Semanas atrás, en la sección “Mirador de Próspero” de La Mañana, se publicó un fragmento del libro Los intelectuales en la Edad Media, de Jacques Le Goff, titulado “Los orígenes de la universidad”. Le Goff se enfoca en el contexto social y en los equilibrios de poder de la época, pero… ¿cómo eran las universidades medievales?
Ante todo, hay que decir que las precursoras de las universidades fueron las escuelas catedralicias y monásticas, que empezaron a funcionar alrededor del siglo V. Una de las primeras fue el Vivarium, fundado por Casiodoro. Sin embargo, estas escuelas no cumplían con las notas características de la universidad, que son, a saber: sentido corporativo, universalidad, ciencias y autonomía.
Le Goff señala que las universidades se extendieron en la Edad Media por el poder que, en ese tiempo, tenían las corporaciones. De hecho, las universitas magistrorum et scholarium eran corporaciones de maestros y alumnos que empezaron a funcionar cuando se empezaron a encontrar “los que querían aprender” con “los que estaban dispuestos a enseñar”. Esa coincidencia se dio a partir del establecimiento de albergues o “colegios” –del latín “collegium”, totalidad de personas que forman una corporación– para estudiantes de escasos recursos. Estos colegios se denominaron indistintamente, studium generalis o universitas, y eran regenteados por magisters, que enseñaban diversas materias y disciplinas.
Con el tiempo, el término universitas empezó a usarse también en el sentido de universitas litterarum, institución que reunía los saberes más importantes de la época, tenían validez universal y podían ser aplicados en todas partes. El uso del latín como lengua universal en lo científico y lo espiritual facilitó la difusión de conocimientos por toda Europa. De acuerdo con el historiador Lowrie Daly (The Medieval University 1200-1400), “la Iglesia desarrolló la universidad porque fue la única institución en Europa que mostró un constante interés en la preservación y el cultivo del conocimiento”.
La educación comenzaba con el trívium (gramática, dialéctica y retórica) y era completada con el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). La graduación en estas siete “artes liberales” equivalía a un bachillerato actual y era la base para los estudios universitarios posteriores: derecho (civil y canónico), medicina, filosofía y teología eran las ciencias típicas de las universidades medievales.
El método de enseñanza escolástico incentivaba la especulación y la argumentación mediante razonamientos lógicos. El énfasis en la resolución de disputas usando herramientas racionales desde visiones contrapuestas es típico de las universidades medievales.
El diseño de los programas y el otorgamiento de grados académicos eran determinados en forma autónoma por las autoridades universitarias, que gozaban de una amplia libertad académica y ejercían un verdadero autogobierno, amparadas en la aprobación papal. De hecho, como bien señala Le Goff, los papas fueron los principales garantes de la libertad y la autonomía universitaria ante las autoridades civiles e intervinieron a menudo en defensa de los fueros universitarios. Esa libertad alcanzaba también a los alumnos, a los que se animaba a debatir –entre sí, y con los docentes– sobre una gran variedad de temas.
Los graduados universitarios, podían enseñar en cualquier universidad europea, lo que causó una notable difusión de los conocimientos adquiridos por todo el continente. Así, la formidable apertura mental de los medievales fue la que cimentó la civilización occidental y cristiana.
De acuerdo con Thomas Woods Jr., autor de How the Catholic Church built the Western civilization, historiadores de la ciencia de la talla de J. L. Heilbron, A. C. Crombie, David Lindberg, Edward Grant y Thomas Goldstein, redescubrieron que “el rol de la Iglesia en el desarrollo de la ciencia occidental ha sido mucho más importante de lo que se creía”.
Y es que solo en una sociedad como la cristiana podía nacer una institución como la universidad. ¿Por qué? Porque solo en una sociedad donde el poder espiritual de la Iglesia podía actuar como contrapeso del poder temporal del Estado, podían nacer universidades autónomas y libres. La clave de la universidad está en la libertad académica. Una libertad que –a diferencia de lo que ocurre hoy– se fundaba en la verdad y se usaba para buscarla.
Alvaro Fernandez Texeira Nunes
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/opinion/sobre-el-origen-de-la-universidad/
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