

Winston Churchill describió el golf como un deporte donde se “golpea una bola muy pequeña para que caiga en un agujero muy pequeño, empleando instrumentos especialmente mal diseñados para esa tarea”. A la Unión Europea le pasa algo parecido cada vez que trata cuestiones de defensa. Incluso en un momento en que el debate es inaplazable, las premisas desde las que se aborda parecen diseñadas para impedir una conclusión útil.
Se repite con insistencia —desde tribunas, tertulias e instituciones— que el gasto europeo en defensa no garantiza la seguridad de la Unión. Sin duda, la UE tiene un problema de seguridad frente a Rusia, agravado tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump. Pero esto no se debe a que la Unión gaste poco en armas.
La UE gasta mucho, pero de forma ineficiente
Los presupuestos de defensa europeos antes de la invasión de Ucrania sumaban entre tres y cuatro veces el ruso. Si al gasto militar de 2024 se le añade el del Reino Unido, la cifra —457.000 millones de euros— es la mitad del estadounidense y el doble del chino. Esto no debería sorprender a nadie. La UE es una superpotencia comercial, con una población extensa y relativamente rica, además de empresas armamentísticas punteras. En principio, debería ser capaz de cubrir sus necesidades inmediatas de defensa: disuadir a Rusia para que no emprenda nuevas agresiones militares en su vecindario.
El problema es que el gasto militar europeo es extremadamente ineficiente. La UE apenas cuenta con recursos militares propios. El monopolio de la fuerza es un atributo fundamental de cualquier Estado, lo que los vuelve reacios a ceder soberanía en defensa. El resultado es que los veintisiete Estados miembros de la UE han desarrollado veintisiete “ejércitos bonsái”: réplicas en miniatura de fuerzas armadas más extensas y eficaces, como la rusa o la estadounidense.
Volvamos al símil de Churchill. Los presupuestos de defensa europeos son como palos de golf. En este caso, su diseño no permite generar economías de escala, ni sirven para desarrollar una industria de defensa que cubra todas las necesidades de la Unión. Tampoco para establecer una capacidad de disuasión creíble. El problema es bien conocido en el sector de la defensa, pero no parece calar en las propuestas que emergen para abordar la situación actual.
Estados Unidos y la OTAN presionan
La propuesta estadounidense es la más absurda. Donald Trump ha exigido que el gasto militar de cada Estado europeo se eleve al 5% de su PIB: un punto y medio más que el de su propio país. Esto equivaldría a multiplicar cada presupuesto de defensa por una media de 2,5. Trump también ha dejado claro, con su hostilidad a la UE, que ese gasto no debe realizarse de forma mancomunada ni servir para cohesionar a la Unión.
Aquí ni siquiera hablamos de palos de golf, sino de dar palos de ciego. Apostar al mismo tiempo por una paz apresurada en Ucrania y un rearme extraordinario para Europa es un sinsentido estratégico. En teoría, lo que busca la Administración Trump es que Europa no dependa de garantías de seguridad estadounidenses frente a Rusia. Esto permitiría a Washington centrarse en su rivalidad con China, contando —en los escenarios más optimistas— con el plácet de Moscú. De vuelta a la realidad, es imposible imaginar a Rusia volcándose en contener a China mientras, en el otro extremo de sus fronteras, Ucrania y sus aliados europeos emprenden una carrera armamentística sin precedentes cercanos.
Una lectura más sencilla y precisa es que Trump quiere extorsionar a Europa. Un rearme tan intenso y abrupto como el que propone llevaría a muchos Estados europeos a importar más sistemas de defensa estadounidenses, tanto para cubrir necesidades propias (en defensa aérea, en aviones de última generación…) como para engrasar su relación bilateral. Una decisión magnífica para las empresas de defensa estadounidenses y el propio Trump, que la vendería como el enésimo deal geopolítico. Pero nefasta para Europa, porque agravaría su dependencia militar de Estados Unidos.
