

Imagen DANE
Colombia ha alcanzado un hito histórico: la tasa de pobreza más baja desde que existen registros comparables. El informe del DANE, publicado el 24 de julio, confirmó que la pobreza monetaria se redujo al 31,8 %, una cifra sin precedentes. Pero más allá del dato técnico, este logro tiene nombre propio: es el resultado del proyecto de transformación social liderado por el presidente Gustavo Petro, quien ha puesto en el centro de su gobierno a los olvidados del campo y la ciudad.
A pesar de una dura oposición mediática y legislativa, Petro ha mantenido el timón firme en una agenda ambiciosa que apuesta por redistribuir la riqueza, empoderar a los campesinos y construir una Colombia distinta, donde el bienestar no sea un privilegio, sino un derecho.
La reducción de la pobreza en más de 1,2 millones de personas no fue un accidente coyuntural. Es la consecuencia de políticas públicas que empiezan a dar frutos: la entrega de tierras a las comunidades campesinas, el impulso al turismo comunitario, la reactivación del agro como despensa del mundo y la promoción de proyectos productivos en regiones históricamente excluidas. En cada uno de estos frentes, el Gobierno ha apostado por una economía de vida, donde los campesinos cultivan alimentos y no coca, donde la riqueza natural sirve para crear trabajo digno, no para engrosar fortunas en el extranjero.
En lo urbano, ciudades como Bogotá han reflejado los avances de este nuevo rumbo. Allí, donde la inversión pública se ha sostenido y los subsidios se han orientado con mayor precisión, la pobreza se desplomó un 18 %, liderando la mejora a nivel nacional.
Petro no solo ha enfrentado la desigualdad con discursos, sino con acción: se ha enfrentado a un Congreso que bloquea las reformas sociales, a medios que caricaturizan sus intenciones, y a élites que se resisten a ceder privilegios. Sin embargo, ha persistido. Lo ha hecho con la convicción de que una nación sin justicia social está condenada al estancamiento.
En paralelo, su gobierno ha impulsado una transición energética justa, reconociendo que el futuro no puede depender del extractivismo que ha empobrecido regiones y destruido ecosistemas. Este modelo en construcción busca reemplazar la dependencia del petróleo por una economía del conocimiento, del agro limpio, del turismo responsable y de la industria nacional.
Y aunque los expertos señalan que el crecimiento económico ha sido un factor clave en la caída de la pobreza, no se puede ignorar que este crecimiento está conectado a políticas públicas que han priorizado la producción nacional y el bienestar general. Desde el control de la inflación hasta el respaldo a pequeños productores, el gobierno Petro ha reorientado el rumbo de una economía que antes crecía sin distribuir.
Por supuesto, aún persisten desafíos. La pobreza extrema —la de quienes no pueden siquiera alimentarse adecuadamente— sigue sin ceder al mismo ritmo. El acceso desigual a la salud, la informalidad laboral y la dificultad de focalizar ayudas en zonas rurales continúan siendo barreras. Pero el camino está trazado. El modelo del presidente Petro, a pesar de las restricciones presupuestales y los saboteos políticos, ya empieza a cambiar el rostro del país.
En medio de un mundo convulsionado, Colombia emerge como un laboratorio de esperanza. No solo porque está venciendo la pobreza con dignidad, sino porque lo está haciendo desde abajo, con campesinos recuperando la tierra, con comunidades transformando el turismo, con una nación que empieza a reconocerse diversa, productiva y justa.
La historia dirá que fue durante el gobierno de Gustavo Petro cuando se atrevió a cambiar el rumbo de lo imposible. Y aunque falta mucho por recorrer, millones de colombianos hoy tienen más oportunidades, más ingresos y más futuro que ayer. Esa, sin duda, es una victoria popular.
