

Desde la Colonia Suiza Nueva Helvecia, hasta la costa oeste del Pacífico Sur, la historia de Maxi Méndez, un joven que dejó todo para empezar de nuevo, entre ordeñes digitales, fútbol amateur y una vida que se reinventa lejos de casa.
Fue en noviembre de 2023 que emprendió uno de los viajes más largos posibles. Cruzó el océano, y se instaló en la costa oeste de la isla sur de Nueva Zelanda. Una tierra donde el verde parece no tener fin, donde las vacas tienen collares con sensores y donde el fútbol se vive de otra manera.
No fue una decisión tomada a la ligera. La hermana de su pareja, radicada en Nueva Zelanda desde hacía cinco años, fue quien los impulsó a dar el paso. Ya instalada, conocía de primera mano los desafíos y las oportunidades del país, y logró convencer a la joven pareja de que allí podrían encontrar una buena oportunidad laboral y vivir una experiencia enriquecedora. Tras evaluar cuidadosamente el cambio junto a sus seres queridos -y con el apoyo incondicional de su madre, Verónica Batista, como a lo largo de toda su vida-, finalmente decidieron emigrar.
Maxi estudió en la Escuela N° 126 y luego en la UTU Juan J Greising de Nueva Helvecia. Antes de emigrar, su vida transcurría entre el trabajo y el fútbol. Fue empleado durante dos años en el supermercado de la Sociedad de Fomento de Colonia Suiza, y luego trabajó en la planta de raciones de la misma institución. “Preparaba raciones, manejaba maquinaria, cargaba, descargaba. Era un trabajo físico, pero de esos que te enseñan cosas para toda la vida”, recuerda. Esa experiencia agroindustrial resultaría muy valiosa para su nueva etapa en tierras lejanas.
Pero si había algo que lo definía tanto como el trabajo, era el fútbol. Pasó por las filas de Artesano, El General de Colonia y Esparta. “Crecimos con el fútbol. Era parte de la rutina, del barrio, de los fines de semana”, dice. Por eso, apenas instalado en Nueva Zelanda, buscó una forma de seguir conectado al deporte que siempre fue su cable a tierra.
La llegada, sin embargo, no estuvo exenta de dificultades. Sin hablar una palabra de inglés, el primer desafío fue comunicarse. El traductor del celular se volvió indispensable. Todo lo cotidiano –una indicación, una instrucción, una pregunta básica– debía pasar por la pantalla. “Es frustrante. Pero tenés que tener paciencia. Y suerte. Yo la tuve”, dice con sinceridad. En la granja donde trabaja hoy, fue recibido con comprensión. Su jefe y su familia lo apoyaron, confiaron en su voluntad de aprender, y lo guiaron paso a paso en la adaptación.
Ordeñes con app y respeto por los animales
Cada día arranca bien temprano. A las 4:15 de la mañana suena el despertador. Un café rápido y directo al tambo. A las 5, ya está en marcha el sistema de ordeñe. Pero no es cualquier sistema. Se trata del Rotary, un modelo de tambo rotativo que funciona como una plataforma circular donde 60 vacas ingresan a la vez, y giran mientras se las ordeña. Las pezoneras se colocan manualmente, pero el resto del proceso es automatizado: la máquina extrae la leche y retira las pezoneras cuando termina.
Ese primer turno de ordeñe –de un total de dos diarios– se completa en apenas tres horas. Mil vacas son atendidas con una eficiencia que aún lo sorprende. Pero no es solo la maquinaria lo que impresiona. La verdadera revolución está en la forma en que se gestiona la información. Cada vaca lleva un collar con sensores inteligentes. Esa información llega a una aplicación móvil donde se puede saber qué comió el animal, si se movió, si tiene fiebre o si dejó de alimentarse. “Podés programar el movimiento del ganado con anticipación. Literalmente, las vacas te están esperando en el patio de ordeñe cuando llegás”, dice. “Es otro nivel. Uno viene del campo, sí, pero esto es otra cosa”.
