

Colombia no está esperando a que el mundo cambie: está tomando el volante. En un país donde el transporte representa cerca del 12% de las emisiones de gases de efecto invernadero, la electrificación del sistema público de buses ha dejado de ser una utopía verde para convertirse en una realidad estratégica, urgente y transformadora. El impacto es contundente: los buses eléctricos están logrando reducir hasta un 73% de las emisiones de dióxido de carbono comparado con sus equivalentes diésel y a gas natural.
En Bogotá, donde el transporte es responsable del 40% de los gases de efecto invernadero y del 31% de las emisiones de partículas contaminantes (PM2.5), este cambio no solo representa una apuesta por el clima, sino un imperativo de salud pública. La capital colombiana se ha convertido en uno de los referentes más prometedores de movilidad limpia en América Latina.
“Electrificar y modernizar el transporte público urbano no es solo una medida climática. Es una decisión que salva vidas, mejora la salud y transforma la calidad del aire que respiran millones de personas”, subraya Sarah Arboleda, Jefa de Implementación de C40 Cities en Colombia. “Los buses urbanos, aunque no son mayoría en el parque automotor, sí generan un alto impacto en la calidad del aire por su uso intensivo”.
Los datos hablan con claridad. Estudios liderados por la iniciativa ZEBRA —una alianza entre C40 Cities y el Consejo Internacional de Transporte Limpio (ICCT)— muestran que los buses eléctricos no solo contaminan mucho menos, sino que además son más rentables. Evaluaciones de Costo Total de Propiedad (TCO, por sus siglas en inglés) revelan reducciones superiores al 10% en costos operativos y de mantenimiento, especialmente por el menor consumo energético y la mayor confiabilidad del sistema eléctrico.
Oscar Delgado, experto del ICCT, explica que el análisis contempla todo el ciclo de vida de los vehículos, desde la producción del combustible hasta el mantenimiento de los buses. “El impacto ambiental se mide en cada etapa, desde el pozo hasta la rueda (‘Well to Wheel’), incluyendo las emisiones durante la producción de gas, diésel y electricidad en Colombia. La ventaja de la tecnología eléctrica es clara en todas las categorías”, afirma.
Los beneficios no se limitan a lo ambiental y económico. Colombia también ha avanzado en construir un marco legal que respalde esta transición. La regulación para el reciclaje y la disposición de baterías está vigente desde hace más de una década, asegurando que la cadena de circularidad se mantenga firme y sostenible.
“La ley 1672 de 2013 y el decreto 284 de 2018 garantizan que las baterías no se conviertan en un problema ambiental. Hoy, gracias a los nuevos desarrollos, podemos decir que su reciclabilidad está prácticamente asegurada”, señala Delgado.
La revolución ya está en marcha. Bogotá opera actualmente la mayor flota de buses eléctricos de América Latina fuera de China, y ciudades como Medellín y Cali siguen su ejemplo. En un continente que históricamente ha sufrido los efectos de la contaminación urbana, el liderazgo colombiano en movilidad eléctrica ofrece una hoja de ruta realista y esperanzadora.
Lo que hasta hace unos años parecía una apuesta arriesgada hoy se consolida como un modelo replicable. No se trata únicamente de reemplazar motores, sino de redibujar la manera en que las ciudades respiran, se mueven y se piensan. En ese sentido, los buses eléctricos no son solo un medio de transporte: son vehículos del futuro que ya empezaron a cambiar el presente.
carloscastaneda@prensamercosur.org
