

El vínculo con nuestros seres queridos fallecidos ha cambiado. Ya no está hecho solo de fotos impresas ni de cartas guardadas en una caja. Hoy, en plena era digital, los audios de WhatsApp, los videos espontáneos, los mensajes grabados casi sin pensar se han convertido en fragmentos vivos de la memoria. A partir de un texto publicado por el periodista argentino Luciano Román en el periódico La Nación, en 2021, nos sumergimos en una reflexión que no ha perdido actualidad: cómo la tecnología transforma la forma en que vivimos el duelo, y cómo la voz de quienes ya no están puede seguir hablándonos, desde un celular.
Román parte de una escena tan íntima como reconocible: un hombre escucha, en el día de su cumpleaños, un viejo audio de WhatsApp enviado por su padre ya fallecido. En su momento le había parecido largo, hasta un poco exagerado: “No me mandaste un mensaje, me mandaste un podcast”, le había dicho en tono de broma. Pero ahora, esa voz, ese relato sobre el día de su nacimiento, se volvió un puente emocional que no quería dejar de recorrer. Lo escuchó dos veces, y lloró. Porque la voz de los que amamos —y ya no están— no es solo sonido: es compañía, es eco del alma.
La crónica de Román indaga en esa dimensión nueva del duelo. Antes, la muerte dejaba tras de sí fotos, tal vez alguna carta, y los recuerdos que el tiempo se encargaba de ir desgastando. Hoy, la cotidianeidad se graba: videos de sobremesas familiares, audios con saludos rápidos, risas capturadas al azar. Y esos registros no quedan guardados en cajas ni en álbumes: viven en el celular, ese objeto que nos acompaña a todas partes.
Hay algo paradójico en todo esto, observa el autor. La tecnología que ha empobrecido muchas veces el diálogo cotidiano, aligerándolo o volviéndolo superficial, es la misma que nos regala un vínculo más profundo con nuestros muertos. Aporta movimiento y sonido a una memoria que antes solo tenía imágenes fijas. Y nos muestra que el celular no solo guarda lo efímero, sino también lo duradero.
Pero no todo es consuelo. La permanencia digital también plantea dilemas. ¿Cuándo —y cómo— se borra un chat con alguien que ya no está? ¿Qué valor simbólico tiene eliminar su número, sus fotos, sus audios? ¿Y qué hacer con sus redes sociales? ¿Deben permanecer activas? ¿Tienen otros derecho a intervenir sobre ellas? Son preguntas nuevas para dolores antiguos.
En su texto, Román recupera además una idea sugerente de Susan Sontag: la fotografía como una forma de apropiarse de la realidad. ¿Qué pensaría la ensayista estadounidense de estos celulares que ya no solo registran imágenes, sino también voces, gestos, historias completas? La memoria, decía Sontag, es la única relación posible con los muertos. Tal vez hoy esa relación se vuelva más intensa cuando a la imagen se le suma la voz.
El periodista plantea incluso una propuesta concreta: construir un álbum sonoro familiar. No solo conservar los audios casuales, sino sentarse a grabar anécdotas, enseñanzas, canciones, fragmentos de vida de nuestros mayores. No esperar a la ausencia para lamentar lo que no registramos. Porque tal vez, en el tono y el timbre de una voz, habite una forma distinta —y más vívida— de la memoria.
El celular ha democratizado lo que antes era privilegio de grandes figuras públicas: conservar la voz de alguien. Hoy, cualquier abuelo, cualquier padre, puede seguir hablando desde ese archivo silencioso que todos llevamos en el bolsillo. Y en tiempos donde todo parece fugaz, quizás valga la pena detenerse y escuchar. Porque la voz de nuestros muertos, sugiere Román, sigue teniendo algo para decirnos.
pablo
Fuente de esta noticia: https://helvecia.com.uy/2025/05/26/audios-chats-y-recuerdos-el-impacto-de-la-tecnologia-en-el-duelo/
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