

Felipe Morris- Escritor- Imagen Cortesía
A los 17 años, mientras muchos adolescentes apenas comienzan a asomarse al mundo, Felipe Morris ya lo ha recorrido con una intensidad poco común. Su primer libro, Fue al navegar… El país que descubrí en los ríos (Icono Editores), presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2025, no solo lo convierte en uno de los autores más jóvenes del certamen, sino en una revelación que desborda por completo el gesto anecdótico de la precocidad. Lo suyo no es una ocurrencia juvenil ni una curiosidad editorial: es literatura en estado de gracia.
Catorce relatos componen la obra. Catorce travesías a lo largo de un país profundo, contradictorio y muchas veces olvidado, narradas con una mezcla de claridad y asombro que raras veces se encuentra en autores tan jóvenes. En cada uno de estos textos, Morris recoge paisajes remotos, rostros anónimos, dialectos, silencios y verdades duras que no suelen tener cabida en el discurso oficial de Colombia. Pero lo más valioso que rescata no es información: es experiencia convertida en relato. Porque Felipe, más que describir, recuerda. Más que reportar, confiesa. Y lo hace con una madurez que, sin renunciar a la emoción, nunca cae en el sentimentalismo.
El origen de este libro no está en una oficina ni en un aula, sino en una sucesión de viajes iniciáticos que comenzaron cuando apenas tenía 16 años. Guiado por su padre, el reconocido periodista Hollman Morris —incansable investigador de los márgenes del conflicto colombiano—, Felipe emprendió recorridos por zonas del país que suelen estar fuera del radar turístico y mediático. Chocó, el río Baudó, el Guainía, la Mompox colonial, el caudal del Magdalena, las selvas de Meta y las aguas del Güejar, la Cali herida del estallido social, la frontera caliente de Juan Frío. En todos esos lugares dejó una parte de sí, y a cambio se llevó historias que ahora devuelve convertidas en literatura. «Si me preguntan qué escenas se me quedaron navegando con más fuerza en la memoria, elegiría dos», dice Felipe con la tranquilidad del que ha vivido mucho y con la inquietud del que aún no ha vivido nada. «Una fue en el Chocó, durante la pandemia: un pueblo fantasma donde uno de mis personajes reencontró a sus perros, solos, luego de días de abandono. La otra ocurrió en Cali, en medio del paro nacional, donde presencié la resistencia juvenil en Puerto Resistencia. Fueron imágenes que se me quedaron tatuadas en el alma, y que todavía no sé del todo cómo entender.»

Felipe Morris- Imagen Cortesía
A lo largo del libro, el lector no solo siente que viaja con él, sino que escucha. Porque Morris ha sabido captar lo esencial: que en los territorios golpeados por el olvido, las palabras no se gritan, se murmuran. Y que quien quiera oírlas debe aprender primero a callarse. Sus relatos están llenos de ese silencio que antecede a la comprensión, y de ese temblor que sólo provocan las verdades dichas sin adornos.
Pero hay algo más. La prosa de Felipe Morris no solo está sostenida por la observación o la sensibilidad; está tallada con un cuidado casi artesanal. Las frases fluyen con naturalidad, pero tienen peso. Las imágenes son nítidas, pero nunca forzadas. Y sobre todo, hay una voz. Una voz propia. A veces introspectiva, a veces punzante, siempre auténtica. Una voz que no busca impresionar, sino compartir. Que no pretende saberlo todo, pero que se atreve a mirar sin parpadear.
Fue al navegar… se completa con las ilustraciones del célebre caricaturista Matador, que aporta un trazo lúdico y satírico al conjunto, y un prólogo de la novelista Pilar Quintana, una de las escritoras más potentes de la literatura colombiana contemporánea, que reconoce en Morris una nueva fuerza narrativa en ciernes. Además, cada relato está acompañado por una canción, en una especie de banda sonora emocional que acompaña la lectura como si cada historia tuviera su propio ritmo interno, su tempo afectivo.
En tiempos de saturación informativa, de redes que atropellan la palabra y de discursos vacíos, la aparición de un libro como este es un recordatorio de que aún hay jóvenes que prefieren salir a caminar el mundo antes que comentarlo desde lejos. Que todavía hay quienes creen que el país se conoce con los pies mojados, el cuaderno abierto y los ojos bien dispuestos. Que la escritura puede ser un acto de memoria, de justicia y de amor.

Felipe, Mama, Hermana, y el Padre, Hollman Morris prestigioso periodista Colombiano
Felipe Morris no vino a imitar a nadie. Su literatura no es heredera de la tradición complaciente ni de los moldes académicos. Viene, más bien, de la escuela del asombro y la incomodidad. De la certeza de que hay paisajes que no se entienden si no se recorren. De la intuición —profundamente política— de que contar un país también es una forma de transformarlo.
Y así, mientras otros chicos de su edad siguen buscando su lugar en el mundo, Felipe parece haber encontrado el suyo en la palabra. Una palabra que no grita, que no presume, pero que deja huella. Como los pasos de quien atraviesa un río sin saber si al otro lado encontrará tierra firme o un nuevo abismo. Como quien escribe no para explicar el país, sino para no olvidarlo.
carloscastaneda@prensamercosur.org
