

Imagen – Gustavo Petro Urrego, Presidente de Colombia
Colombia está protagonizando una transformación sin precedentes. En un continente tantas veces marcado por promesas rotas y cifras sin rostro, el país andino comienza a escribir una narrativa distinta: una donde los indicadores económicos se traducen en dignidad, y la política pública en justicia social.
El gobierno actual, lejos de gobernar desde la distancia del poder, ha puesto su mirada -y su acción- en los sectores históricamente olvidados. La caída de la inflación del 13,8% al 4,8% en apenas tres años no es un triunfo técnico aislado: es una señal clara de que la economía puede estar al servicio del pueblo y no de las élites. A eso se suma el mayor aumento del salario mínimo en décadas, que ha dinamizado el crecimiento económico al 2,7% en 2025, con beneficios tangibles para millones de familias.
La apuesta ha sido integral: la industria nacional repunta, especialmente con políticas que favorecen a mujeres confeccionistas mediante créditos directos y reducción de aranceles. El campo, olvidado por generaciones, ha sido rescatado con más de 600.000 hectáreas gestionadas para comunidades campesinas. Como resultado, la agricultura creció un 7,1% -su mejor desempeño en 20 años- y las exportaciones agropecuarias rompieron récords con más de 11.000 millones de dólares en 2024.
El crédito rural también dejó de ser una promesa vacía: 33 billones de pesos desembolsados por el Banco Agrario representan no solo una cifra histórica, sino una herramienta de desarrollo. El apoyo a asociaciones campesinas e industriales creció un 263%, impactando sectores estratégicos como el arroz, el café y la leche.
En paralelo, el país avanza hacia una economía más limpia. La extracción de carbón cayó un 13% en 2024 y la producción de petróleo y gas también retrocedió. Una señal inequívoca de que Colombia no solo quiere crecer, sino crecer distinto: protegiendo su biodiversidad, su futuro y el planeta.
La educación pública, durante décadas relegada, ha sido protagonista de un renacimiento: el 97% de las matrículas universitarias ya son gratuitas. Casi un millón de jóvenes estudian hoy gracias a esta política. Además, se abrieron nuevas rutas académicas en ciencias cuánticas y se construye en Santa Marta la primera infraestructura nacional dedicada a inteligencia artificial. Un país que no solo repara el pasado, sino que se prepara para liderar el porvenir.
En salud, el enfoque cambió radicalmente. El modelo preventivo ya opera en miles de municipios, llevando atención directa y oportuna a poblaciones antes abandonadas. La mortalidad infantil y materna ha disminuido, gracias a un sistema que ahora cuida la vida desde su origen. Mientras tanto, en seguridad, se ha invertido con enfoque humano: aumentó el presupuesto del sector defensa en un 22%, pero con una visión centrada en desarticular estructuras criminales, no en perseguir al campesinado. La Policía tiene hoy el mayor número de mujeres en su historia y los salarios más altos en quince años.
En el escenario global, Colombia se posiciona con dignidad y coherencia. En una decisión histórica, anunció el cese de exportaciones de carbón a Israel, como gesto de rechazo frente a posibles crímenes de guerra en Palestina. Una decisión que no solo es política, sino profundamente ética.
Y mientras todo esto ocurre, el país bate récords turísticos: más de 7 millones de visitantes internacionales en un solo año, con divisas que superan los 10.000 millones de dólares, por encima de las exportaciones carboníferas.
Lo que está en marcha en Colombia no es una simple administración eficiente. Es un gobierno que ha tenido el coraje de mirar a los ojos a quienes la historia había condenado al olvido. Por primera vez, el Estado llega donde solo había ausencia. Por primera vez, muchos colombianos y colombianas sienten que el país también es suyo. Ningún presidente antes se había atrevido a tanto.
