

Canciller de Colombia, Laura Sarabia
Sevilla, España – Desde el corazón de Andalucía, la Canciller de Colombia, Laura Sarabia, dejó claro que la retórica ambiental ya no basta. Con una frase que desarmó formalismos y sacudió conciencias, resumió la urgencia de su mensaje: “El amor está en el presupuesto. Y el cuidado de la biodiversidad, aún más”.
La escena ocurrió durante su intervención en el panel “Financiamiento para biodiversidad y pérdidas y daños no económicos”, un espacio convocado para hablar de dinero, pero que terminó hablando de dignidad, de memoria y de futuro. Allí, Sarabia no esquivó la incomodidad: subrayó que los compromisos internacionales se diluyen cuando no hay recursos reales para sostenerlos, y que la brecha entre la retórica y la acción amenaza con devorar lo poco que queda por salvar.
“La biodiversidad no es una línea en un plan de desarrollo ni un párrafo en un tratado internacional”, dijo ante un auditorio colmado de representantes de gobiernos y organismos multilaterales. “Es la forma misma en que vivimos, respiramos, nos relacionamos”. Su voz resonó entre expertos que, por décadas, han escuchado diagnósticos similares. Esta vez, sin embargo, la advertencia tuvo un filo político que pocos esperaban.
Colombia, recordó Sarabia, encarna una paradoja: mientras su territorio protege una de las mayores reservas de vida del planeta y su huella histórica de carbono es mínima, sus comunidades cargan solas con el costo de cuidar lo que beneficia a todos. “Los países que más contaminan, reciben más recursos para ‘compensar’ su daño. Los que más cuidan, se quedan con promesas. Esa asimetría es inmoral”, afirmó.
La Canciller detalló que el andamiaje técnico para revertir esta injusticia existe: canjes de deuda por naturaleza, bonos verdes, fondos climáticos, Derechos Especiales de Giro. Sin embargo, los instrumentos duermen en carpetas diplomáticas o se usan como escaparate para fotos y declaraciones altisonantes. “No necesitamos más diseños ni más foros llenos de promesas. Necesitamos decisión, coraje político. El tiempo de los discursos bonitos ya pasó”, enfatizó.
Para Sarabia, la pregunta de fondo es incómoda: ¿por qué el planeta encuentra voluntad para financiar la destrucción, pero posterga la inversión en la vida? “Si hubo decisión para movilizar billones de dólares para sostener guerras, no puede haber excusas para no movilizar los recursos que necesita la humanidad para sobrevivir. Entre bombas y crisis climática, cada día tenemos menos por lo cual seguir luchando”, lanzó, arrancando aplausos que no disimularon la incomodidad de algunos negociadores.
Su intervención también fue un mensaje velado a quienes, desde los grandes centros financieros, miden el valor de un bosque en toneladas de carbono negociables y olvidan que, para cientos de pueblos, un río o una montaña no tienen precio. “Cuando desaparece un ecosistema, se pierden historias, saberes, lenguas enteras. Lo que muere no se reemplaza con transferencias o planes de reforestación tardíos”, advirtió.
Al final, la Canciller no ofreció recetas, sino una exigencia: que la comunidad internacional deje de aplaudir compromisos simbólicos y cumpla con recursos tangibles. “El amor verdadero se ve en el presupuesto. El cuidado de la vida debe estar escrito en partidas contables, no solo en discursos poéticos”, remató.
Mientras Sevilla ardía bajo una ola de calor -ironía brutal de un planeta que grita por acción- la voz de Sarabia dejó claro que no se trata solo de salvar selvas y ríos remotos: se trata de decidir qué mundo se hereda y si aún vale la pena luchar por él.
carloscastaneda@prensamercosur.org
