

Los Bogotanos, expresaron la solidaridad con Miguel Uribe
Bogotá no gritó. Pero dijo todo.
La capital colombiana despertó este domingo envuelta en un blanco abrumador. Desde el Parque Nacional hasta la Plaza de Bolívar, miles de ciudadanos caminaron en absoluto silencio, en un acto colectivo de duelo, coraje y esperanza. La “Marcha del Silencio”, convocada en respuesta al atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, fue mucho más que una manifestación política: fue una declaración moral. Fue la ciudad hablando sin voz, pero con el alma.
Desde muy temprano, el centro de Bogotá comenzó a poblarse con familias enteras, estudiantes, adultos mayores, jóvenes profesionales, madres con niños, líderes sociales y ciudadanos comunes. Todos con algo en común: llevaban camisetas blancas, muchas con la palabra «PAZ» bordada sobre el pecho, otras con el rostro sereno y firme del congresista herido. Lo que parecía una convocatoria más, superó en minutos cualquier pronóstico: antes de las nueve de la mañana, el Parque Nacional era una marea humana en calma que comenzaba a avanzar, lentamente, hacia el corazón de la democracia colombiana.
A lo largo de la carrera Séptima, no hubo gritos de odio ni insultos partidistas. Solo pasos. Pasos que decían: basta. Basta de amenazas, de violencia, de atentados cobardes. Basta de convertir la política en una guerra y la diferencia en un crimen. La gente marchó con globos blancos, pancartas con palabras de apoyo, ojos húmedos y gestos solidarios. El silencio, por una vez, fue el lenguaje más elocuente de una nación herida.


En un país históricamente tensionado por el conflicto político y la violencia, esta jornada fue, quizás, una de las expresiones más sanas de su democracia. En vez de polarización, hubo empatía. En lugar de confrontación, humanidad. Varios asistentes se acercaban a los policías no para recriminar, sino para agradecer. Les ofrecían agua, les estrechaban la mano, les daban una palabra de aliento. Bogotá, tantas veces dividida, fue un solo cuerpo que caminaba con respeto y templanza.
El operativo de seguridad fue sobrio y discreto. Más de 300 funcionarios del Distrito, entre Gestores de Convivencia, equipos de Derechos Humanos y personal de inspección, vigilancia y control, acompañaron la marcha desde el Puesto de Mando Unificado, instalado desde las ocho de la mañana. La Policía Metropolitana respaldó el evento sin despliegues intimidantes. No hubo disturbios. No se necesitaron barricadas.
Las imágenes ya circulan por el mundo: una capital que eligió el blanco como emblema de resistencia, una ciudadanía que respondió al miedo con dignidad. En redes sociales, las fotografías de camisetas ondeando como banderas, bombas blancas flotando entre edificios y miles de personas caminando sin levantar la voz, son prueba de que la democracia no siempre se defiende con discursos encendidos, sino con pasos firmes y corazones unidos.
El atentado contra Miguel Uribe sacudió más que a una figura pública. Tocó fibras profundas de un país que ya no quiere normalizar la violencia como instrumento político. La respuesta de Bogotá fue clara: ningún proyecto de nación se construye sobre la sangre de sus líderes. La vida, el diálogo y la diferencia deben ser sagrados, no objetivos de exterminio. Lo que ocurrió este domingo es una advertencia silenciosa pero poderosa: la ciudadanía no está dispuesta a callar, aunque lo haga en silencio. Porque en ese silencio, se oyó el grito de todos.
Un grito que traspasa fronteras. Un grito que, desde Colombia, le habla al mundo.
carloscastaneda@prensamercosur.org
