

En un clima como aquél, no podíamos calibrar el tremendo peso de la afirmación. Nos reímos, damnificado incluido, de la ocurrencia del rematador y la Fiesta de la Cosecha siguió más animada que antes.
En Chapicuy, al norte de Paysandú, llegando a Salto, ese momento del remate era de los más esperados del día de encuentro comunitario a la sombra de unas tipas gigantescas. La Fiesta tradicional de la Iglesia Valdense sumaba una nube de amistad que la multiplicaba varias veces. Ofrendas de zapallos, papas, boniatos, dulces, conservas, manualidades, plantas, adornaban la mesa de comunión y después pasaban bajo martillo en lo que era más un juego agradecido que una transacción comercial.
Fue cuando se pidió las primeras ofertas por dos hermosos lapachos rosados que Daniel recibió aquella respuesta casi profética.
“El año pasado compré cuatro y tres se me secaron” —protestó con una risa que le quitaba todo tono de reclamo.
— “Y claro” —le dijo Telmo, martillo en mano—, “así todos los años te los vendemos de nuevo.”
La risa se generalizó. Daniel los compró y todo el mundo le deseó mejor suerte, aunque al año siguiente los lapachos tuvieran un oferente menos.
Faltaba mucho para que yo oyera hablar de la “obsolescencia programada”. Sin saberlo, Telmo nos venía preparando para un tiempo en el que su chiste se volvería asunto muy serio.
“Antes las cosas se hacían para durar”, decía mi padre. Tenía más razón de lo que sospechaba. La Centennial Light es una bombita de luz que está encendida desde 1901 en Estados Unidos. Mi bisabuelo hubiera comprado una y mis hijos la estarían usando. Con productos así, el consumo sería distinto.
La obsolescencia programada, conscientemente elaborada por las grandes industrias, consiste en prever el tiempo de vigencia de un producto y obligar a su restitución. No busca calidad, tampoco satisfacer necesidades de los consumidores, exclusivamente busca generar ganancias económicas mediante un consumo obligado y artificialmente acelerado. La consecuencia terrible de acumulación de residuos es un problema que nos urge resolver.
Tengo clarita aquella imagen en blanco y negro en el viejo televisor de la abuela Adela: una mano deja caer un objeto en el tacho de basura y la voz en off: “Se usa, se tira, y ya está.” La solución mágica para una mejor calidad de vida.
Nada se guarda, nada se arregla, todo se compra.
Quienes desde la ciencia hoy trabajan por la sustentabilidad de la vida reclaman un cambio de rumbo. La ganancia económica a toda costa es un camino sin futuro.
Aquella concepción bíblica del ser humano hecho de tierra, dependiente de una creación de la que es parte y tentado de volverse su dueño, es de una actualidad que me hace crecer el asombro. Llama a repensar nuestro lugar en el mundo, la concepción que los seres humanos tenemos de nosotros mismos, de todo lo que con nosotros vive y gracias a lo cual vivimos.
Telmo ya no está. Daniel tendrá sus lapachos florecidos. Los que se le secaron abonarán la tierra. En la economía de Dios, el concepto de basura no existe. La ganancia es la vida, ahí está la verdadera sabiduría.
Publicado en la edicion del mes de agosto de ESTE Periódico Valdense.
pablo
Fuente de esta noticia: https://helvecia.com.uy/2025/07/30/valiosas-cosas-viejas-recien-envejecidas-por-el-pastor-oscar-geymonat/
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