

LA RAÍZ ESPIRITUAL DE CALI ENTRE MUROS DE ADOBE Y MEMORIA.
En el corazón antiguo de Santiago de Cali, allí donde la ciudad respira su historia más profunda, se encuentra un conjunto arquitectónico que no solo es testigo del paso de los siglos, sino que representa el punto donde la espiritualidad, la cultura y la identidad caleña se abrazan: el Complejo Religioso de La Merced. Más que una iglesia o una estructura colonial, este lugar constituye el acto fundacional material y simbólico de la ciudad, y como tal, merece ser contemplado no solo como patrimonio, sino como el eco de un alma colectiva que aún late.
Fundación y permanencia: la semilla de una ciudad.
Cuando los conquistadores españoles llegaron al territorio que hoy conocemos como Cali, hacia 1536, necesitaban no solo organizar el espacio político y económico, sino también sembrar una visión espiritual del mundo. La construcción de una iglesia era, en ese contexto, un acto de poder simbólico: marcar el territorio con la cruz y establecer el nuevo orden cristiano.
La Iglesia de La Merced se alza precisamente en el lugar donde, según los registros históricos, Sebastián de Belalcázar fundó la ciudad. La estructura original fue construida hacia el siglo XVII, con materiales como el adobe, la teja de barro y la madera, siguiendo los modelos andaluces que caracterizaron las iglesias coloniales de América. A partir de allí, el conjunto fue creciendo e incorporando otras capillas y dependencias, como la Capilla de los Remedios y la Capilla de San Juan de Letrán.
La importancia del complejo fue reconocida oficialmente en 1975, cuando fue declarado Monumento Nacional de Colombia, asegurando su protección legal y reconociéndolo como uno de los vestigios más valiosos de la época colonial en el suroccidente del país.
Arquitectura que guarda el alma.
Caminar por el Complejo de La Merced es adentrarse en una atmósfera suspendida en el tiempo. Los muros blancos, las puertas de madera tallada, los patios interiores con jardines sencillos, evocan una espiritualidad antigua, contenida, casi monástica. El silencio que rodea el lugar no es vacío: es un silencio lleno de historia, de cantos litúrgicos que alguna vez se entonaron, de pasos de monjes mercedarios, de oraciones de feligreses anónimos.
La Iglesia principal conserva aún su altar mayor barroco, y las capillas laterales muestran la evolución de la devoción popular a lo largo de los siglos. La arquitectura colonial aquí no es simplemente estética: es un lenguaje que narra. Cada detalle (desde los techos a dos aguas hasta las cruces de hierro forjado), habla de una época en la que lo divino era inseparable de la vida cotidiana.
Museos que prolongan la memoria.
Actualmente, el complejo acoge también dos importantes espacios culturales: el Museo Arqueológico y el Museo de Arte Religioso. El primero exhibe piezas prehispánicas, utensilios y vestigios de culturas indígenas que habitaron el valle antes de la llegada de los españoles. Así, el lugar conecta no solo con el pasado colonial, sino también con la memoria profunda del territorio, esa que antecede a las fronteras impuestas por la colonización.
El Museo de Arte Religioso, por su parte, ofrece una colección de pinturas, esculturas, ornamentos litúrgicos y objetos devocionales de los siglos XVII al XIX. Estas piezas no solo tienen valor artístico, sino que muestran la evolución de la religiosidad popular, sus símbolos, temores, esperanzas y estéticas particulares. Ambos museos funcionan como guardianes del pasado, pero también como espacios de encuentro entre generaciones.
Un símbolo más allá del templo.
Más allá de su valor histórico o religioso, el Complejo de La Merced representa algo esencial: la raíz emocional y simbólica de Cali. No es casual que, en un mundo acelerado, muchas personas sigan visitando este lugar no solo por fe, sino en busca de serenidad, conexión, identidad. La Merced no es solo una edificación: es un nodo energético de la ciudad, un sitio de recogimiento, una pausa necesaria frente al ruido del presente.
Desde una mirada psicológica o incluso arquetípica, podríamos decir que representa el arquetipo de la madre: lo que da origen, lo que contiene, lo que guarda. Así como una ciudad necesita avanzar, innovar y crecer, también necesita volver de vez en cuando a su lugar de origen, para recordar quién es y desde dónde se construye su identidad colectiva.
Cuidar la raíz para que florezca el árbol.
El Complejo Religioso de La Merced es más que un conjunto de iglesias antiguas: es el corazón fundacional de Cali, el símbolo que recuerda que toda historia tiene un principio, y que ese principio sigue hablándonos a través de la piedra, el adobe, el arte y la espiritualidad.
Cuidar este lugar no es solo un acto de conservación patrimonial. Es un compromiso con la memoria, con la identidad y con la posibilidad de reconciliar el pasado con el presente. Porque en tiempos donde lo inmediato parece reinar, La Merced nos enseña la importancia de la permanencia, de lo sagrado, y del profundo valor de recordar para no perdernos.
“El que habita al abrigo del Altísimo Morará bajo la sombra del Omnipotente.
2 diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.
3 él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora”. Salmo 91:1-3. (Reina- Valera)
