

La Pontificia Unión Misional (PUM) comparte la reflexión para este domingo “Día del Señor”, desde la PUM invitan a los fieles a fijar su mirada en Dios y en su sabiduría: “En Él aprendemos, día con día, domingo a domingo, la sabiduría de la misericordia y del amor generoso que es capaz de romper la cadena del odio, de la violencia y del mal. Esta es también la humilde misión de todo cristiano, discípulo misionero de Cristo, que anuncia con coraje, en palabras y en obras, el Evangelio en todo el mundo”.
A continuación la reflexión completa:
VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO C)
1Sam 26,2.7-9.12-13.22-23; Sal 102; 1Cor 15,45-49; Lc 6,27-38
COMENTARIO
Concretizar el amor
El evangelio de este domingo es la continuación del “Discurso del llano” que Jesús comenzó con las bienaventuranzas, y que escuchamos la semana pasada. Entramos así en el núcleo de la enseñanza fundamental de Jesús a sus discípulos. En este pasaje se recomiendan, en particular, el amor a los enemigos y el ser misericordiosos como Dios Padre. Estos dos aspectos hacen parte del único mensaje del Amor que ha dejado un característico signo revolucionario en la historia de la humanidad y en el mundo entero (tanto es cierto que cuando los misioneros comenzaron la obra evangelizadora en Vietnam, el cristianismo fue llamado por la población local Dao Yeu Thuong “religión del amor”). Sin embargo, frente a un mensaje tan conocido, existe siempre el riesgo de permanecer en la superficie del contenido, como si fuera un “slogan”, y, en consecuencia, no ahondar en la comprensión de las recomendaciones concretas de Jesús para ponerlas en práctica. Por eso, se necesita volver a escuchar la Palabra de Dios, que se nos dona hoy, con más atención y, sobretodo, con humildad, simplicidad y docilidad del corazón para redescubrir algunos puntos frescos para nuestra vida de fe.
1. “Amad a vuestros enemigos”
La exhortación de Jesús es clara y alcanza el más alto nivel del amor. Pero también representa un verdadero desafío para quien la quiere practicar. Alguno, de hecho, podría decir: “Padre, como Jesús nos ha enseñado, yo busco amar a mis enemigos, pero no consigo sentir en mí un poco de amor por aquellos que siempre me odian y que quieren mi mal”. Sí, ciertamente es dificilísimo, aún más, casi imposible y yo también confieso que no he alcanzado tal nivel. Con todo, las mismas palabras de Jesús nos indican en qué consiste este amor y cuáles son los aspectos concretos que hay que practicar para caminar en la vía del amor. Jesús recomienda tres acciones concretas: «haced el bien a los que os odian», «bendecid a los que os maldicen», «orad por los que os calumnian».
Son, por tanto, “hacer el bien”, “bendecir” y “orar” los tres pilares del amor hacia los enemigos, hacia aquellos que odian, maldicen y tratan mal a los discípulos de Jesús. No se exhorta a expresar un sentimiento humano abstracto o sobrehumano, imposible de probar. Se trata simplemente de acciones concretas, “verificables”, y, en cierto sentido, “practicables”, a partir del ejemplo del mismo Jesús que, efectivamente, haciendo el bien, ha bendecido y ha orado en la cruz por aquellos que le habían hecho mal.
La cuestión resulta perennemente actual, sobretodo para los discípulos de Jesús enviados a la misión de anunciar el evangelio de Dios en el mundo, porque encontrarán siempre aquellos que los odian maldicen y persiguen, así como ya ocurrió con Jesús. Él mismo recuerda: «un discípulo no es más que su maestro, […] Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!» (Mt 10,24-25), y «si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). Pero Él asegura: «En el mundo tendrán luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Con Él y en Él vencerán también sus fieles por medio de su fe, esperanza, amor cristiano. «Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe» (1Jn 5,4).
2. Misericordiosos como el Padre
Del amor concreto por los enemigos, Jesús pasa a recomendar a sus discípulos ser misericordiosos con todos, «como vuestro Padre es misericordioso». La misericordia aquí recomendada se revela “teológica”, es decir, encuentra en Dios su razón (lógica) última. Como se elogia ya en la tradición judía, «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (Salmo Responsorial), así se exhorta ahora a los discípulos a hacerse verdaderos “hijos del Altísimo”, misericordiosos como Él.
