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Vie. Nov 15th, 2024
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El sol cae lento sobre cualquier ciudad uruguaya un sábado a las seis de la tarde. Las calles respiran como en cualquier otro día de primavera, pero en esta época, algo debería ser distinto. Debería sentirse la vibración de la campaña, el bullicio en las esquinas, los comités de barrio con las puertas abiertas, esperando a los fieles que traen consigo la efervescencia de una elección. Pero no es así. Las puertas están cerradas, los locales vacíos. Es un reflejo del alma de esta campaña: chata, floja, ausente.

Camino por una avenida que bien podría estar en cualquier rincón del país, y la atmósfera es de una paz inquietante. «La cosa está mansa», dicen los vecinos. Es como si este letargo fuera la única opción posible en un mundo que ha cambiado, pero de manera imperceptible. En otros tiempos, se hablaba de frenesí electoral, de esa vibra casi cinematográfica donde todo parecía estar en juego. Hoy, es un eco lejano. «La gente tiene la cabeza en otro lugar», comenta un hombre en la parada de ómnibus. Y esa otra cosa, ese otro lugar, parece ser más virtual que real.

En Uruguay, la política se ha trasladado a las redes sociales, donde todo se reduce a memes, videos cortos y mensajes rápidos. No hay tiempo para debates profundos, para las arengas que encienden pasiones. Todo parece un simulacro.

Eric Sadin (filósofo francés  (París, 1973) , en su crítica a la tecnosfera contemporánea, menciona que la digitalización ha erosionado nuestras capacidades de reflexión y, en su lugar, ha instalado una lógica de inmediatez, de consumo instantáneo. El mundo de hoy está diseñado para la distracción constante, y la política no ha escapado a esa corriente. La campaña es apenas un murmullo en la inmensidad de las pantallas.

Los comités de barrio, antaño centros de fervor, parecen más reliquias de un tiempo que ya no existe. Las reuniones vecinales han sido reemplazadas por grupos de WhatsApp, donde se discuten las mismas promesas de siempre, pero sin el calor del encuentro cara a cara. Las banderas que en otro momento llenaban las calles ahora se ven dispersas, si acaso. Todo se siente distante, como si el propio acto de votar fuera una formalidad desprovista de emoción. Los candidatos prometen, pero nadie escucha. El vacío no está solo en los comités; está también en los discursos.

Este año electoral ha sido diferente. No es que la gente esté desencantada con la política —eso es un fenómeno de larga data—, sino que el desinterés ha alcanzado niveles inéditos. Los debates televisivos, que antes eran esperados con expectación, se ven en diferido o no se ven en absoluto. Los videos virales que deberían generar discusión se disuelven en la marea infinita de contenido digital. El analista político en su columna de turno se queja de la falta de entusiasmo, pero ni él parece creer en lo que dice.

Uruguay, con su historia de compromiso cívico y participación, atraviesa una de sus campañas más anémicas. Y no es un problema de candidatos o de propuestas, sino de un cambio más profundo, más estructural. La virtualidad ha diluido el contacto directo, ha trivializado el intercambio de ideas. Ya no hay espacio para las grandes visiones o para los liderazgos que convocan multitudes. Las pantallas han reducido todo a flashes momentáneos que se apagan al instante.

En este panorama, surge la pregunta inevitable: ¿qué significa hoy hacer política en Uruguay? La respuesta, quizás, esté en el silencio de las calles y en las puertas cerradas de los comités. La campaña transcurre sin emociones, sin pasiones, como un trámite necesario pero desprovisto de vida. Tal vez, como sugiere Sadin, vivimos en una era donde las decisiones se toman en otro lado, donde el verdadero poder ya no reside en el voto, sino en algoritmos que manipulan deseos y percepciones desde la sombra.

A pocas semanas de que los uruguayos elijan a sus representantes, la sensación es de una apatía difícil de sacudir. Mientras los políticos tratan de encender una chispa que no prende, la sociedad sigue en lo suyo, distraída, esperando algo que no saben bien qué es. Y así, como una sombra que se alarga con el paso del tiempo, la campaña se deshace en el aire, sin dejar rastro.

 

Carmelo Portal
Fuente de esta noticia: https://www.carmeloportal.com/104498-cronica-de-una-campana-electoral-desinflada

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