La ruta de los migrantes busca llegar, finalmente, a los Estados Unidos, pasando primero por la selva que une a Colombia y Panamá.
COLOMBIA.- En el pueblo colombiano de Necoclí ya se acostumbraron a que a diario cientos de personas acampen en sus playas a la espera de coger las lanchas que los llevan a la frontera de Panamá, en una travesía migratoria hacia Estados Unidos que crece cada día y amenaza con «explotar».
Es un flujo constante, itinerante, de personas de todo el mundo, familias enteras que caminan juntas y que solo comparten las ganas de conseguir un futuro mejor a cualquier costo, incluso el de pasar por uno de los pasos fronterizos más peligrosos del mundo: la aventura de una semana por una selva frondosa, montañosa, que dicen que se traga a las personas.
El año pasado, según cifras de las autoridades panameñas, cruzaron por el Tapón del Darién 133.726 personas, un número que jamás se había registrado por la dificultad del trayecto. Los números no paran de aumentar y en los primeros nueve meses de este año ya van 151.572.
Necoclí es la primera parada en la ruta por el Darién. Este es un pueblo antioqueño situado en la costa este del golfo del Urabá, en el Caribe colombiano, donde, arrullados por el vallenato y la salsa de los kioskos de la playa, los migrantes descansan acostados sobre la arena mientras sus hijos se bañan en el mar o juegan a hacer castillos con fichas de dominó.
3.000 al día
«La situación está difícil. Nos va a estallar esta vaina en la cara», confiesa una persona de Capurganá, el pueblo que los recibe al otro lado del golfo del Urabá, ya casi en la frontera con Panamá, y que conoce bien el negocio. Dice que cada día están pasando entre 1.200 y 1.600 personas, mientras el año pasado, por limitaciones del Gobierno colombiano, solo podían pasar 650.
Sin embargo, la Procuraduría General de Colombia alertó este fin de semana sobre la «grave situación» migratoria que vive el país, donde ya calcula que al menos 3.000 migrantes pasan por día por la zona del Urabá, en el noroeste del país, en dirección a la selva del Darién, fronteriza con Panamá.
El procurador delegado para los derechos humanos, Javier Sarmiento, manifestó «su preocupación por la situación que ocurre en el Urabá antioqueño, en el que diariamente más de 3.000 personas están pasando por los municipios de Necoclí y Acandí hacia la selva del Darién».
Más migrantes, más recursos
Pero desde que comenzó a recibir este éxodo constante de personas en tránsito, un fenómeno que siempre ha existido pero que el año pasado se disparó, Necoclí ha evolucionado. La migración es un negocio fácil de percibir.
Ahora el edificio de la empresa que gestiona las lanchas que lleva a los migrantes -que es la misma que usan los turistas que quieren disfrutar de este paradisíaco rincón de Colombia- está en expansión: compraron tres embarcaciones más.
Hay más hoteles y los negocios informales, de venta de comida, botas de caucho o cambio de dólares, florecen por el humilde paseo marítimo donde la basura se acumula en las esquinas y los migrantes caminan de un lado para otro haciendo acopio de lo necesario para la travesía por la selva.
El muelle de tablas de madera de apenas 200 metros ahora mira receloso al flamante muelle de cemento, que construyeron rápido, pero que no puede ser inaugurado porque es demasiado alto para las lanchas.
Nueva ola de venezolanos
También han cambiado quienes pasan por aquí. Mientras el año pasado casi la totalidad fueron haitianos, este año más del 70% son venezolanos, algunos de los cuales se suben a las lanchas tarareando «Pedro Navaja», del panameño Rubén Blades, cuando se escucha de fondo.
Leonardo no consiguió tiquetes en las lanchas hasta el domingo, así que su familia, las 40 personas que lo acompañan, tendrán que esperar hasta entonces en la playa.
«Algunos dicen que Venezuela se mejoró, pero es una gran mentira», dice Yasmari, una de los miembros de esta gran familia. Vienen de Venezuela -o de otros países donde primero probaron suerte, como Perú, Chile o la propia Colombia- alentados por conocidos que desde Estados Unidos les dicen que allí las cosas están mejor.
No dudan en confesar que les da miedo lo que tienen por delante, una selva donde los riesgos intrínsecos de las crecidas de ríos, picaduras de insectos, empinadas lomas repletas de lodo y las lluvias torrenciales se juntan con robos, violaciones y otros peligros.
Pero eso, aseguran, es mejor que quedarse de donde vienen. El miedo no opaca la voluntad de conseguir un futuro, aunque eso suponga hacer costumbre una realidad que roza lo irreal y sobre todo lo inhumano.
Una travesía difícil
El Tapón del Darién es la frontera natural entre Colombia y Panamá, por la que pasan miles de migrantes de distintos países, en una de las travesías más difíciles y peligrosas del mundo, con el objetivo de cruzar Centroamérica hasta llegar a Estados Unidos.
Por este motivo, el Ministerio Público hizo un llamado a las autoridades locales para que hagan «un estricto control de los servicios de transporte marítimo con el fin de precaver tragedias en la comunidad que se moviliza en ese sector».
De igual manera, se hizo un llamado a las autoridades nacionales para que se articulen y se coordinen con Panamá para «brindar seguridad y proteger la integridad de las personas que están transitando por este corredor».
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