¿Podemos estar abiertos a las sorpresas y animarnos a mirarle la otra cara a vida? A veces tomar distancia de uno mismo es imprescindible para no dejarse llevar por la corriente y tomar las riendas.
Hace unos pocos años, me encontraba investigando sobre la noción de intimidad. En particular, me interesaba distinguir entre lo público, lo privado y lo íntimo; porque los vínculos de intimidad no pertenecen al ámbito de la privacidad, no tienen por qué ser escondidos. Por ejemplo, un beso es un acto que puede transcurrir a plena luz del día, ante la mirada de los demás, pero aun así quienes lo practican tienen que tener algún tipo de cuidado, para no ser obscenos, para no exponerse demasiado.
“Ex-ponerse” quiere decir “ponerse fuera”, donde se corre el riesgo de la vulgaridad y de llamar demasiado a la mirada. La esfera de la intimidad requiere cierto resguardo y se rige por el pudor. De este modo, aunque un vínculo íntimo no necesita espectadores, siempre está relacionado con cierta exterioridad. Si puertas adentro cada quien es libre de perder hasta la vergüenza –”Es mentira que sea un caballero cuando nadie me ve”, dice una célebre canción de Joaquín Sabina–, la pregunta por la intimidad nos lleva a una dimensión de la relación con el otro que no es tampoco la de los roles públicos, donde el otro se presenta a partir de una función (por ejemplo, en el intercambio, cuando compro en un comercio y no me interesa el juicio que el vendedor tenga sobre mí siempre que me provea de lo solicitado).
Ahora bien, si mientras compro en el comercio voy “más allá” del intercambio con el vendedor y entablo una conversación que no sea circunstancial (es raro, pero puede pasar), ese otro ya deja de ser del todo exterior y, por decirlo así, se revela “más acá”, en mi propia vida. Según cómo sea nuestra conversación, es posible que decida volver –o no volver nunca más. Tal vez por eso en los ascensores nos esforzamos en hablar del clima, o del dato político de turno, quizá para no vernos amenazados por la inminencia de la intimidad en un espacio cerrado con un desconocido.
Decía que me dedicaba a investigar sobre la cuestión de la intimidad –y me perdía en devaneos–, cuando leí Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor (2013), de François Jullien. En las páginas de este ensayo encontré uno de los comentarios más bellos sobre San Agustín, quien encontró a ese Otro que es Dios en el único afuera que es realmente exterior, es decir, dentro de sí mismo. Luego de esta lectura, comencé a buscar diferentes libros de Jullien. Descubrir a este autor implicó un cambio en mi punto de vista sobre diferentes cuestiones, por eso inicié una lectura sistemática. Lo más sorprendente es que sus libros parecen siempre girar en torno de las mismas cuestiones –como suele ocurrir con los grandes pensadores, que no tienen más que una o dos ideas y las dicen de diferentes modos. En este artículo diré que las dos grandes ideas de Jullien son la vida y el otro.
Una transformación silenciosa
Después de leer Lo íntimo, corrí a buscar un libro inmediatamente anterior cuyo título sin duda me estaba dirigido: Cinco conceptos propuestos al psicoanálisis (2012). Tengo que reconocer que lo elegí con cierta suspicacia.
Dado que Jullien es más bien un filósofo, pensé que yo corría con ventaja –como psicoanalista– para juzgar su “propuesta”. Me derrotó. No solo porque me demostró que es un gran lector de Freud, sino porque tiene una sensibilidad preciosa para entender lo que se espera de un tratamiento psicoanalítico. Es lo que él llama “una transformación silenciosa”:
“Llamo transformación silenciosa a una transformación que se produce sin ruido y, por lo tanto, de la que no se habla. Silenciosa en dos sentidos: actúa sin hacer escándalo y no se piensa en hablar de ello. Su imperceptibilidad no es la de ser invisible, porque se produce ostensiblemente, ante nuestros ojos, pero no se advierte.”
Luego de leer este párrafo, es inevitable pensar en lo que dicen diferentes pacientes al dar cuenta de que el psicoanálisis los ayudó muchísimo, pero no sabrían decir cómo ni por qué. Lejos del “ruido” –recuérdese el subtítulo de Lo íntimo– transcurre la experiencia, que no requiere demasiados sobresaltos. La vida hace su trabajo sin que nos demos cuenta cómo y al cabo de un proceso algo cambió y ya no somos los mismos.
Jullien tiene una exquisita formación como sinólogo, de ahí que los conceptos que son propuestos al psicoanálisis provienen de la cultura china: la disponibilidad, lo alusivo, lo oblicuo, la des-fijación y la transformación silenciosa –ya mencionada.