La posición de la OTAN no es mucho más consistente. Los miembros de la Alianza Atlántica adquirieron en la Cumbre de Gales de 2015 (tras la anexión rusa de Crimea y su primera intervención militar en el este de Ucrania) el compromiso de elevar su gasto en defensa hasta un 2% del PIB. Hasta 2022, ese objetivo sólo lo cumplían un puñado de miembros. Desde entonces el gasto en defensa ha aumentado, especialmente en el este de Europa. Pero a finales de 2024 el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, opinó que sus miembros deberán gastar “mucho más del 2%” y que la vía para hacerlo es recortar sus Estados del bienestar.
Es difícil imaginar una hoja de ruta más contraproducente. Retornar a la Europa de los recortes y la austeridad reforzaría a los imitadores de Trump y Vladímir Putin en la UE. Trasladaría un problema de disuasión externo al interior de la UE, donde se convertiría en una amenaza existencial. Tal vez no sea casualidad que una propuesta tan contradictoria haya salido de la OTAN, una organización forzada a hacer funambulismo entre las exigencias estadounidenses y las posiciones del resto de sus miembros (europeos, pero también británicos y canadienses).
Pasos al frente en la UE
En tercer y último lugar encontramos el programa de la Comisión Europea. A la espera de que se termine de concretar, los contornos parecen claros: 800.000 millones euros de inversión en defensa durante los siguientes cuatro años. 650.000 millones saldrían de los Estados miembros, cuyo gasto en defensa no entraría en el cómputo de déficit nacional de cara a las nuevas reglas fiscales, y 150.000 millones de préstamos de la propia Comisión. Se debate la posibilidad de hacer compras conjuntas de armamento, así como el porcentaje que se debe destinar a inversión en sistemas de defensa europeos.
Esta propuesta al menos parte de la UE y considera a la Unión como el sujeto principal del debate. El problema es que permanece anclada en dos nociones contraproducentes para construir una defensa europea digna de ese nombre: en primer lugar, conservar unas reglas fiscales que actúan como una camisa de fuerza para el gasto público, impidiendo a la UE realizar el conjunto de inversiones que necesita para garantizar una seguridad plena. En segundo lugar, emplea los presupuestos nacionales como herramienta principal, con problemas y contradicciones ya mencionados (gasto ineficiente, dependencia de Estados Unidos).
Los defensores de esta iniciativa pueden señalar que emplea las herramientas al alcance de la UE. Es más pragmático avanzar a partir de lo que ya se tiene. Pero ante crisis tan profundas como la actual hay que invertir este razonamiento. En momentos así, las soluciones de máximos son más pragmáticas y eficaces que los parches.
El precedente de la lucha contra el covid-19 sirve como ejemplo. Como hace cinco años con la sanidad, hoy Europa necesita abordar su defensa como un bien público. Eso supone emitir deuda común y programas de inversión para establecer una seguridad europea con perspectiva amplia, sin descuidar sus componente industrial, energético, ni socioeconómico. La UE debería aprovechar la ocasión para desarrollar sus capacidades recaudatorias. Un primer paso podría consistir en confiscar reservas rusas en el exterior, gravar la actividad de oligarcas estadounidenses y establecer impuestos propios al patrimonio de multimillonarios europeos.
Construir un ejército europeo es un paso ineludible en ese proceso: es necesario para cohesionar la UE y garantizar su capacidad de disuasión sin un gasto militar desbocado. Cuenta con el respaldo mayoritario de la opinión pública europea. Y pese a las dificultades —más políticas que técnicas— que conlleva desarrollarlo, es una opción más realista que encomendar la misma tarea a veintisiete ejércitos bonsáis. Los palos de golf sólo interesan al inquilino de la Casa Blanca. Lo que Europa necesita es compartir una visión de seguridad plena y desarrollar los instrumentos que la garanticen.
Jorge Tamames
Fuente de esta noticia: https://elordenmundial.com/europa-defensa-seguridad-industria-geopolitica/
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