar a los países en desarrollo. Más recientemente, en una cumbre climática, se instó a elevar la ambición hasta 300.000 millones de dólares al año hasta 2035 para reducir emisiones, proteger vidas y sostener medios de subsistencia. Aun así, los líderes advierten de que hará falta ir más allá para cerrar la brecha.
Europa y España: lo que ya estamos notando
En Europa, los extremos fríos tienden a ser menos frecuentes, pero la variabilidad aumenta y complica la respuesta a eventos severos. Las altas temperaturas incrementan la evaporación y, si falta lluvia, se disparan las sequías y el riesgo de incendios, con efectos en agricultura, bosques y disponibilidad de agua.
España es un punto caliente del cambio climático en su entorno. Los veranos se han alargado unas cinco semanas desde los años setenta; algunos ríos han visto caer sus caudales en más de un 20%; el clima semiárido se ha expandido en unos 30.000 km²; y las olas de calor y las sequías son más frecuentes e intensas. De continuar el aumento de emisiones, estas tendencias se acentuarán.
Acción desde gobiernos, empresas y ciudadanía
Las soluciones existen y, bien diseñadas, traen beneficios económicos y sociales. La transición energética, la eficiencia en edificios e industria, la movilidad sostenible y la agricultura baja en carbono son palancas con retorno positivo si se diseñan con criterios de justicia y desarrollo.
Reforestar y restaurar ecosistemas ayuda a capturar CO2 y a recuperar servicios esenciales. En España, proyectos de reforestación en distintas regiones han plantado decenas de miles de árboles desde mediados de la década pasada, reduciendo erosión, mejorando suelos y reforzando sumideros de carbono. Este tipo de iniciativas encaja en una economía circular que minimiza residuos y cierra ciclos de materiales.
Los hábitos individuales también suman, especialmente si millones los adoptan. Elegir productos de proximidad, reducir desperdicios, reutilizar y reciclar, y ajustar la calefacción o el aire acondicionado marca diferencias reales en la demanda energética y las emisiones asociadas.
- Desconecta el cargador cuando no lo uses y evita consumos fantasma; a lo largo del año se nota en la factura y en el CO2.
- Muévete de forma sostenible: caminar, ir en bici o usar transporte público recorta emisiones y mejora la salud.
- Reduce el consumo y los residuos: evita plásticos de un solo uso, usa bolsas de tela y prioriza productos duraderos.
- Apuesta por una alimentación sostenible: ajustes en dieta y desperdicio alimentario tienen un gran potencial de mitigación.
El cambio en estilos de vida es más eficaz si viene acompañado de políticas públicas y señales de precio alineadas, y si las empresas descarbonizan cadenas de valor con transparencia y criterios científicos (por ejemplo, objetivos validados de reducción).

¿Y no será todo natural? Qué dicen los datos
El clima de la Tierra siempre ha variado por causas naturales (ciclos orbitales, actividad solar, volcanes), pero esas oscilaciones suceden en miles de años y tienden a estabilizarse. Lo de ahora es distinto: en unas décadas hemos superado la capacidad de absorción de la biosfera y los océanos, y la firma humana en el calentamiento y sus patrones es clara en múltiples líneas de evidencia.
En los últimos 40 años se concentra la mayor parte del calentamiento registrado. Con más energía en el sistema, se intensifican tormentas, lluvias torrenciales seguidas de sequías, y la irregularidad complica la planificación agrícola y de recursos hídricos. Esa velocidad, y las sorpresas que trae, es el núcleo del problema.
Salud, naturaleza y ciudades: consecuencias que ya vivimos
Las altas temperaturas elevan la mortalidad y el estrés térmico, especialmente en bebés, niños y personas mayores. Las enfermedades transmitidas por vectores sensibles a la temperatura encuentran condiciones más favorables en nuevos territorios.
Los ecosistemas pierden resiliencia: humedales en retroceso, acidificación del océano por CO2 que complica la vida de organismos calcificadores, y hábitats fragmentados por incendios y sequías. Bajo el agua, la sobrepesca, la contaminación y el calentamiento empujan a muchas especies a su límite.
Gobernanza y cooperación internacional
Los acuerdos multilaterales son el marco para acelerar la acción. El Acuerdo de París fija el rumbo y los países actualizan periódicamente sus contribuciones. Para cerrar la brecha de ambición, se debate aumentar la financiación climática, fomentar la transferencia tecnológica y reforzar la cooperación Norte–Sur.
La justicia climática exige que quienes más emisiones generan lideren la reducción, a la vez que se apoya a los más vulnerables a adaptarse y desarrollarse de forma sostenible. Es una cuestión tanto ética como pragmática: sin equidad, la transición no será ni rápida ni estable.
Nota práctica: cookies en portales oficiales sobre clima
Al consultar webs institucionales (por ejemplo, ministerios) es normal encontrar avisos de cookies. Estas permiten recordar preferencias, analizar uso del sitio y mejorar la experiencia. Suelen clasificarse en propias/terceros, de sesión/persistentes y por finalidad (técnicas, personalización, análisis o publicidad comportamental).
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El cambio climático no es un problema abstracto ni lejano; ya condiciona nuestro día a día y el de millones de personas. Reducir drásticamente las emisiones esta década, adaptarnos con inteligencia y financiar la transición son los tres pilares que pueden mantener un clima habitable, proteger vidas y aprovechar oportunidades económicas reales si actuamos con rapidez y sentido de justicia.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/que-es-el-cambio-climatico/
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