Lo asombroso es que más que una reformulación teórica del psicoanálisis, Jullien logra transmitir con una sutileza enorme aquello que el aparato conceptual del psicoanálisis clásico tiene muchos problemas para explicar: ¿cómo funciona la palabra del analista para orientar al paciente sin buscar un convencimiento? ¿Por qué no se deben dar consejos directivos? ¿Cuál es la actitud en que se sostiene una escucha no prejuiciosa?
Es como si dijera que más que tratar de controlar lo que vamos a vivir, mejor dejemos que la vida nos conduzca y sea nuestra gran maestra
Por esta vía, el psicoanálisis se revela como una práctica de la intimidad y al igual que en el ensayo sobre lo íntimo, no se trata de ir de una cosa a la otra, de buscar lo común entre cosas distintas, sino de descubrir en el interior de una (el psicoanálisis) su otro más radical (la cultura china). Así es que en la máxima distancia se revela una proximidad.
Una ética de la vida
Sin embargo, a Jullien no le interesa el psicoanálisis en sí mismo –salvo como medio para pensar la experiencia de vivir. A este tema es que se dedican se dedicaron tres ensayos de publicación simultánea.
El más importante de los tres es Vivir existiendo. Una nueva ética (2016) que presenta la idea central: para comenzar a vivir es preciso realizar un acto de negación, salir de la vida más inmediata y pegada a sí misma, el mero transcurrir. Jullien llama “desadherencia” a este proceso que nos permite tomar distancia respecto de la continuidad en que pasamos de un día a otro. Este movimiento es también el de un aprendizaje:
“Si se aprende algo de la vida (en la vida), en efecto, salvo que no se aprenda nada, es a saber –con un saber decantado de la experiencia, pero tan decidido y resuelto porque fue reflexionado– donde preferir investirse […]. Aprender a vivir es esto en primer lugar: elegir la propia investidura subjetiva. Elegir, por ejemplo, desinvestir el campo de la ambición y de los espacios vacantes (de ‘poder’); y remitir la inversión al trabajo de pensamiento y lo íntimo”
En esta referencia puede verse cómo, a pesar de ya no tematizar el psicoanálisis, Jullien piensa con el psicoanálisis –la palabra “investidura” pertenece al vocabulario freudiano, para nombrar la energía psíquica– y un tema como el de la intimidad permanece en su horizonte. Dicho de otra manera, a esto me refería antes cuando decía que Jullien es más un pensador de ideas, no de temas, cuya genialidad está en introducirnos en un sistema de pensamiento, con el que acceder a la realidad en su complejidad.
Para Jullien, aprender a vivir es convertirse en sujeto y lo más propio de la subjetividad está en des-coincidir, esto es, la renuncia a ser uno con uno mismo. Además de des-adherir, se trata practicar y tolerar la descoincidencia. En esto consiste la difícil tarea de ex-sistir, es decir, estar fuera de uno mismo. He aquí el motivo del ensayo que justamente lleva el título Des-coincidencia (2017), que presentaré a partir del siguiente extracto:
“[Vivir] no es prolongar el estado anterior, hacerlo durar […] es apartarse del estado anterior […]. Uno nunca coincide con el estado que está experimentando […] por una disociación con respecto a la funcionalidad (normalidad) adquirida es que se desprende –se promueve– un juego inédito de posibilidades. Posibilidades en principio muy arriesgadas […] capacidad de arriesgarse fuera de la adaptación […] se deshace del orden precedente, pero conserva su consecuencia arriesgada y azarosa.”
En los tramos finales de esta cita, recogí varias veces la referencia al riesgo. Porque para Jullien vivir implica asumir un riesgo, pero sin heroísmo. En este punto, su pensamiento es muy cercano al de Anne Dufourmantelle –sobre cuyos libros ya escribí una recensión hace un tiempo para esta misma plataforma.
El riesgo no supone nada extraordinario, sino advenir en un nuevo comienzo, en el aquí y ahora, que redefine nuestras posibilidades. En este punto, las palabras de Jullien recuerdan al Evangelio de Juan, cuando este dijera: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”, porque des-coincidir es admitir esa paradoja que muy bien expresó Jorge Drexler en la canción que dice: “Uno solo conserva lo que no amarra”. Ganarse la vida es estar dispuesto a la sorpresa, a lo imprevisible, a dejarse llevar.
Por esta vía llegamos a una nueva estación en la ética que propone Jullien, con el libro titulado Una segunda vida (2017) y que a mí me recuerda otra canción célebre, la de Alberto Córtez, que dice: “A partir de mañana comenzaré a vivir la mitad de mi vida”. También me recuerda la intervención que una vez me contó una amiga, cuando ella lloraba por una tristeza y su psicoanalista le dijo: “Tarde o temprano se empieza a vivir”.
¿Qué nos hace pensar que somos idénticos a nuestro vecino?
