

La vestimenta en tiempos de Jesús es uno de esos aspectos de la historia que suele despertar curiosidad, tanto por motivos religiosos como culturales. Lejos de los lujosos trajes que a veces muestran ciertas producciones o ilustraciones modernas, la realidad en las regiones donde vivió Jesús era mucho más sencilla, práctica y adaptada al clima y contexto socioeconómico de la época.
Durante el siglo I en tierras bíblicas como Galilea, Judea o Samaria, las prendas de vestir eran funcionales, modestas y profundamente influenciadas por la tradición y la religión. Los tejidos, los colores, los cortes y hasta los ornamentos no solo decían mucho sobre quién los llevaba, sino también sobre su situación económica, su rol dentro de la sociedad y su religiosidad.
La túnica como prenda base
La túnica era la prenda interior fundamental tanto para hombres como mujeres, y solía ser la única pieza que algunas personas llevaban puesta en climas cálidos. Su confección podía hacerse con lino, lana o incluso algodón, siendo los materiales escogidos según el estatus económico de quien la usara. Su longitud variaba: mientras que entre las clases populares se limitaba a la rodilla, las capas altas preferían túnicas más largas, incluso hasta los tobillos y con mangas adornadas.
La túnica de una sola pieza sin costuras que llevaba Jesús, como menciona el Evangelio de Juan, resaltaba por su valor y simbolismo religioso. Un regalo probablemente ofrecido por una de las mujeres que le seguían. Esta prenda era tan preciada que los soldados romanos echaron suertes por ella en lugar de dividirla. También era común que las túnicas fueran ajustadas con un cinto, que permitía moverse con mayor comodidad.
La capa o manto: más que abrigo
Por encima de la túnica, tanto hombres como mujeres solían vestir una capa exterior o manto, hecho de lana, pelo de cabra o algodón grueso, y habitualmente de color marrón con rayas claras verticales. Esta prenda no solo protegía del frío o del calor, sino que también servía como cobertor por la noche. Era tan importante que legalmente no se podía retener como prenda, porque privar a alguien de ella suponía condenarlo al frío nocturno. De esta prenda también se podía hacer referencia cuando Cristo recomendaba no poner pleito ni por el sayo ni por la capa en el Sermón del Monte.
El manto tenía múltiples funciones: se usaba incluso para cargar objetos como grano, frutas o cebada, y el seno del manto era aprovechado como una especie de bolso improvisado. Esto era habitual en un contexto donde los recursos eran limitados y todo debía reutilizarse.
Cintos: de sujeción y almacenamiento
El cinto o cinturón era una pieza esencial en la indumentaria cotidiana, no sólo para ceñir la túnica y permitir libertad de movimiento, sino también como compartimento para guardar objetos personales como dinero o armas pequeñas. Los había de cuero sencillo, usados por profetas y figuras como Juan el Bautista, y también cintos más elaborados de lino o seda, bordados y usados por personas con mayores recursos.
En muchos pasajes bíblicos, “estar ceñido” es equivalente a “estar preparado”, tanto en sentido físico como espiritual. Así lo vemos en las epístolas del Nuevo Testamento y en las metáforas del Antiguo Testamento.

Calzado: sandalias y protección simbólica
Las sandalias eran el calzado predominante y estaban hechas de cuero o madera, sujetas con correas. Solo los más ricos llevaban algo parecido a zapatos cerrados, y generalmente se reservaban para ocasiones especiales. La costumbre de quitarse las sandalias al entrar en casa o en suelo sagrado tenía un fuerte componente simbólico y cultural, remarcando respeto y pureza.
Determinadas leyes y tradiciones tenían también su reflejo en los pies: por ejemplo, desatar la correa de las sandalias a otro era un gesto de humildad y servicio. Era una práctica común entre discípulos y maestros religiosos.
El turbante y el cuidado del cabello
La cabeza se protegía del sol con un turbante o pañuelo -a menudo blanco- enrollado varias veces y sujeto con un cordón. El cabello largo, especialmente entre mujeres, era símbolo de belleza y en el caso de los hombres, la barba también se valoraba como signo de dignidad. El afeitado o calvicie podían estar asociados a maldiciones o enfermedades, como la lepra.
En algunos casos, el turbante cumplía funciones religiosas, sobre todo entre los sacerdotes o los fariseos, quienes además lo decoraban con franjas específicas como manda la Torá.
Diferencias entre el atuendo masculino y femenino
La ropa de los hombres y mujeres era similar en su estructura, pero se diferenciaba en detalles, longitud, bordados y en el uso de ornamentos como velos, adornos y colores. Las túnicas femeninas eran más largas y las capas más elaboradas. Además, el velo o manto para cubrir la cabeza era una prenda fundamental en las mujeres, tanto en público como en la intimidad del hogar.
El velo era signo de recato y respeto social, y en algunas circunstancias religiosas era obligatorio. Las prostitutas, por ejemplo, se caracterizaban por no usarlo. Este elemento de la vestimenta sigue presente en muchas culturas actuales cuyos orígenes se remontan a las costumbres de la época bíblica.
Ropa interior y concepto de “desnudez”
La ropa interior consistía básicamente en la túnica mencionada anteriormente, y el no llevar un manto encima se consideraba estar “desnudo” según los estándares sociales y religiosos del momento. En muchos pasajes bíblicos, esta “desnudez” no era estar sin ropa completamente, sino sin la segunda capa que completaba el atuendo apropiado para determinadas situaciones.
Este matiz es clave para entender muchos pasajes que pueden parecer confusos en una lectura moderna. La diferencia entre estar “en ropa de casa” y estar “vestido para salir” suponía un cambio importante en la manera de percibir a una persona.
La confección de la ropa: un proceso artesanal

