

Prensa CEB . La solemnidad de la Asunción se celebra el 15 de agosto y honra la entrada de María en la gloria celestial. Aunque algunos teólogos han sugerido que María fue llevada al cielo sin experimentar la muerte, la tradición mayoritaria sostiene que sí murió antes de ser asumida. Los Padres de la Iglesia apoyan esta visión, señalando que, como Cristo murió y resucitó, también María compartió la experiencia de la muerte para participar plenamente en la resurrección y la redención. El Nuevo Testamento no detalla su muerte, lo que sugiere que fue un evento normal y tranquilo. En los relatos antiguos, se describe que Jesús mismo recibió a su Madre en el momento de su muerte, introduciéndola en la vida eterna con Él. Así menciona la reflexión que desde la Pontificia Unión Misional comparten con las Obras Misionales Pontificias.
A continuación, les invitamos a reflexionar juntos el comentario bíblico misionero para este domingo.
ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
MISA DE LA TARDE
1 Cr 15,3-4,15-16; 16,1-2; Sal 131; 1Cor 15,54-57; Lucas 11:27-28
MISA DEL DÍA
Ap 11,19a; 12,1-6a.10ab; Sal 44; 1Cor 15,20-27a; Lucas 1:39-56
COMENTARIO
El misterio de María asunta al cielo
La solemnidad de la Asunción de María, prevista en el Calendario Romano el 15 de agosto, se celebra en muchos países el domingo siguiente a esta fecha para facilitar la participación de los fieles en esta misa de obligación. Por ello, junto al habitual comentario sobre el Evangelio dominical, agrego aquí tres breves reflexiones para profundizar más en el misterio de la Asunción de María a la luz del Evangelio para esta celebración y sobre todo en base a la enseñanza de la Iglesia.
1. ¿María murió o no? Una aclaración necesaria sobre la “dormición de María”
Sobre esta discusión, crucial para una correcta visión teológica y espiritual del misterio de la Asunción de María, es necesario recordar la autorizada enseñanza de San Juan Pablo II que, por su importancia catequética, me tomo la libertad de relatar íntegramente, marcando los puntos en amarillo (cf. Audiencia general, miércoles 25 de junio de 1997 ; https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1997/documents/hf_jp-ii_aud_25061997.html ):
La dormición de la Madre de Dios
1. Sobre la conclusión de la vida terrena de María, el Concilio cita las palabras de la bula de definición del dogma de la Asunción y afirma: «La Virgen inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59). Con esta fórmula, la constitución dogmática Lumen gentium, siguiendo a mi venerado predecesor Pío XII, no se pronuncia sobre la cuestión de la muerte de María. Sin embargo, Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios.
En realidad, algunos teólogos han sostenido que la Virgen fue liberada de la muerte y pasó directamente de la vida terrena a la gloria celeste. Sin embargo, esta opinión era desconocida hasta el siglo XVII, mientras que, en realidad, existe una tradición común que ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste.
2. ¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre. En este sentido razonaron los Padres de la Iglesia, que no tuvieron dudas al respecto. Basta citar a Santiago de Sarug († 521), según el cual «el coro de los doce Apóstoles», cuando a María le llegó «el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones», es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar «el cuerpo virginal de la Bienaventurada » (Discurso sobre el entierro de la santa Madre de Dios, 87-99 en C. Vona, Lateranum 19 [1953], 188). San Modesto de Jerusalén († 634), después de hablar largamente de la «santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios», concluye su «encomio», exaltando la intervención prodigiosa de Cristo, que «la resucitó de la tumba» para tomarla consigo en la gloria (Enc. in dormitionem Deiparae semperque Virginis Mariae, nn. 7 y 14: PG 86 bis, 3.293; 3.311). San Juan Damasceno († 704), por su parte, se pregunta: «¿Cómo es posible que aquella que en el parto superó todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la muerte?». Y responde: «Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, él muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección» (Panegírico sobre la dormición de la Madre de Dios, 10: SC 80, 107).
3. Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación.
María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad. También para ella vale lo que Severo de Antioquía afirma a propósito de Cristo: «Si no se ha producido antes la muerte, ¿cómo podría tener lugar la resurrección?» (Antijuliánica, Beirut 1931, 194 s.). Para participar en la resurrección de Cristo, María debía compartir, ante todo, la muerte.
