El pasado 1 de junio parecía un domingo cualquiera en el pequeño pueblo ruso de Novomal’tinsk. Ubicado en Siberia y con poco más de mil habitantes, las temperaturas empiezan a mejorar de cara al principio del verano. La invasión rusa de Ucrania sigue su curso a miles de kilómetros, pero el zumbido de un dron volando a toda velocidad lleva la guerra hacia la cercana base aérea de Belaya. Le siguen varios más, mientras que una serie de explosiones y cortinas de humo negro suman a la confusión.
La base está bajo ataque y no es un caso aislado. En otras zonas de Rusia se reciben las mismas alarmas: enjambres de drones FPV (first person view o teledirigidos con visión remota) salidos aparentemente de la nada y cargados con explosivos se han lanzado contra aparatos de la aviación rusa estacionados. Horas después, Ucrania se atribuye el ataque y revela el nombre de la operación: Telaraña. El presidente Volodímir Zelenski la celebra como “absolutamente brillante”.
Los camiones de Troya
El ataque se preparó durante un año y medio, según los Servicios de Seguridad de Ucrania (SBU, por sus siglas en ucraniano). Un total de 117 drones fueron introducidos de contrabando en Rusia, escondidos en estructuras de madera hechas a medida y cargados en falsos techos de contenedores de mercancías. Una vez cargados, fueron llevados y aparcados en lugares designados por conductores que pensaban llevar material de construcción. Todos ellos trabajaban para un empresario de origen ucraniano residente en Rusia que ahora está en busca y captura. Una vez en posición, los techos de los contenedores se abrieron a distancia y se lanzaron los drones por control remoto contra cuatro bases aéreas a cientos o miles de kilómetros del frente de batalla: Diáguilevo, Ivánovo, Olenya y Belaya. Los objetivos: superbombarderos con capacidad nuclear, algunos de ellos utilizados para atacar ciudades ucranianas con misiles de crucero.
Publicado por: Victor Gratacós
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