
“La ampliación de la Unión Europea es un imperativo geopolítico”. Esta afirmación en 2024 del entonces presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, era impensable antes de la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, hoy resuena como un mantra en los pasillos de Bruselas y se repite en cada discurso oficial. Desde aquel 24 de febrero de 2022, Ucrania, Moldavia, Macedonia del Norte y Bosnia se han convertido en candidatos a Estados miembros, sumándose a Montenegro, Serbia y Albania. Todos salvo Bosnia (que se espera que lo haga este 2025) han comenzado las negociaciones para una ampliación fijada para 2030.
Con la nueva ampliación, la UE pasaría de veintisiete a más de treinta países y aumentaría su población en unas sesenta millones de personas. Es una promesa complicada, pero la guerra de Ucrania impulsó la prioridad de expandir y reforzar el bloque comunitario y la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha reforzado la urgencia de llevarla a cabo. Si Estados Unidos retira el apoyo militar a Europa, la UE deberá encargarse de su propia defensa. Eso exige no sólo unidad política, sino también más capacidades militares. En este contexto, la integración de nuevos países en el bloque es una cuestión de supervivencia geopolítica.
La defensa como motor de la ampliación de la UE
Una UE más grande significa no sólo un mercado común más amplio, sino también mayores capacidades de defensa. Los Veintisiete suman 1,4 millones de efectivos militares, frente a 1,3 millones de Rusia, según datos del International Institute for Security Studies. Incorporar a Ucrania sumaría al bloque un ejército puntero muy mejorado durante la guerra y unos 900.000 militares en activo. Por su parte, Serbia, Bosnia, Macedonia del Norte, Albania, Montenegro y Moldavia aportarían unos 62.000 soldados. Ahora bien, de poco sirve superar en cifras a un ejército ruso centralizado y con experiencia en combate real si los de la UE siguen funcionando como una suma de comandos nacionales.