

Una opinión divulgativa , de acercamiento y comprensión, sobre el «gurú de la inmortalidad»: el hispano Jose Luis Cordeiro, con ocasión de repasar su libro » «La muerte de la muerte». La posibilidad científica de la inmortalidad física y su defensa moral.
Preámbulo .- Entre urnas funerarias y aplicaciones del nitrógeno líquido.
Parece que ya nos hemos acostumbrado a despedirnos de nuestros muertos en una urna de diseño, o incluso a esparcir sus cenizas en raices de un bonsái decorativo, «ad hoc». A nadie le sorprende que una mujer con 50 años dé a luz gracias a óvulos congelados a los 30, ni que los bancos de esperma sean cotidianos en bajos comerciales de muchas ciudades . Y sin embargo, cuando alguien habla de criogenizarse, es decir, conservar su cuerpo —o su cerebro— en nitrógeno líquido con la esperanza de despertar en un futuro tecnológico más amable, muchos fruncen el ceño. Se ríen. Se incomodan. Como si la ciencia ficción no tuviera derecho a rozar lo jurídico.
Pero, ¿y si estuviéramos ante el próximo derecho civil que todavía no sabemos cómo regular? ¿Y si la crioconservación no fuera una locura de ricos excéntricos, sino una decisión tan personal —y legítima— como donar órganos o pedir ser incinerado?
II. Vivir después de morir: entre el tabú y la patente
En pleno siglo XXI, la muerte ha dejado de ser una frontera tan clara como antes. Vivimos en una época donde los datos pueden sobrevivirnos, donde hay bots que imitan la voz y el carácter de nuestros seres queridos fallecidos, y donde empresas de Silicon Valley prometen replicar conciencias en la nube con un toque de «Neurolink». De hecho, ya existen startups que ofrecen crear versiones digitales de nuestros familiares, con quienes se puede «conversar» tras su muerte. La muerte se digitaliza, se convierte en interfaz. Y todo esto ocurre mientras el derecho apenas ha terminado de adaptarse a la idea de que unos abuelos pueda representarse planta ornamental de interior.
En este contexto, la criopreservación deja de ser un capricho de ciencia ficción para convertirse en una frontera legal inexplorada. Y aquí es donde entra José Luis Cordeiro.
III. José Luis Cordeiro: el iberoamericano que quiere matar la muerte
José Luis Cordeiro no es un científico al uso. Ingeniero, economista, transhumanista y provocador por vocación, lleva años dedicando su vida a una idea que muchos aún consideran herejía: que la muerte es una enfermedad… y que tiene cura. Su libro La muerte de la muerte, escrito junto al doctor David Wood, no es solo un tratado futurista, sino un manifiesto filosófico, científico y profundamente iberoamericano. Porque sí: Cordeiro es un orgulloso latino, y lo es con la pasión del que sabe que su tierra también puede liderar la vanguardia tecnológica global.
No se anda con rodeos: en sus conferencias proclama que quienes lleguen vivos al año dos mil treinta no morirán. Lo dice así, sin anestesia. Ni eufemismos. Y lo fundamenta en el avance exponencial de la biotecnología, la inteligencia artificial, la nanomedicina, la reprogramación genética y las terapias celulares. Mientras otros miran al presente con resignación, él lo hace con descaro: quiere hackear la muerte, desmontar el envejecimiento y abrir la puerta a lo que él llama “la longevidad indefinida”.
Pero lo más interesante es que su pensamiento no se queda en el laboratorio. Cordeiro ha sido, y sigue siendo, un pensador profundamente conectado con Iberoamérica. Es autor de «El tabú de Venezuela», donde denuncia el secuestro de la libertad en su país de origen, y se ha referido a la unidad de América Latina como clave en el porvenir tecnológico y político del mundo. El célebre escritor Arturo Uslar Pietri llegó a decir que su obra es tan relevante como la propia batalla de Carabobo. No es poca cosa.