La fabricación de las telas y la confección de las prendas eran tareas domésticas realizadas principalmente por mujeres. El hilo se producía con husos y ruecas de forma rudimentaria, y los telares eran muy primitivos. Las mujeres hilaban mientras conversaban o incluso mientras comían. Esta actividad estaba profundamente integrada en la vida diaria.
Las agujas eran toscas, hechas de hueso o bronce, y coser era una tarea lenta y meticulosa. La mujer ideal, según el libro de Proverbios, es aquella que aplica sus manos al huso y no se mantiene ociosa. A través del hilado se compartían historias, se fortalecían vínculos y se mantenía el tejido social tanto literal como figuradamente.
El lavado de la ropa

Al igual que la confección, el lavado de las prendas era tarea femenina y se realizaba en manantiales, ríos o piscinas públicas. Las mujeres golpeaban la ropa contra piedras planas con mazos de madera. Se utilizaban jabones naturales, como el natrón o jabones de base vegetal, cuya eficacia era conocida desde la antigüedad.
Este proceso era agotador y requería organización logística, ya que también necesitaban acarrear el agua hasta sus hogares en cántaros de barro sobre la cabeza o los hombros. La limpieza de la ropa se asociaba también a la pureza religiosa, y muchas metáforas bíblicas la utilizan para hablar del perdón o la santificación.
Los ornamentos femeninos
Aunque el pueblo hebreo no solía ser ostentoso en cuanto a sus adornos, las mujeres sí llevaban ciertos ornamentos, especialmente en ocasiones especiales o nupcias. Se usaban pendientes, collares, brazaletes y anillos; algunos de ellos formaban parte de la dote personal. Estas joyas podían estar hechas de oro, plata, vidrio o incluso hueso tallado.
Los ornamentos también podían incluir campanillas en los tobillos, cintas con monedas en la cabeza y joyeles en la nariz, utilizados por pueblos beduinos y ya mencionados en pasajes como Isaías 3:19-21. El uso excesivo de adornos era criticado por personajes como Pedro o Pablo, que defendían una imagen más sobria en línea con los valores cristianos emergentes.
Vestidos especiales y simbólicos: fariseos y religiosos
Los fariseos llevaban filacterias (pequeñas cajas con versículos bíblicos) en la frente y brazos, y franjas azules en las esquinas de sus mantos, como manda la ley mosaica. Esta indumentaria resaltaba su identidad religiosa, aunque fue motivo de crítica por parte de Jesús, quien condenaba el uso ostentoso carente de significado profundo.
Estas prendas y ornamentos religiosos también tenían un carácter didáctico: recordaban constantemente la ley de Dios y la necesidad de cumplirla en cada aspecto de la vida.
Vestimenta infantil y trabajo
Los niños llevaban versiones más pequeñas de las túnicas de adultos, y desde jóvenes se les asignaban tareas cotidianas como cuidar ganado, moler grano o buscar agua. Las niñas, en especial, participaban activamente en las labores domésticas desde temprana edad. Este tipo de vestimenta permitía libertad de movimiento y resistencia a las tareas de campo.
Muchas de estas costumbres se han mantenido con pocas variaciones hasta la actualidad en regiones tradicionales de Oriente Medio, especialmente entre las comunidades rurales.
Relevancia cultural y espiritual de la indumentaria
La vestimenta en tiempos de Jesús no era simplemente un conjunto de prendas para cubrir el cuerpo, sino una expresión social, espiritual y cultural con múltiples capas de significado. Estos atuendos reflejaban valores, revelaban estatus, marcaban diferencias de género y también actuaban como recordatorio constante del orden divino establecido a través de la ley.
Vestirse adecuadamente no era solo una cuestión de estética o costumbre, sino también de obediencia, honor y respeto hacia uno mismo, hacia los demás y hacia Dios.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/vestimenta-en-la-epoca-de-jesus/
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