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En medio de un escenario internacional marcado por la incertidumbre económica, las tensiones geopolíticas y la fragilidad de los mercados financieros, Colombia acaba de alcanzar un hito histórico: registrar la tasa de desempleo más baja del siglo XXI. La noticia, de enorme trascendencia nacional e internacional, fue celebrada por el presidente Gustavo Petro como una prueba irrefutable de que otro modelo económico no solo es posible, sino eficaz.
Pero el mandatario no se limitó a destacar la cifra. Lo que propuso fue una lectura profunda del fenómeno, que obliga a cuestionar los dogmas tradicionales que han gobernado la política económica durante décadas en América Latina y el mundo. “Tener la tasa de desocupación laboral más baja del siglo es un éxito indudable de nuestra política económica”, afirmó Petro con firmeza, al tiempo que subrayó que el resultado es fruto de una apuesta deliberada: priorizar la agricultura y la industria como ejes del nuevo modelo de desarrollo y reducir progresivamente la dependencia de los combustibles fósiles.
Para el presidente, esa dependencia excesiva no solo distorsiona la economía, sino que puede desembocar en lo que se conoce como “la enfermedad holandesa”, una maldición que ha afectado a varias economías exportadoras de recursos naturales, y que termina asfixiando la producción interna y desmantelando la industria.
En su reflexión, Petro también abordó un tema que ha sido motivo de amplio debate entre economistas: el aparente desfase entre el crecimiento del empleo y el modesto desempeño del Producto Interno Bruto. ¿Cómo es posible que el empleo avance con fuerza si el PIB crece poco? La respuesta, según el mandatario, radica en que el PIB no mide la economía real, no registra con precisión el dinamismo del campo, de la pequeña empresa, del trabajo informal que se formaliza, ni de la economía popular que empieza a florecer bajo políticas de inclusión.
“Muchos líderes gremiales se equivocan cuando afirman que si suben los salarios, baja el empleo. No están hablando desde la ciencia económica, sino desde una ideología crematística, una visión neoliberal que confunde mercado con justicia”, aseguró el presidente. En efecto, Petro retomó una crítica que comparten destacados economistas internacionales: la idea de un “mercado laboral” autorregulado, en el que los derechos se subordinan al capital, no tiene sustento teórico sólido en las grandes escuelas del pensamiento económico.
La visión del mandatario colombiano se inscribe en una corriente que busca rescatar el papel del Estado como garante de la justicia social y como motor de un desarrollo sostenible y humano. Para él, el empleo no es una consecuencia accidental del crecimiento, sino un objetivo central de toda política económica que merezca ese nombre.
Este hito, lejos de ser una simple cifra en un boletín técnico, representa una señal política poderosa: es posible hacer retroceder el desempleo sin sacrificar la dignidad, es posible crear trabajo mientras se protege el ambiente y se reindustrializa el país, es posible tener crecimiento sin repetir el modelo extractivista que ha empobrecido a las grandes mayorías.
Colombia, bajo el liderazgo de Gustavo Petro, se convierte así en un caso de estudio para una región sedienta de alternativas. Mientras otras economías avanzan con recetas que ya han mostrado sus límites, el país da un paso audaz: construir una economía centrada en el trabajo, en la producción y en la vida.
En tiempos donde los titulares suelen hablar de recesión, despidos masivos y ajustes fiscales, la noticia que llega desde Bogotá es un rayo de esperanza. Y, como sugiere el presidente Petro, también es una invitación a pensar con libertad, más allá de los manuales, qué significa realmente el progreso.
carloscastaneda@prensamercosur.org
