Deshacerse de las complejas cadenas de producción en el gigante asiático podría tomar el mismo tiempo que las tecnológicas estadounidenses tardaron en establecerlas.
Pese a que a los gigantes tecnológicos estadounidenses tienen cada vez más motivos para minimizar sus vínculos con China o romperlos por completo, dejar de lado a Pekín les resulta casi una misión imposible.
Ni los aranceles, ni la presión política para desviar las cadenas de suministro hacia países aliados, ni los estrictos confinamientos decretados en China por el covid-19 han revertido la tendencia de años de fabricar en el gigante asiático.
Por mucho que Apple quisiera acabar con su propia dependencia de Pekín —considerado por Washington como su principal rival comercial y uno de los enemigos políticos clave— a la hora de fabricar sus dispositivos, tardaría unos ocho años en retirar tan solo un 10 % de su capacidad de producción de allí, según un análisis de Bloomberg Intelligence.
La compañía ya empezó a producir algunos de sus modelos de iPhone 14 en la India, al tiempo que su mayor proveedor, Foxconn Technology Group, acordó expandir sus instalaciones de producción en Vietnam por 300 millones de dólares. Sin embargo, al día de hoy, un 98 % de los iPhone se han fabricado en China, y para Apple no es fácil cortar sus lazos con la segunda mayor economía del mundo.
Factores como la variedad de proveedores locales de componentes, el transporte moderno y eficiente, las comunicaciones y la electricidad, dificultan seriamente la retirada de la empresa. A diferencia de otras industrias, como la producción de ropa o juguetes, el ámbito tecnológico depende en gran medida de Taiwán, que debido a las tensiones actuales supone una vulnerabilidad para las cadenas de suministro estadounidenses.
La isla fabrica más del 90 % de los chips más avanzados del mundo. Empresas como Apple, MediaTek y Qualcomm, que controlan más del 85 % del mercado mundial de chips para móviles, dependen de los suministros de Taiwan Semiconductor Manufacturing Co. Ltd. (TSMC).
Bloomberg Intelligence estima que deshacerse de las complejas cadenas de producción en China podría tardar el mismo tiempo que las empresas tecnológicas de EE.UU. invirtieron en establecerlas, que fue más de dos décadas. Además, el resultado podría ser un daño prolongado a la ya de por sí sacudida economía global.
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