

Una pregunta incómoda, incluso dolorosa, pero también necesaria. La mayoría de las veces cuando hablamos de relaciones tóxicas pensamos en lo que el otro hace mal: su control, sus palabras hirientes, su indiferencia o su manipulación. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a considerar la posibilidad de que nosotros mismos seamos quienes estamos generando el daño. Reconocerlo no es un acto de debilidad, es un acto de valentía y el primer paso hacia la sanación personal y relacional.
¿Qué caracteriza a una persona tóxica?
Ser “tóxico” no significa ser malo en esencia, sino que nuestros comportamientos, muchas veces inconscientes, terminan hiriendo a quienes amamos. Algunas características frecuentes son:
- Necesidad de control: querer decidir por el otro, imponer lo que debe hacer o cómo debe pensar.
- Manipulación emocional: usar la culpa, el chantaje o el silencio como herramientas de poder.
- Crítica constante: señalar más los defectos que las virtudes, invalidando los esfuerzos del otro.
- Dependencia afectiva: necesitar aprobación permanente para sentirse valioso, generando desgaste en la relación.
- Ira desproporcionada: reacciones exageradas ante pequeños conflictos.
Reconocer estas actitudes en uno mismo es difícil, pero también abre la puerta a la transformación.
¿Por qué podemos volvernos tóxicos?
Detrás de la toxicidad no suele haber maldad, sino heridas no sanadas. Algunas causas comunes son:
- Inseguridades personales: cuando no me siento suficiente, intento controlar o criticar al otro para sentirme superior.
- Miedos profundos: miedo al abandono, al rechazo o a perder el control de la relación.
- Experiencias pasadas: patrones aprendidos en la familia, relaciones anteriores o entornos conflictivos.
- Estrés y frustración personal: cuando no gestiono mis emociones, las descargo sobre la persona que tengo más cerca.
Medidas de afrontamiento: ¿Cómo dejar de intoxicar mi relación?
Si me descubro a mí mismo con estas actitudes, puedo empezar a transformarlas con pasos conscientes:
- Reconocer y aceptar: admitir que tengo conductas dañinas es el inicio del cambio.
- Autoconocimiento: reflexionar sobre mis heridas y emociones no resueltas.
- Comunicación asertiva: hablar desde la honestidad sin atacar, escuchar sin interrumpir.
- Espacio personal: aprender a no depender del otro para mi seguridad o felicidad.
- Apoyo externo: acudir a terapia psicológica, grupos de apoyo o lecturas que guíen mi crecimiento.
- Prácticas de regulación: meditación, ejercicio, escritura o cualquier recurso que me ayude a gestionar mi enojo y ansiedad.
Importante a considerar.
Si descubres que la toxicidad está en ti, no te castigues ni te etiquetes como “mala persona”. Ser consciente ya es un signo de evolución. La clave está en aprender a amar sin asfixiar, cuidar sin controlar, y acompañar sin manipular.
Preguntarse “¿y si la persona tóxica soy yo?” no es un acto de debilidad, sino un gesto de honestidad radical. Reconocer nuestra parte en los conflictos nos permite dejar de señalar al otro y empezar a construir relaciones más libres, sanas y auténticas. La toxicidad no define quién eres, sino un conjunto de conductas que puedes transformar. Al final, se trata de sanar desde adentro para poder amar con madurez y plenitud.
«No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.» Romanos 12:19
Si necesitas apoyo psicológico especializado virtual individual o terapia de pareja, comunícate conmigo.
Dra. Elizabeth Rondón.
Tlf. +583165270022
Correo electrónico: Elizabethrondon1711@gmail.com