En Cordeiro, la inmortalidad no es solo biológica: es también digital, emocional, cultural. Él defiende la idea de que algún día podremos transferir nuestros recuerdos, nuestra conciencia e incluso nuestra personalidad a soportes digitales —como si nuestra identidad pudiera sobrevivir más allá del cuerpo. La nube ya no sería solo un lugar de almacenamiento, sino la nueva tumba universal… o la nueva matriz de renacimiento.
Además de recordar que el Sr. Cordeiro, fue el último, parece ser, que entrevistó al genial Arthur C. Clarke ( el de los satélites geoestacionarios; y, a su vez, el autor «Odisea en el espacio» y su primate » Moon Watcher») ; donde esa.elipsis cinematográfica,temo recordar , que se refrenda en su libro «Perfiles del futuro «; donde asevera que: » fue la herramienta la qué inventó al hombre; porque el prehomínido que inventó la herramienta se extinguió en esa virtualidad; y dió paso a otra especie más adaptada, y evolucionada en esas herramientas, los sapiens, sapiens»…¿ y vislumbra que en un futuro podría darse un «bucle evolutivo?
Y, volviendo a los «genes culturales» ( memes Richard Dawkins , dixit, en «El gen egoista»), mientras esos «memes» de la ley se aferran a conceptos del siglo veinte, Cordeiro está proponiendo una nueva dimensión del derecho civil: el derecho a no morir todavía.
IV. De espermatozoides congelados a cuerpos suspendidos: ¿y si el derecho ya hubiera abierto la puerta sin querer?
La ley, aunque no siempre lo parezca, tiene su lógica. Y una de sus columnas fundamentales es el principio de autonomía personal. Es decir: mientras no hagas daño a otros, tienes bastante margen para decidir sobre tu cuerpo. Bajo esa idea se legalizó la incineración en España —un detalle no menor, por cierto, ya que fue considerada escandalosa por sectores conservadores hasta bien entrado el siglo veinte. ¿Cuándo se autorizó la cremación en nuestro país? Pues oficialmente, en mil novecientos ochenta y tres, mediante la Orden del Ministerio de Sanidad que reguló las condiciones higiénico-sanitarias de los crematorios. Es decir: hace apenas unas décadas.
Desde entonces, el derecho ha ido reconociendo —aunque con pasos torpes— que las personas pueden decidir cómo quieren morir, cómo quieren ser enterradas o incluso cómo quieren ser recordadas. Se acepta la donación de órganos. Se congelan embriones para fecundaciones posteriores. Se almacenan óvulos y espermatozoides de adolescentes con cáncer para que puedan ser madres o padres años después. Se permite la eutanasia en determinados casos. Incluso se reconocen los testamentos digitales, en los que una persona decide qué quiere hacer con sus redes sociales una vez fallecida.
¿Y sin embargo no vamos a permitir que alguien diga: “No quiero morirme del todo todavía; métanme en nitrógeno y ya veremos”? ¿No es más digna esa decisión —por estrafalaria que parezca— que el silencio legal absoluto?
Lo que la criopreservación plantea no es más radical que lo que ya hemos aceptado. Si puedo pagar para congelar mis células reproductoras, ¿por qué no voy a poder congelar mi cuerpo entero? ¿Dónde acaba la autonomía sobre el cuerpo? ¿Por qué incinerar sí, pero criogenizar no?
Aquí es donde empieza a notarse que no es un problema técnico. Es un tabú. Es cultural. Es filosófico. Y por eso el derecho todavía no sabe por dónde entrar.
V. Chatbots del más allá y plantas con cenizas: la muerte como producto de diseño
Mientras el derecho duda, la industria avanza. Y lo hace con paso firme. Hoy existen empresas que, mediante inteligencia artificial, permiten conversar con seres queridos fallecidos. Usan sus mensajes antiguos, sus grabaciones de voz, sus fotos, sus tics verbales, y los integran en un chatbot que “responde” como ellos. Algunos incluso usan avatares que imitan su rostro. Y funciona. Funciona porque toca una fibra emocional profunda, porque el duelo es un terreno tan íntimo que la lógica se disuelve.