4. El Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María. Este silencio induce a suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención. Si no hubiera sido así, ¿cómo habría podido pasar desapercibida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?
Por lo que respecta a las causas de la muerte de María, no parecen fundadas las opiniones que quieren excluir las causas naturales. Más importante es investigar la actitud espiritual de la Virgen en el momento de dejar este mundo. A este propósito, san Francisco de Sales considera que la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte «en el amor, a causa del amor y por amor», y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús (Traité de l’Amour de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV).
Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una «dormición».
5. Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre (cf. Flp 1, 23).
La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida.
2. María asunta al cielo es la pisteusasa “La que creyó”. Un importante título mariano “evangélico” a subrayar
Esa virtud fundamental llamada fe brilla en María de la Asunción en todos los momentos, altos y bajos, de su vida terrena y por tanto también en el momento de su muerte. Tanto es así que en el Evangelio previsto para esta solemnidad escuchamos resonar en labios de Isabel la alabanza a María con los dos primeros “títulos marianos” que el antiguo pueblo cristiano le reservaba. Ella es llamada por Isabel como “Madre de [mi] Señor” y “La que creyó [en la Palabra de Dios]”. La última expresión en el griego original es en realidad sólo una palabra, un participio adjetivo “pisteusasa”. También se convierte en una cualidad fundamental para describir la persona de María.
Nuestra “Reina asunta al cielo” es también y sobre todo la Creyente por excelencia, “La que creyó”, La que cree siempre en la Palabra de Dios, en cada momento de su vida, desde el gozoso de la Anunciación del ángel hasta el la dolorosa bajo la Cruz de su Hijo, como vislumbramos en los Evangelios. Para usar las palabras del apóstol San Pablo, también María caminó por la vida, mantuvo la fe, y ahora, en el momento de la muerte, está reservada para ella la corona de gloria que Dios proporciona a sus fieles, o mejor dicho, la corona especial para su más Fiel, la obra maestra de la misión de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ella se convierte así en Madre de todos los creyentes de Dios, discípulos de Cristo. Ella, a quien Cristo mismo confió a su discípulo amado bajo la Cruz, continúa su cuidado y solicitud maternal por todos los discípulos de Cristo en su vida y particularmente en su camino de fe y de misión. Ella sigue intercediendo por ellos y continúa siendo ejemplo, inspiración y ayuda concreta para que perseveren en la fidelidad al Señor y cumplan la misión divina que ahora les ha confiado Cristo en el mundo. Así, continúa acompañando hoy a toda la Iglesia, comunidad de los discípulos misioneros de Cristo, en su peregrinación hacia la patria eterna.
3. La Capilla Sixtina del Vaticano dedicada a María Asunta
Finalizamos nuestra breve reflexión con una interesante nota histórica sobre la famosa Capilla Sixtina del Vaticano. Fue consagrada el 15 de agosto de 1483, en la primera misa de la Asunción de María, por el Papa Sixto IV, quien hizo renovar la antigua Capilla Magna dentro de su edificio papal. Luego fue dedicada a María Asunta al cielo y llamada “Capilla Sixtina” por el nombre del Papa Sixto IV (¡que también era franciscano!). Según informa el sitio web oficial del Vaticano, la Capilla Sixtina fue utilizada en 1513 para la elección de León X (1513-1521). Después, en 1623 para la elección de Urbano VIII (1623-1644), luego siguieron doce elecciones hasta 1775. Desde 1878 hasta hoy, es la sede del cónclave para la elección del Papa.
Así, en la Capilla de la que es patrona, María asunta al cielo sigue con atención maternal los acontecimientos más importantes de los discípulos de Cristo y de la Iglesia de Dios en la tierra, para cuidar de los Papas elegidos en el pasado. presente y futuro. Por eso, dando gracias a Dios por el don de María, nuestra Madre, le encomendamos una vez más hoy, en esta Solemnidad de su Asunción al cielo, toda la historia de cada uno de nosotros, la historia de nuestra Iglesia con nuestros Papas, la historia de toda humanidad. María, Madre de nuestro Señor y La que creyó, Reina asunta al cielo y Reina de las misiones, ¡ruega por nosotros! Amén.
Gentileza: Pontificia Unión Misional (PUM)
Pamela Arnez
Fuente de esta noticia: https://boliviamisionera.com/2025/08/14/comentario-biblico-misionero-el-misterio-de-maria-asunta-al-cielo/
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