Hace 70 años, la mujer dormía plácidamente en el sillón de su living cuando una piedra caída del cielo rompió el techo de su casa e impactó sobre su vientre. Era el fragmento de un meteorito de hierro y níquel del tamaño de un pomelo. Hodges sobrevivió milagrosamente, pero esa piedra que consideraba “un regalo de Dios” terminó destruyendo su matrimonio y su equilibrio emocional
En la biografía que escribió sobre su amigo Isaac Newton, William Stukeley cuenta que fue el propio descubridor de la Ley de la Gravedad quien le contó cómo se le había ocurrido la idea que lo llevó a enunciarla: “Me dijo que había estado en esta misma situación cuando la noción de la gravedad le asaltó la mente. Fue algo ocasionado por la caída de una manzana mientras estaba sentado en actitud contemplativa. ¿Por qué esa manzana siempre desciende perpendicularmente hasta el suelo?, se preguntó a sí mismo”. De ser cierta la historia, que tantas veces se ha graficado con la fruta cayendo del árbol para dar en la cabeza del físico, se la podría comparar con lo que le ocurrió varios siglos después a una tranquila ama de casa estadounidense cuando se convirtió en el primer -y único- ser humano que recibió el impacto sobre su cuerpo de un meteorito atraído desde el espacio por la fuerza gravitacional de la Tierra.
Sin las consecuencias científicas de la manzana de Newton, el meteorito de Ann Hodges -que así se llamaba la mujer- también dio lugar a investigaciones muy sesudas, además, claro del revuelo que provocó la noticia del hecho. Ocurrió hace exactamente 70 años, el 30 de noviembre de 1954, cuando la buena de Ann, por entonces de 34 años, dormitaba la siesta en un sillón del living de su casa de Sylacauga, un pequeño pueblo rural de Alabama, y una piedra extraterrestre del tamaño de un pomelo cayó del cielo, rompió el techo de la vivienda y le dio directamente en la panza.
“Existen más posibilidades de ser golpeado por un tornado, un rayo y un huracán, todo al mismo tiempo, que de ser impactado por un meteorito. Las chances de que un ser humano reciba el impacto de un meteorito son de uno en 1.600.000″, explicó el astrónomo Michael Reynolds, autor de Estrellas fugaces, una guía sobre meteoros y meteoritos, cuando lo consultó National Geographic sobre el caso. Porque hubo, y muchas, preguntas sobre lo que le sucedió a Ann Hodges esa tarde mientras dormía plácidamente.
Caído del cielo
La crónica publicada al día siguiente por el diario regional Decatur Daily News relata que la tarde del 30 de noviembre, los vecinos de Sylacauga observaron un extraño espectáculo en el cielo, “una luz rojiza brillante, como una vela romana que deja una estela de humo” y muchos creyeron que asistían a la caída de un avión incendiado. Otros describieron “una bola de fuego” y relataron que se escuchó una tremenda explosión, seguida de una nube marrón. El avistamiento causó alarma entre los pobladores, pero la buena de Ann no se enteró de nada porque en ese momento estaba durmiendo su habitual siesta.
El reloj marcaba las 16:46 cuando la piedra extraterrestre se estrelló contra el techo de la casa sonde vivían Ann, su madre y su marido. “El meteorito bajó por el techo de la sala de estar y rebotó en una radio de consola de pie que estaba en la habitación y aterrizó en su cadera”, precisa la crónica, y agrega: “Ann Hodges estaba durmiendo la siesta en el sofá de su salón y estaba debajo de una manta, lo que probablemente le salvó la vida en cierto modo”.
Cuando sintió el golpe, la durmiente Ann se despertó sobresaltada y vio que la sala estaba llena de humo y de escombros. Gritó y fue socorrida por su madre, que estaba bien despierta en otra habitación de la casa y se había llevado el susto de su vida cuando escuchó el golpe contra el techo. Lo primero que vio al entrar al salón fue un agujero en el techo, la radio destrozada y a Ann todavía en el sofá, tomándose el vientre. También vio algo extraño junto al sofá: una piedra negra del tamaño de un pomelo.
Las mujeres llamaron a la policía y junto con los agentes llegó el alcalde del pueblo, Ed Howard, acompañado por un médico. Las mujeres no entendían qué había pasado, solo sabían que esa piedra negra había golpeado el cuerpo de Ann. “La llevaron al hospital, no porque estuviera tan gravemente herida como para necesitar ser hospitalizada, sino porque estaba muy perturbada por todo el incidente. Era una persona muy nerviosa, y no le gustaba toda la notoriedad ni toda la gente que había alrededor”, dice la crónica del Decatur Daily News.
