Paciencia y tenacidad. Esas son las cualidades que, según Ricardo Casas, son imprescindibles para llevar a cabo una labor como la suya, que lo sigue motivando, a pesar de todas las dificultades que conlleva, desde hace 50 años cuando decidió dedicarse al cine. Al frente, una vez más de una nueva versión del Atlantidoc, Festival Internacional de Cine Documental del Uruguay, que tiene, además de la muestra, espacios de formación fundamentales no solo para uruguayos, sino también para la región.
Del 29 de octubre al 9 de noviembre de 2024 se realiza el 18º Atlantidoc, Festival Internacional de Cine Documental del Uruguay. ¿Qué significa para ti esta nueva edición?
Este año incorporamos un nuevo jurado, todas las incorporaciones son fruto de la necesidad, en este caso recibíamos muchos y muy buenos cortometrajes, también documentales experimentales o de arte, así que ahora hay un premio a mejor cortometraje y mejor experimental, haciendo justicia a la excelente programación que nos llega en esos formatos.
¿Por qué el documental? Uruguay tiene grandes referentes, tú mismo (El padre de Gardel, Pasos en la niebla).
En 2006, cuando diseñamos este festival, ya teníamos experiencia previa en Cinemateca con el Festival Internacional y Divercine, creaciones nuestras. Pensamos justamente en lo que hacíamos un grupo de realizadores uruguayos y que siempre nos programaban en salas menores y horarios raros. Hacía falta dar un espacio digno a un género que es el más desarrollado en nuestro país y el mundo. Costó y cuesta mucho el Atlantidoc, pero vale la pena.
¿Cómo ves el momento del audiovisual en nuestro país? Hay distintas lecturas al respecto: Algunos dicen que está muy volcado a lo industrial y a las coproducciones con otros países.
Hubo un gran cambio hacia finales del gobierno anterior cuando se creó el PUA, justamente inyectando una cantidad importante de dinero para dinamizar la producción nacional. En sus comienzos de cuatro millones, ahora de doce, básicamente para traer producciones del exterior a Uruguay. Es verdad que favorece a ese tipo de películas, pero también es verdad que ahora hay más trabajo, se están profesionalizando muchas tareas del audiovisual y está ganando dinero el país. Del presupuesto de un millón del ICAU a los doce millones de la ACAU hay un cambio importante y debemos mirarlo con buenos ojos. Lo que falta ahora es mejorar el uso de ese capital y generar proyectos que por un lado se lleven bien con el público, algo que no debemos perder de vista, y por otro apoye la realización de films de real calidad artística, que todavía no hemos logrado en estos treinta años de cine apoyado por el Estado.
Desde tu época de estudiante de Cinemateca, luego directivo, a documentalista, director, productor, miembro de la ASOPROD, programador de festivales, tu propia empresa… ¿Cómo se dio esta trayectoria siempre enfocada en el cine?
Yo estudiaba medicina y cuando iba a entrar a la facultad, la cerraron (año 1974), entonces me puse a estudiar cine y me voló la cabeza, en una época en que no había cine en Uruguay. Y siempre me definí por mi lado realizador, aunque me formé en una institución de críticos, cuando tuve que jugármela elegí bien, no sin dolores de parto, pero hice cosas que nadie hizo y en el mundo son ejemplo como Divercine. Ahora estoy produciendo documentales de colegas y amigos porque no me dejan hacer la serie documental que quiero, tal vez el título lo explique: “Máximo Santos, nunca suficientemente denostado” [risas].
Háblanos de tus propias obras cinematográficas y de las que has escrito. ¿Cómo haces para que la gestión de lo colectivo no te aleje de tu propia producción artística?
En esta profesión hacen falta dos condiciones fundamentales, sobre todo en Uruguay: paciencia y tenacidad. Si trabajé treinta años al lado de Martínez Carril te imaginás que tuve tiempo para cultivar ambas cosas. Ya en los últimos años de vida productiva tengo muchos proyectos por cumplir y mi preocupación es ese ahora, el tiempo, todo lo demás es secundario. Que se tranquen los trámites en la ACAU, que pongan una semana del cine en las mismas fechas de Atlantidoc, que la prensa saque titulares altisonantes sobre el cine uruguayo (también los archivos), que el dinero nos limite siempre, que las nuevas tecnologías nos tengan en jaque y muchos problemas más son secundarios a esta altura del partido.
