

Sebastián Caballero Directo FFIE, ha liderado recursos con una destinación histórica – Imagen Cortesía
En un país marcado por profundas desigualdades geográficas y sociales, el Estado colombiano ha dado un paso firme hacia el cierre de esas brechas con una de las transformaciones más significativas de su historia reciente en materia educativa. El Fondo de Financiamiento de la Infraestructura Educativa (FFIE), adscrito al Ministerio de Educación Nacional, presentó un balance que no solo impresiona por las cifras, sino por lo que representan en términos de justicia territorial: la entrega de 1.289 obras que han impactado positivamente la vida de cerca de 400.000 estudiantes en las regiones más diversas y olvidadas del país. Todo ello, con una inversión estatal cercana a los 1.8 billones de pesos.
Desde las montañas del Catatumbo hasta las riberas amazónicas, pasando por desiertos, costas y zonas urbanas marginales, el FFIE ha trazado una hoja de ruta que no conoce excusas geográficas. Ha navegado ríos, recorrido trochas y desafiado la indiferencia institucional para llevar infraestructura de calidad donde históricamente no llegaba ni el pavimento. Es, en esencia, el Estado haciéndose presencia real, con ladrillo, acero y conectividad.
Durante los tres primeros años del gobierno del presidente Gustavo Petro, el fondo ha entregado 139 colegios nuevos o ampliados, con un enfoque que va más allá del número de aulas. Son infraestructuras pensadas para el aprendizaje integral, con 3.034 aulas de clase, 500 aulas especializadas, 115 laboratorios, 86 bibliotecas y espacios que antes eran impensables en muchas comunidades rurales.
Pero el logro no es sólo cuantitativo. El FFIE ha apostado también por la innovación tecnológica al implementar el sistema BIM (Building Information Modeling), que permite monitorear en tiempo real y con transparencia cada una de las obras en ejecución. Asimismo, ha adoptado la construcción modular con estructuras Steel Framing, una solución eficaz para llevar aulas de calidad en tiempo récord a zonas donde el cemento tradicional sería inviable.

Imagen FFIE
Actualmente hay 394 obras más en ejecución, y otras 1.150 sedes educativas han sido renovadas, lo que confirma que este esfuerzo no es flor de un día, sino parte de una política pública sostenida, con múltiples fuentes de financiación: desde el presupuesto nacional y el Sistema General de Regalías, hasta la cooperación internacional y los mecanismos de obras por impuestos y alianzas público-privadas.
Más allá del cemento, lo que se construye es dignidad. En regiones donde antes un aula era una choza o un salón improvisado sin luz ni ventilación, hoy se levantan colegios que podrían estar en cualquier capital. En el centro del país, por ejemplo, una institución con más de cincuenta años de historia se transforma en un Colegio Universidad para irradiar conocimiento en la sabana norte de Bogotá.
Esta transformación silenciosa pero profunda demuestra que sí es posible hablar de Estado con rostro humano, cuando la política pública se articula con voluntad, tecnología, descentralización y equidad. La infraestructura educativa, tantas veces relegada a las últimas páginas del presupuesto, se ha convertido en punta de lanza para un nuevo modelo de desarrollo, que entiende que educar también es construir país.