Este ensayo gira en torno a la necesidad de lo segundo, de lo que sobreviene a partir de un proceso de madurez, luego de que se desarrollara internamente, de manera imperceptible y latente. Leamos:
“Esta ‘segunda vida’ proviene de la inmanencia misma de la vida, porque sordamente [¡lejos del ruido!] ha madurado una decisión […] para separarse un poco de sí mismo [¡des-coincidir!], por una gestación lenta, mutaciones mínimas, apartamientos apenas perceptibles o que parecen anecdóticos.”
Esta nueva vida es la que se logra cuando se descubre la libertad; es la que se consigue como conciencia que se conoce a sí misma, pero no porque sabe acerca de sí, sino porque –todo lo contrario– más bien se arroja a su devenir.
Si algo me resulta atractivo de la propuesta ética de Jullien, es que es un pensador que tiene confianza en nuestros procesos vitales. Es como si dijera que más que tratar de controlar lo que vamos a vivir, mejor dejemos que la vida nos conduzca y sea nuestra gran maestra; que lo peor que nos puede pasar es que transcurra el tiempo y sigamos siendo los mismos, que no nos conozcamos a través de nuestros matices y diferencias; que antes de decir “Yo pienso” o “Yo soy”, seamos capaces de decir “Yo vivo” o… “Vivo, yo”.
El otro totalmente otro
Pienso que ahora el lector puede preguntarme: ¿por cuál empiezo? Porque hasta aquí ya mencioné cinco libros de Jullien. Entonces recomendaré uno más, porque es el último que leí, el más recientemente publicado en castellano: Tan cerca, totalmente otro (la edición francesa es de 2018, pero la edición en nuestro país es de 2022).
Este nuevo ensayo regresa a la cuestión del otro –tal como lo hiciera Lo íntimo, en la vía de dejar de buscarlo en lejanías cuando lo que importa es su proximidad. En efecto, tenemos la costumbre de hablar del otro como si fuera lo diferente; pero caemos así en el prejuicio de pensar la diferencia como oposición.
Vivir no es solo permanecer, sino estar abiertos a los encuentros, a las sorpresas que ocurren a nuestro alrededor
Sin embargo, el pensamiento de lo opuesto cae en el formalismo de reducir al otro a un vacío, lo desconocido, un límite. En última instancia, así el otro se vuelve una trascendencia, está “más allá”. Esto que digo que parece complejo, pero es simple: una vez un amigo me contó de la vez que estuvo en Oriente y la experiencia de lo extraño que es compartir con otra cultura en la que se habla distinto, se come otra cosa, etc.
Ahora bien, ¿no podríamos buscar a un otro concreto en lo más inmediato, en la cercanía, en lo que parece lo mismo, pero no lo es? ¿Qué nos hace pensar que somos idénticos a nuestro vecino, o por qué desconocemos la ajenidad de quien viaja a nuestro lado en el subte y, por ejemplo, nos permitimos juzgarlo?
Para ser más preciso, pienso en situaciones habituales: alguien me dice algo y yo traduzco sus palabras, le hago decir lo que creo que dice, me dejo llevar por la sinonimia y echo a perder la posibilidad de la ambiguo. Si algo fantástico tiene este ensayo de Jullien es que realiza una defensa de la ambigüedad que habita en la proximidad, en lo que parece obvio, en la comprensión anticipada.
Vuelvo a decir lo que ya dije y un poco más: François Jullien es un ensayista magistral, que escribe como escucha un psicoanalista; que no se deja abrumar por los sentidos plenos y busca lo que ex-siste, es decir, lo que está fuera, pero no en una lejanía, sino en una distancia. En esa distancia es que está la posibilidad de encontrarse seriamente con algo.
Vivir no es solo permanecer, sino estar abiertos a los encuentros, a las sorpresas que ocurren a nuestro alrededor. No es preciso irse lejos para que pase algo (esa fantasía neurótica de viajar a una playa), eso es huir. La vida está acá, a nuestro lado y solo es preciso practicar la distancia para que nos muestre su otra cara, un perfil inaudito, lo que no queremos escuchar porque solo queremos ver y ver y ver, sin darnos cuenta de que vivimos ciegamente.
Hay escritores que comieron del fruto del inconsciente; porque transmiten el misterio del psicoanálisis incluso cuando hablan de cuestiones que parecen alejadas, pero en lo lejano siempre habita lo cercano. El afuera siempre es lo más interior. Jullien sin duda es uno de los que lo saben.
Quién es François Jullien
♦ Nació en 1951 en Francia
♦ Es filósofo y sinólogo
♦ Es profesor en la Universidad de París VII Denis Diderot
♦ Entre otros títulos escribió Fundar la moral, De lo universal, de lo uniforme, de lo común y del diálogo entre las culturas, Figuras de la inmanencia (Para una lectura filosófica del I Ching), La identidad cultural no existe.
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