Durante su internación le sacaron la foto que la inmortalizó cuando fue publicada por la revista Time. Allí se ve a Ann en la cama, con el vientre semi descubierto, donde se ve el enorme hematoma que le provocó el impacto del meteorito.
La crónica del periódico local también cuenta que mientras Ann recibía atención en el hospital de Sylacauga, el alcalde convocó a un geólogo que trabajaba en una cantera cercana para que identificara al objeto, y que el facultativo dijo de inmediato que se trataba de un meteorito. A pesar de esa seguridad, el alcalde avisó a la Fuerza Aérea: eran tiempos de la Guerra Fría y temía que se tratara de un proyectil disparado por los soviéticos. Para rematar el artículo, el cronista eligió resaltar un hecho tan casual como curioso. “Increíblemente, al otro lado de la calle se encuentra el autocine Comet, que tiene un cartel de neón que representa un cometa cayendo por el cielo”.
La piedra de la discordia
La Fuerza Aérea estadounidense estudió el objeto y descartó de inmediato que se tratara de algún proyectil desconocido. Lo que había caído del cielo era el fragmento de un meteorito de 3,8 kilos, compuesto mayormente de hierro y níquel y de una antigüedad estimada en 4.500 millones de años.
Puede decirse que Ann tuvo la fortuna de que la piedra se partiera en dos y que sólo una parte impactara sobre el techo de su casa. Más tarde se estableció que el meteorito se había roto al entrar en la atmósfera terrestre. Uno de sus fragmentos golpeó a Ann, mientras que otro cayó a pocos kilómetros del pueblo y fue encontrado por un agricultor llamado Julius Kempis McKinney. El hombre lo vio y lo cargó en su carro sin saber bien qué era, pero cuando se enteró de que se trataba de un meteorito lo puso en venta y se embolsó un buen puñado de dólares, tantos que, según informó el Decatur Daily News, le alcanzaron para comprarse una casa y un auto.
Descartada la hipótesis delirante del proyectil ruso y también otra que apuntaba a que era el pedazo de un plato volador, la Fuerza Aérea le devolvió el meteorito a Ann. “Siento que el meteorito es mío. Creo que Dios quería que fuera para mí. Al fin y al cabo, ¡fue a mí a quien golpeó!”, dijo ella, según cuenta una publicación del Museo de Historia Natural de Alabama, donde hoy se exhibe la piedra.
Pero si la buena de Ann vio al meteorito como un regalo de Dios, su marido, Eugene, lo vio más bien como una oportunidad bien terrenal. Enterado del negocio que había hecho McKinney con el pedazo que había encontrado, lo puso también a la venta. Y ahí empezó otra historia, porque se generó una disputa legal por la propiedad de la piedra.
El problema radicaba en que, si bien Ann vivía allí, la casa no era de su propiedad, sino que el matrimonio Hodges se la alquilaba a una viuda llamada Birdie Guy, que contrató un abogado para presentar una demanda judicial y quedarse con la piedra. Su argumento se puede resumir así: la casa es mía, el techo destrozado es mío… luego, la piedra también es mía. Finalmente, las partes llegaron a un acuerdo extrajudicial: los Hodges le pagaron 500 dólares a la viuda Guy y se quedaron con el meteorito.
Eugene volvió a ponerlo a la venta, pero ya el impacto de la noticia había pasado y a casi nadie le interesó comprar la piedra. Así y todo, el Museo Smithsonian les hizo una oferta, pero Eugene la rechazó porque estaba convencido de que podía obtener más dinero. Mientras tanto, la piedra había dado lugar a otra discordia, porque Ann no quería saber nada con venderla y le recriminaba a Eugene que quisiera lucrar con ella.
El matrimonio se separó y en 1956 Ann terminó donando su meteorito al Museo de Historia Natural de Alabama. Para entonces era una celebridad cuya historia había sido contada por Time e incluso había participado de uno de los programas televisivos más famosos de la época, “Tengo un secreto”, conducido por Garry Moore, en el que el público debía adivinar quién era y qué había hecho el personaje que le presentaban ante las cámaras.
Ann Hodges murió en 1972, a los 52 años, en una clínica de Sylacauga, luego de una descompensación producida por un fallo renal. Eso dice su certificado de defunción, porque para Eugene, su ex marido, lo que la mató fue el meteorito, no por el golpe en sí sino porque “nunca se pudo recuperar de la crisis emocional que le causó todo eso”.
infobae.com
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