

EL MESTIZAJE ARQUITECTÓNICO QUE RESISTE EL TIEMPO
En pleno corazón de Cali, sobre la calle 9 con carrera 5, se erige uno de los complejos religiosos más valiosos de Colombia: el Templo de San Francisco y su emblemática Torre Mudéjar. Este conjunto, declarado Monumento Nacional, no solo preserva siglos de fe y devoción, sino que es también una prueba tangible del mestizaje arquitectónico que marcó la historia urbana y espiritual de la ciudad.
Una historia de raíces franciscanas.
Los franciscanos llegaron a Cali en 1751, en una época en que la ciudad aún conservaba su espíritu fundacional colonial. Apenas seis años después, en 1757, comenzaron la construcción del convento y la capilla, que sería concluida hacia 1764. Así nació el Complejo Religioso de San Francisco, compuesto por la iglesia principal de estilo neoclásico, el Convento de San Joaquín, la Capilla de la Inmaculada y, por supuesto, la singular Torre Mudéjar.
Este espacio no solo se convirtió en un punto clave de encuentro espiritual, sino también en un referente arquitectónico sin precedentes en la región.
La Torre Mudéjar: joya hispano-musulmana en tierras americanas.
Entre 1772 y 1774 se construyó la que es, hoy por hoy, la torre mudéjar más representativa de toda la antigua Nueva Granada. Esta estructura de cuatro niveles impresiona por su elaboración en ladrillos trapezoidales, dispuestos en complejos entramados geométricos que reflejan influencias del arte hispano-musulmán. Vanos circulares, trilobulados y elementos ornamentales sutiles revelan un estilo exótico poco común en estas tierras.
Una leyenda local le atribuye su diseño a un ‘moro’ exiliado, conocido como Pedro Umbás, lo que añade un matiz místico a su historia. Sea real o simbólica, esta versión refuerza la idea de Cali como cruce de culturas y tradiciones.
El templo neoclásico: equilibrio y sobriedad ilustrada.
La iglesia principal se empezó a construir en 1803 y fue finalizada hacia 1827. El proyecto fue concebido por el presbítero Andrés Marcelino Pérez de Arroyo y ejecutado por Fray Pedro Herrera. Su fachada, sobria y elegante, se caracteriza por pilastras dóricas, arcos de medio punto y una composición que respira orden y simetría, fiel al estilo neoclásico.
En su interior, tres naves con bóvedas de medio cañón y lunetos evocan los principios arquitectónicos de Vitruvio y Vignola, destacando la influencia grecorromana que llegó a América como parte del pensamiento ilustrado.
Una fusión estilística que cuenta la evolución de Cali.
El conjunto de San Francisco no es solo una suma de estilos arquitectónicos, es una narración en piedra, ladrillo y fe. En la Torre Mudéjar se respira el legado musulmán que llegó desde la península ibérica; en la iglesia neoclásica, el pensamiento racional de una nueva era. La transición visual entre capilla, torre e iglesia revela la evolución cultural y urbana de Cali desde su época colonial hasta el siglo XIX.
Patrimonio vivo y símbolo colectivo.
Además de su valor estético, el complejo tiene un fuerte componente simbólico. La Torre Mudéjar, única en su tipo en Colombia, ha sido descrita por expertos como una de las estructuras más bellas del continente. Por su parte, la iglesia representa uno de los mejores ejemplos del neoclásico granadino, gracias al aporte arquitectónico de Pérez de Arroyo.
Actualmente, el lugar alberga un Museo de Arte Religioso, donde se conservan retablos, piezas coloniales y arte sacro de gran valor. Esto convierte al templo no solo en un espacio litúrgico, sino en un verdadero centro cultural y educativo.
Desafíos de preservación: entre el tiempo y la modernidad.
Hoy en día, continúa cumpliendo una función activa: se celebran misas, eventos litúrgicos, visitas guiadas y encuentros académicos. Así, el templo mantiene viva su esencia, integrando pasado y presente. También debe adaptarse a las nuevas dinámicas del turismo cultural, sin perder su carácter sagrado.
Un legado que no debe olvidarse.
El Templo de San Francisco y su Torre Mudéjar no son simples vestigios de otro tiempo: son reflejo de la riqueza simbólica que une herencias hispánicas, musulmanas y europeas bajo un mismo cielo caleño. Son también una advertencia silenciosa sobre la fragilidad del patrimonio y la necesidad urgente de su protección.
Preservar este lugar es preservar nuestra historia. Porque entre arcos de medio punto y ladrillos entrelazados, late aún la identidad de un pueblo que aprendió a construir belleza desde la diversidad.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. 5 aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando,” Salmo 23: 4-5. (Reina-Valera)
