

Imagen ProLibertad DDHH en America
El día comenzó como cualquier otro. Ignacio Benavente, presidente de Prolibertad y Derechos Humanos en América, había hecho planes para su jornada sin imaginar que, en cuestión de minutos, su vida daría un giro irreversible. Un peso extraño en la cabeza, un mareo que no cedía… y de pronto, todo se volvió oscuro. No hubo tiempo de pensar ni de pedir ayuda. El mundo, simplemente, se apagó.
Cuando abrió los ojos, ya no estaba en su hogar. Frente a él, un techo blanco, luces intensas, el sonido intermitente de las máquinas. Intentó moverse… pero la mitad de su cuerpo estaba muerta. Intentó hablar… pero las palabras no salían. El diagnóstico fue certero y devastador: infarto cerebral.
La sala donde lo ingresaron estaba llena de dolor silencioso. A un lado, pacientes inmóviles, respirando con dificultad; al otro, rostros sin expresión, atrapados en cuerpos que ya no les respondían. Los enfermeros se las ingeniaban para alimentarlos con utensilios improvisados, intentando vencer la impotencia de un sistema sobrecargado. Ignacio, aún desorientado, preguntó si él también estaba en ese estado. La respuesta fue un sí seco, sin adornos.
Fue en ese instante, en medio de la vulnerabilidad más absoluta, que Ignacio hizo un pacto con Dios. No pidió riqueza ni comodidad. Solo una oportunidad más para levantarse, no por él, sino para servir. Si lograba sobrevivir, usaría cada aliento para defender a quienes no tienen voz y para llevar su testimonio a cualquier rincón del mundo que quisiera escucharlo.
Los días que siguieron fueron una guerra silenciosa. La terapia física le exigía más de lo que creía tener: mover un dedo era un triunfo, sostener un lápiz, una hazaña; pronunciar una palabra, una celebración. Ignacio se aferró a cada pequeño avance como si fuera la cima de una montaña. La medicina fue su aliada, pero también exploró terapias alternativas, como la “energía acuática”, que -asegura- le ayudó a reprogramar su cuerpo y su mente. “Somos energía, y la energía se puede reparar”, repite con convicción.
En esos meses de lucha, el tiempo también le regaló momentos de profunda reflexión. Pensó en los migrantes que había acompañado durante años: hombres y mujeres que dejaron su casa, su tierra y su gente para escapar de la violencia o la pobreza, y que tantas veces se toparon con redes criminales o con la fría indiferencia de las instituciones. Pensó en las comunidades olvidadas, donde la esperanza depende más de la solidaridad entre vecinos que de la presencia del Estado. Pensó, también, en la hipocresía de ciertos políticos que llegan cuando el trabajo está hecho, solo para posar en la foto y llevarse el mérito.
Pero lo que más lo marcó no fue la injusticia, sino la certeza de que su vida había sido salvada para algo mayor. Ignacio comprendió que su experiencia no era solo una anécdota personal, sino un mensaje de vida que podía inspirar y transformar a otros.
Hoy, Ignacio Benavente no es el mismo hombre que cayó aquella mañana. Su cuerpo volvió a moverse, su voz volvió a sonar, pero su espíritu regresó más fuerte y decidido. Recorre países, participa en foros internacionales, visita comunidades vulnerables y habla en templos y universidades. Allí, entre aplausos y silencios atentos, repite una verdad que aprendió con dolor: la vida puede cambiar en un segundo, y lo único que realmente vale es lo que hacemos por los demás.
“Dios me levantó para servir, para tender la mano al caído y para recordarle al mundo que la dignidad humana no se negocia”, afirma con una firmeza que solo tiene quien ha visto la muerte de cerca y decidió regresar para luchar. Su mirada no es de alguien que sobrevivió: es la mirada de alguien que renació con una misión.
Ignacio sabe que la segunda oportunidad que recibió no es suya únicamente. La considera un préstamo que debe multiplicar, un llamado a actuar y a conmover. Y mientras su historia viaja de boca en boca, su compromiso sigue intacto: estar del lado de quienes nadie quiere ver, y hacer que el mundo, aunque sea por un instante, vuelva la mirada hacia ellos.
carloscastaneda@prensamercosur.org