Después del ordeñe, viene una pausa para el desayuno. Luego, las tareas de campo varían según la época del año. Puede tocar alimentar animales, mover rebaños de un potrero a otro, trabajar con tractores o asistir partos de terneros, sobre todo en los meses intensos de agosto y setiembre. También se realizan controles de salud, limpieza de pezuñas y atención especial a animales rengos. Todo con una consigna clara: el bienestar animal no es negociable.
“Acá el trato a las vacas es totalmente distinto. No se las apura, no se les grita, no se les impone. Se trabaja en calma, con respeto. Y eso se nota: el animal está más tranquilo, más sano. Para ellos, el bienestar del animal es una prioridad total. Lo entienden como parte del éxito del sistema”.
El segundo turno de ordeñe comienza a las 14:00 y finaliza sobre las 17:00. Así termina un día que, aunque largo, se organiza con eficiencia. La sensación de estar haciendo las cosas bien, de formar parte de una estructura moderna y funcional, lo motiva.
Fútbol entre amigos y goles por diversión
La pasión por el fútbol no desapareció con el viaje. A pesar de la lejanía, la nostalgia y las diferencias, logró integrarse a la liga amateur local. Allí, el fútbol se juega de otra manera. En su zona -la West Coast- no hay competencias profesionales. Apenas cinco o seis equipos forman una liga modesta, sin grandes pretensiones.
Pero eso no impidió que se destacara. En su primera temporada marcó 34 goles en 10 partidos y se consagró como goleador del campeonato. Recibió el Botín de Oro y se quedó a solo dos tantos de romper el récord histórico de la liga. “Lo aclaro siempre: no es un logro deportivo, sino una diferencia de niveles. Allá competimos desde niños. Acá se juega por amistad, por movimiento, por diversión”, dice, con la humildad que lo caracteriza.
En su equipo, solo hay dos sudamericanos: un paraguayo y él. El resto son neozelandeses o inmigrantes europeos. A pesar de las diferencias, el fútbol les da un idioma común. Les permite reír, moverse, conectarse. Y aunque el ritmo es otro y el espíritu mucho más distendido, cada sábado de partido le devuelve una parte de la vida que dejó al otro lado del mundo.
Aprender el idioma, adaptarse y agradecer
Con el tiempo, el idioma dejó de ser una barrera infranqueable. A fuerza de escuchar, de practicar y de equivocarse, empezó a entender frases, a responder sin traductor. Se anotó en clases de inglés online y hoy puede mantener una conversación sin dificultad. “El proceso es lento, pero llega. Un día te das cuenta de que ya no necesitás traducir todo, que entendés casi todo lo que te dicen. Es una sensación hermosa”.
Pero si hay algo que realmente valora de Nueva Zelanda es su gente. “Son educados, atentos, pacientes. Te explican las cosas con calma, se toman el tiempo de ayudarte. No te hacen sentir menos por no hablar bien, al contrario. Siempre están dispuestos a darte una mano”, dice.
Al ser consultado si extraña Nueva Helvecia, manifiesta que sí, extraña “el mate compartido, los domingos de fútbol, las charlas en español, los abrazos de la familia”. Pero también siente que está creciendo, que esta experiencia le abrió una puerta a otra forma de vivir, de trabajar y de pensar. “Hay días en que me levanto y no lo puedo creer. Nunca imaginé estar en un lugar como este. Tan distinto, tan lejos, pero también tan lleno de oportunidades. Me costó, pero valió la pena”, dice, con la convicción de quien, a fuerza de voluntad, construyó una nueva vida sin dejar de ser quien es.
Y aunque esté en la otra punta del mapa, hay algo que no cambió: su identidad. Porque uno puede estar lejos de Nueva Helvecia… pero nunca deja de ser parte de ella. P.C.


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pablo
Fuente de esta noticia: https://helvecia.com.uy/2025/06/29/maxi-mendez-batista-un-neohelvetico-en-nueva-zelanda/
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