Por otra parte, también aquí por misericordia no se piensa en cualquier sentimiento vago, mas a expresiones concretas, dos al negativo («no juzguen» y «no condenen») y dos al positivo («perdonen» y «den»). Resultan dos indicaciones extremamente “simples”, “verificables”, “practicables”, no en el sentido que sean fáciles de cumplir, sino que nos ayudan siempre a comenzar (y recomenzar) un camino hacia la perfección de la misericordia divina. En otros términos, si quieres ser misericordioso, por favor no juzgues a los otros, e inversamente, en el momento en el que juzgas a otra persona, no eres misericordioso. Se subraya que en cada una de las acciones concretas enumeradas, se puede percibir a Dios como punto de referencia en la construcción gramatical del -así llamado– pasivo teológico (o divino) en el que el agente tácito es Dios: «No juzguéis, y no seréis juzgados [por Dios]», «perdonad y serán perdonados [por Dios]», etc.
Se necesitarían horas y horas para profundizar en cada uno de los aspectos mencionados de la misericordia y del amor, que desarrollan los pensamientos existentes en la tradición bíblica-judía, en particular la sapiencial. A causa del tiempo limitado, nos detenemos solo en la exhortación a perdonar que Jesús repite muchas veces en su enseñanza, hasta el punto de vincular el perdón de Dios al hombre con el perdón que el hombre ofrece a su prójimo. El tema, efectivamente, se encuentra en la oración del Padrenuestro, aquella plegaria única y fundamental que Jesús deja a sus seguidores: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). Y se explicita con una afirmación fuerte y provocativa: «pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,15). Si hay algo que paraliza a la misericordia y al amor infinito de Dios por ti, es solo tu no-misericordia a tu prójimo, porque así te cierras en tu pequeño espacio para no abrirte a la misericordia divina.
A este punto, alguno podría exclamar con sinceridad y frustración: “Padre, busco perdonar, pero no lo consigo totalmente. ¿Qué puedo hacer?”. Dejo a San Francisco de Asís responder con su bellísimo comentario al Padrenuestro: «Así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú Señor, que lo perdonemos absolutamente, para que por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti». Este pensamiento del santo es finísimo. Por un lado, reconoce como un dato de hecho los límites humanos del perdón y, por otro, indica una salida: “¡haz tú Señor!”, como si quisiera decir “¡Ayúdame, Señor!” o, aún más, en casos extremos: “¡Hazlo tú, Señor, por mí, en mi lugar, porque eres más capaz y efectivamente lo haz hecho y de manera excelsa!”. Entonces, si tú quieres perdonar y todavía tienes dificultad, ¿por qué no comienzas con recurrir al Dios del amor y de la misericordia, al Cristo, rostro del Padre, para pedir tal gracia en la oración sincera y perseverante? En el camino con Cristo hacia el perdón, tú ya estás perdonando en Dios.
3. Semejantes a Cristo, “el hombre celestial” y “sabiduría de lo alto”
Al final hay que subrayar toda fuerza que tiene la enseñanza evangélica de hoy sobre el amor y sobre la misericordia; pero no debe ser entendida como instrucción jurídica, que exige ser observada punto por punto, sino como Palabra de vida, de espíritu, de sabiduría para el camino cristiano. El espejo en el que nos podemos ver siempre será la persona de Cristo. El ideal será siempre Él, “el hombre celestial”, al cual nosotros, hombres terrestres, estamos llamados a asemejarnos, como recuerda la segunda lectura, y no tanto practicar ciegamente, mecánicamente, literalmente, el mensaje en sí, con sus claras formulaciones figurativas semíticas y, de tanto en tanto, exageradas. Basta reflexionar sobre la recomendación «Al que te pegue en la mejilla, preséntale la otra» a la luz de la reacción de Cristo con aquel que le da una bofetada durante el proceso delante del Sumo Sacerdote. En ese momento, Cristo respondió inmediatamente, con claridad y coraje: «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23) [También para los enemigos, se trata siempre del amor en la verdad, nunca algo pasivo y mucho menos algún tipo de sumisión].
Fijemos la mirada en Cristo que es “sabiduría de Dios” (cf. 1Co 1,24-30), aquella de lo alto que es «intachable, y además apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera» (St 3,17). En Él aprendemos, día con día, domingo a domingo, la sabiduría de la misericordia y del amor generoso que es capaz de romper la cadena del odio, de la violencia y del mal. Esta es también la humilde misión de todo cristiano, discípulo misionero de Cristo, que anuncia con coraje, en palabras y en obras, el evangelio en todo el mundo.
Sugerencias útiles:
Papa Francisco, Misericordiae Vultus: Bula de Convocacion del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Roma, San Pedro, el 11 de abril 2015:
1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico en misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios.
2. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.
Pamela Arnez
Fuente de esta noticia: https://boliviamisionera.com/2025/02/21/comentario-biblico-misionero-con-dios-aprendemos-la-sabiduria-de-la-misericordia-y-del-amor-generoso-capaz-de-romper-la-cadena-del-odio-violencia-y-mal/
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