

Argentina transita una crisis política que ya no puede explicarse solo en términos económicos. La desconfianza estructural hacia la dirigencia, la descomposición de los partidos históricos y la pérdida de sentido de la política como herramienta de transformación real han dejado a la ciudadanía a la intemperie. Las instituciones que alguna vez estructuraron la vida pública hoy parecen caricaturas de sí mismas, desgastadas, sin credibilidad.
El peronismo, durante décadas columna vertebral del poder político, ha quedado atrapado en una contradicción permanente: entre su retórica popular y una gestión que, en muchos casos, ha reproducido desigualdades y vicios de la peor política clientelar. La Unión Cívica Radical, sin brújula, sobrevive a fuerza de cargos, pero sin ideas ni audacia. Y Juntos por el Cambio, que supo ser una alternativa real al kirchnerismo, se fragmentó víctima de su propia incapacidad para renovar liderazgos y asumir errores.
En ese vacío de sentido emergió con fuerza La Libertad Avanza, liderada por Javier Milei, quien irrumpió con un mensaje disruptivo, antisistema, y que logró canalizar el hartazgo de una sociedad asfixiada por la inflación, la inseguridad y la corrupción. La propuesta libertaria prometía una ruptura de raiz con “la casta”, una limpieza moral del Estado, y un shock de reformas económicas. Para muchos, es la última esperanza. Y como toda esperanza, llegó con una enorme carga simbólica y emocional.
Pero los símbolos también se desgastan. Y cuando el relato libertario se enfrenta con la realidad del poder, aparecen las contradicciones.
En estos primeros meses de gobierno, Milei ha demostrado que su pelea contra la “casta” es selectiva, que su discurso de pureza ideológica convive con alianzas oportunistas y que su entorno —lejos de representar una renovación ética— está compuesto en parte por figuras con antecedentes oscuros o trayectorias políticas zigzagueantes. Designaciones inexplicables, manejo opaco de recursos, y favoritismos que reproducen viejas prácticas empañan la imagen de quien se proclamaba como “el único diferente”.
Pero además de estas incoherencias estructurales, hay un problema de formas que no es menor. El estilo confrontativo, beligerante, incluso agresivo, que en campaña servía para marcar una diferencia, se está transformando en una forma permanente de gobernar. Y eso comienza a pasar factura.
Un ejemplo reciente y elocuente fue el gesto en el Tedeum del 25 de mayo: el Presidente Milei no saludó al Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ni a su propia Vicepresidente, Victoria Villarruel. Más allá de las diferencias personales o políticas, en los actos institucionales rige un mínimo código de respeto republicano. No es un asunto de simpatía, sino de educación cívica. Ese desplante, captado por cámaras y reproducido en todos los medios, cayó muy mal en buena parte de la opinión pública, incluyendo a votantes propios que esperaban un liderazgo firme pero no arrogante.
A esto se suma una actitud cada vez más hostil hacia el periodismo crítico. No hablamos de los medios militantes, acostumbrados a operar como extensiones del poder, sino de periodistas independientes, muchos de ellos con trayectoria intachable, que al expresar dudas o críticas son inmediatamente atacados desde redes oficiales o cuentas afines al gobierno. El uso del término “ensobrados” como descalificación automática revela una mirada autoritaria y binaria que intenta silenciar el disenso y empobrece el debate público.
Porque la libertad —esa palabra que da nombre al partido de gobierno— no puede ser solo una consigna económica. La libertad también es tolerar la crítica, respetar al adversario, saludar al que piensa distinto. Y cuando esa libertad se utiliza como arma para imponer un pensamiento único, lo que se defiende no es la libertad, sino el capricho del poder.
La crisis de los partidos en Argentina no se resuelve con outsiders que repiten los vicios del sistema con otro ropaje, ni con liderazgos mesiánicos que desprecian los límites institucionales. Se resuelve con trabajo serio, con formación de cuadros, con transparencia, con república. Y sobre todo, con humildad.
La Libertad Avanza todavía puede corregir el rumbo. Tiene el respaldo democrático, tiene una base social que confía, tiene capital simbólico. Pero el tiempo corre. Porque si la única alternativa al fracaso de siempre se convierte en una decepción más, el costo no lo pagarán solo ellos: lo pagará la sociedad entera.
Hernán Diego Sabater
Director de Prensa Mercosur en Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