Algunos padres han recreado a sus hijos perdidos. Algunas parejas charlan por WhatsApp con sus amores difuntos. ¿Es sano? ¿Es ético? ¿Es real? No lo sabemos. Pero es legal. Y está ocurriendo. Incluso hay versiones para mascotas: un perro virtual que ladra como tu perro muerto y te acompaña en una app.
Y si esto le parece excesivo al lector, que se asome al mundo del espectáculo: María Callas ha vuelto a los escenarios —sí, la diva— gracias a la realidad aumentada. Su holograma canta arias de Tosca con la misma intensidad que antes de fallecer, quizás con un wrecking ball escondido entre pentagramas clásicos. Lo mismo ocurre con otros grandes artistas que, fallecidos o no, ya no son del todo dueños de su voz ni de su imagen. El alma digital tiene manager.
¿Entonces qué nos queda? ¿Aceptar que una soprano virtual llene teatros en dos mil veinticinco, pero seguir viendo con horror a quien pide una oportunidad de seguir vivo —en cuerpo o en bits— en el año dos mil cien?
Tal vez la pregunta no sea si estamos preparados para la criogenización. Tal vez la pregunta sea si el derecho está preparado para dejar de temerle al futuro.
VI. Conclusión – Criogenizarse: ¿un derecho emergente y alcanzable … que todavía no hemos entendido?
Lo que aquí se plantea no es un delirio, ni una moda de millonarios aburridos. Es, en el fondo, una consecuencia lógica de todo lo que ya estamos aceptando: que el cuerpo nos pertenece ( en lo jurídicamente reconocido ); que la muerte – o al menos su umbral, según algunos científicos – puede ser rreversible, y que el futuro no tiene por qué parecerse del todo al pasado.
La criopreservación —o criogenización, como también se le llama popularmente— debería empezar a considerarse, si no un derecho consolidado, al menos un derecho emergente. Un derecho inalienable en potencia. Porque si me permiten donar mis órganos, congelar mis óvulos, incinerar mis restos, o convertirme en árbol, ¿por qué no se me permite postergar mi muerte biológica hasta que la ciencia decida si hay otra opción?
La falta de regulación no protege a nadie. Solo genera inseguridad jurídica para quienes desean ofrecer este servicio, y niega libertades a quienes ya no temen plantearse lo impensable. El legislador está a tiempo de abrir el debate, con criterio, con prudencia, pero también con valentía. Porque la tecnología no espera, y lo que hoy parece ciencia ficción puede ser mañana un derecho olvidado.
Y si algún día, entre algoritmos, memorias digitales, cuerpos dormidos en nitrógeno y arias de Callas en holograma, conseguimos devolver la vida a alguien que fue criogenizado, lo mínimo que podrá decir ese resucitado será: “Gracias por no haberse reído tanto en su momento”.
Aunque tal vez habría que retomar aquello que se llama, por profetas y misticismos, el pecado original. Ya habíamos comido la fruta del del bien y del mal del árbol de la ciencia. ¿Se nos podrían indigestar las tecnomanzanas de la singularidad?
Puede que en todo esto haya algo de «Pensamiento Alicia», de optimismo desaforado y de pensamiento Alicante ( la del «pais de las Maravillas «), que diría el gran filosófico Gustavo Bueno.
«La vie et belle» ; pero en ocasiones,también brutal y demoledora. La humana consciencia de la realidad nos debe enfrentar » al arte de las posibilidades «. Ante las «disrupciones exponenciales» del porvenir no habría que subestimar el poder de la estupidez; y eso que nos autodenominamos» sapiens, sapiens»; esperando que esa soberbia no nos lleve a ser una especie que se extinguió por creerse inmortal. El camino al infierno parece que estar empedrado de buenas intenciones.
Lo que históricamente deberíamos reconocer es que: aquello que – a priori- parece una locura, suele ser sólo una idea que llegó antes de su ley.
Javier Pertierra.
( In memoriam, múltiples)
