

Niños y hombres sudaneses en un campo de entrenamiento con mercenarios colombianos, en Sudán. Foto: Archivo Privado.- La Silla Vacía
En los polvorientos campos de entrenamiento de Sudán, donde la guerra ha devorado aldeas y generaciones, niños de apenas 10 años aprenden a disparar fusiles bajo las órdenes de mercenarios colombianos. El estremecedor testimonio, respaldado por fotografías y videos inéditos, fue publicado por La Silla Vacía, un medio colombiano que ha logrado hacer una radiografía impactante del reclutamiento forzado de menores en África y del rol protagónico que tienen exmilitares de Colombia en uno de los crímenes de guerra más atroces de nuestro tiempo.
“Estamos entrenando niños para que los maten”, dice “César”, un exsoldado colombiano que participó durante cuatro meses en esta operación encubierta. La imagen que entregó al medio muestra a dos adolescentes sudaneses acostados en la sabana, saludando sonrientes a la cámara mientras otros jóvenes empuñan armas de guerra. Atrás, dos instructores de uniforme claro: también colombianos. La escena no es un montaje. Es parte de una maquinaria de entrenamiento que reproduce patrones conocidos y trágicos: la deshumanización de la vida, el reciclaje de la guerra, la profesionalización del horror.
Pero este capítulo no comienza en Darfur. Esta historia tiene raíces profundas en la guerra que ha desangrado a Colombia durante más de medio siglo. Una guerra que se deformó con la creación de grupos paramilitares en contubernio con el Ejército colombiano, responsables de algunas de las peores masacres contra civiles indefensos. Fue en esos años -marcados por la connivencia con el narcotráfico y la complicidad de sectores del Estado- cuando se consolidó una “industria de la muerte”: matar se convirtió en negocio. Y exportarlo, en una oportunidad.
Hoy, esa lógica macabra se ha globalizado. Exmilitares formados en la guerra sucia colombiana son reclutados para servir como instructores en conflictos internacionales, como en Sudán, donde operan para las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), un grupo responsable de limpieza étnica, bombardeos indiscriminados y el uso de menores como carne de cañón.
Más de 300 colombianos, muchos engañados, otros por convicción o necesidad económica, han sido enviados al corazón del conflicto sudanés como parte de una operación transnacional liderada por el coronel retirado Álvaro Quijano. Su empresa, con sede en Emiratos Árabes Unidos, mantiene vínculos con Global Security Service Group (GSSG), propiedad del emiratí Mohamed Hamdan Alzaabi. Desde bases en Somalia y Abu Dhabi, se coordina el transporte de armas, drones y mercenarios hacia África. En el aeropuerto de Nyala -clave para el tráfico de estos recursos- se entrenan y lanzan ataques aéreos contra poblaciones sudanesas. Allí también se da la orden de instruir a niños que, como dice “César”, “no duran vivos ni una semana en el frente”.
La publicación de La Silla Vacía marca un hito en el periodismo latinoamericano. Con rigor y valentía, revela no solo el hecho —ya de por sí atroz— del reclutamiento infantil, sino también los nombres, las rutas, las empresas y los vínculos con gobiernos y poderes económicos que hoy siguen impunes. Revela, además, una herencia podrida que Colombia no ha logrado erradicar: la exportación del conflicto armado como modelo de negocio.
Las conexiones no se detienen en el ámbito empresarial. Varios de los gobiernos que fomentaron o toleraron la expansión del paramilitarismo en Colombia hoy enfrentan fuertes cuestionamientos por su rol en la guerra, y hasta expresidentes han sido señalados por organismos judiciales y de derechos humanos. La sombra de ese pasado -lejos de extinguirse- ha mutado en nuevas formas: desde las oficinas de reclutamiento de Bogotá hasta los desiertos africanos, pasando por las élites que convirtieron la guerra en una fuente de poder, dinero y control.
Las cifras son devastadoras: entre 20 mil y 150 mil muertos desde el inicio de la guerra civil en Sudán, más de 12 millones de desplazados y 20 millones de personas enfrentando hambre severa. A ese infierno han sido arrojados niños entrenados por colombianos, en una cadena de responsabilidades que incluye a corporaciones, mercenarios, financistas y gobiernos.
“Nosotros también pensábamos: ‘ya estamos acá, hay que entrenarlos a ellos. Si no los entrenamos, los matan facilito’. Que es feo, lógico. Pero así es la guerra”, dice “César” con frialdad. Una frase que resuena con el eco de las ejecuciones extrajudiciales que durante décadas estremecieron a Colombia, y que hoy parecen repetirse, bajo otras banderas y con nuevos nombres.
La guerra que comenzó en Colombia no ha terminado. Solo cambió de idioma, de geografía, de víctimas. Pero mantiene el mismo sello: la negación de la vida como principio. Y mientras los responsables sigan impunes -dentro y fuera del país- los niños seguirán muriendo con un fusil en las manos. Esta vez, a miles de kilómetros, pero con una bandera invisible bordada en sus uniformes: “Hecho en Colombia”.
Vía La Silla Vacía- Medio Colombiano. https://www.lasillavacia.com/silla-nacional/mercenarios-colombianos-entrenan-a-ninos-soldado-en-sudan/
