

— “¿Cuántos años tenés Dylan?”
— “Nueve”, me dijo sin tomar en cuenta mi desconcierto.
Parecía, pero mi pregunta no estaba tan desubicada. A los nueve años, y sin ánimo de dictar cátedra, acababa de darme una definición que me hubiera insumido un buen tiempo de calistenia teológica.
No sé de dónde venía la conversación ni si iba para alguna parte.
Íbamos llegando a la playa en Palmares de la Coronilla cuando le oí decir: “el diablo es un mal amigo.”
Con más rapidez de reflejos que de razonamiento, atiné a preguntarle la edad. Y seguimos como si no hubiera pasado nada. La afirmación “me voló la cabeza.”
Faux-ami, nos advertía Mónica en unas clases en la Alianza Francesa en Paysandú. “Falsos amigos”, de ésos hay que cuidarse. Así llamaba a términos que suenan muy parecidos en castellano y en francés pero tienen significados bien distintos. Si la guía es esa falsa amistad, la comprensión corre peligro.
En la parábola evangélica, Jesús dice que quien aprovechó la oscuridad de la noche para sembrar cizaña en el trigo fue “el enemigo”. Dylan le dio a la imagen otra vuelta de tuerca. No deja de ser enemigo, pero a veces se viste con traje de amistad.
¿O no suena bondadoso cuando ofrece dinero fácil, cuando nos hace creer que tiene la felicidad para darnos, cuando dice que puede satisfacer nuestra necesidad de ser amados, lindos, tener poder y éxito? ¿No parece dulce compañero cuando ofrece prestigio en forma de automóvil de alta gama, paisajes paradisíacos, libertad infinita y goce sin límites a cambio solamente de nuestra fidelidad?
¿No parece convincente cuando con físico de deportista joven y saludable nos ofrece una marca de cigarrillo o una bebida alcohólica que seguramente ese ícono del triunfo no probará nunca? ¿No nos acaricia mientras dice ámate a ti mismo como a ti mismo?
Imaginé que con esa misma susurrante dulzura sonaría en los oídos de Jesús aquel “todo esto será tuyo”, “… este poder y la grandeza de estos países.” Dice el relato en el Evangelio según san Lucas y san Mateo, que después del bautismo, Jesús fue llevado al desierto y el diablo lo puso a prueba. Lo llevó a la cima de un cerro desde donde “vio en un momento todos los países del mundo”. “Los he recibido y puedo dárselos a quien quiera. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.” Dylan diría que suena con la voz de un mal amigo que dice querer cuidarlo y evitarle los trabajos, el esfuerzo y hasta el sacrificio que implica su consagración materializada en el bautismo.
Muchas veces se disfraza de dinero, quizás sea su disfraz preferido, o el que le resulta más eficiente para convencernos. Se disfraza de estadista y llega a convencer de que con violencia se abate la violencia, que la guerra consigue la paz o que la esperanza es vana ilusión en la que no vale la pena comprometer la vida. Es tan astuto que su primer engaño es hacernos creer que no existe.
¿Qué edad me dijo? Nueve años.
El relato del Evangelio dice que “el diablo se alejó de Jesús por un tiempo”. ¿Volvió? Seguramente con un discurso renovado. ¿Cuántos oirá Dylan? Él me advirtió, tal vez sea también para que le ayude cuando otros discurso meloso le endulce los oídos.
Editorial publicada en ESTE Periódico Valdense, edición del mes de abril de 2025.
pablo
Fuente de esta noticia: https://helvecia.com.uy/2025/03/29/nuestro-viaje-hacia-el-mar-por-el-pastor-oscar-geymonat/
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