La atmósfera terrestre, que recordemos es esa capa de nuestro planeta que nos permite seguir haciendo eso de estar vivos, no es estática. Su grosor varía en función de diferentes factores. El Sol es el más importante, pero ahora sabemos que hay otro contribuyendo a que cada vez sea más fina: los seres humanos.
Hasta ahora, la idea de que el dióxido de carbono provocaba que la atmósfera se hiciese más fina era solo eso, una idea. Un nuevo estudio publicado en JGR Atmospheres acaba de confirmar lo que hasta ahora era solo una hipótesis. El dióxido de carbono que hemos emitido entre 2002 y 2021 ha reducido el grosor de la atmósfera en 342 metros, y es muy probable que el cambio sea permanente.
Para su estudio, los investigadores se han centrado en una región de la atmósfera terrestre conocida como MLT y que engloba la mesosfera (entre 50 y 80km de altura) y la termosfera (entre 80 y 700km de altura y que incluye la famosa línea de Karman). Para ello han empleado datos obtenidos por el satélite TIMED de la NASA durante un período de 20 años (entre 2002 y 2021).
El objetivo del estudio era observar hasta qué punto el clima solar afecta al grosor de la atmósfera. Por el camino han comprobado que el dióxido de carbono no solo enfría la estratosfera, sino que su efecto se sigue notando a mucha más altura. De los 1.333 metros de variación registrados por los investigadores en este período, 342 metros son atribuibles al dióxido de carbono emitido por los seres humanos. A diferencia de los otros, que oscilan arriba y abajo con el Sol, los causados por nuestra contaminación parecen ser permanentes.
¿Qué problemas puede acarrear que encoja la atmósfera?
El primero de esos problemas lo apunta un estudio publicado en septiembre de este mismo año por la físico Ingrid Cnossen, del British Antarctic Survey. Su estudio prueba que el enfriamiento provocado por el dióxido de carbono reduce el arrastre atmosférico. Cnossen calcula que, al ritmo actual, el arrastre atmosférico podría reducirse en torno a un 33% para 2070. Una reducción del arrastre a esas alturas significa que la atmósfera ejercerá menor tirón hacia abajo a los objetos en órbita. A primera vista es una buena noticia para los satélites porque mejora su vida útil. Lamentablemente, esa misma reducción de la fuerza de arrastre significa que la basura espacial también podría sostenerse un 30% más de tiempo antes de consumirse en la atmósfera, lo que sin duda significa más problemas para los satélites operativos existentes.
“Una consecuencia es que los satélites permanecerán arriba por más tiempo, lo cual es genial, porque la gente quiere que sus satélites permanezcan en órbita”, explica el científico geoespacial Martin Mlynczak del Centro de Investigación Langley de la NASA. “Pero la basura espacial también permanecerá más tiempo y probablemente aumente la probabilidad de que los satélites y otros objetos espaciales valiosos necesiten ajustar su camino para evitar colisiones”.
Gizmodo
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