Hacerte cargo de Cinemateca, planificar festivales (Atlantidoc, Divercine), lo institucional y participativo exige tiempo y dedicación, además de saber gestionar, negociar, empatizar. ¿Cuáles crees que son tus logros y tus desafíos pendientes? ¿Y el trabajo en equipo?
El trabajo en equipo me cuesta mucho. En esto hay dos problemas: un solterón muy exigente y egoísta, y un país que está dejando de ser ese “país de cercanías” para volverse parte de un mundo tecnológico y apático. En todos estos años lo único que tengo es crédito, la gente me conoce, yo conozco a casi todo el mundo, lo que facilita esa negociación necesaria cuando uno intenta hacer algo y el otro no sabe o no entiende lo mismo que uno. El resto es experiencia y abrirse camino, porque no pedimos para llenarnos los bolsillos, ¡sino para sacar adelante emprendimientos de cultura artística!
¿Cuáles son tus referentes nacionales e internacionales?
Qué difícil: Sokurov, Angelopoulos, Kiarostami, Tarkovsky, Jean-Claude Bernardet, Luis Elbert, Martínez Carril, Coriún Aharonián, Mario Benedetti, Idea Vilariño, Armonía Somers, Natalia Trenchi, Paula Baleato, María Selva Ortiz, Alicia Casas, Gerardo Caetano ¡y muchas y muchos más!!
¿Cómo te formaste y qué aprendiste dentro y fuera de las instituciones? ¿Usas la IA?
Aprendí lo poco que sé, sobre todo aprendí eso: ¡qué sé muy poco! La formación depende mucho de uno mismo y los jóvenes deberían jugársela más, buscar los espacios de formación que más les convengan, acá o afuera, el mundo es grande. Eso depende también de la vocación de cada uno, los padres deberían ocuparse de eso, que los niños vayan encontrando sus vocaciones, sean las que sean. A mí no me pasó, pero tuve algo de suerte, con Cinejaqueca, claro [risas]. Uso la IA y la tecnología siempre me interesa.
¿Cómo y por qué Divercine? ¿Qué te preocupa en cuanto a los niños?
Yo no tengo hijos así que me ocupo de los hijos de los demás. Recuerdo cuando hacíamos Divercine en La linterna mágica, iban como mil niños por día al festival y Eloy me decía: “claro, no tenés hijos porque estás rodeado de niños dos semanas al año”. Y me preocupó siempre lo mal que tratamos a los niños en Uruguay y el mundo. Ellos no pidieron nacer y los hacemos sufrir todo tipo de penurias, si alguno piensa otra cosa que mire las cifras de ingresos per cápita. Y di un paso al costado al cumplir treinta años de Divercine, como hice con Cinemateca y como haré con Atlantidoc;¡ hay que dejar espacio a los jóvenes!! De todas maneras mi último documental, Pasos en la niebla, es una obra didáctica sobre abuso infantil para que trabajen los profesionales sobre el tema.
¿Qué premios y reconocimientos recuerdas con más emoción?
El Morosoli que me dio Thomas Lowy a la Gestión cultural, por el premio y por quien me lo dio, un referente de la cultura nacional. También el premio de la gente cuando te dice que le gustó un documental tuyo, eso no tiene precio.
¿Por qué dijiste alguna vez que eras un músico frustrado? ¿Qué te falta para ser un músico?
Es que yo estudiaba música y cine en los ochenta, estudié con Miguel Marozzi en el Nemus y a Coriún le pedimos un curso también, pero yo trabajaba en el departamento de microfilmación del Diario Oficial y no podía con dos carreras, para hacerlas bien tuve que elegir una y me quedé con el cine. Igual mis documentales son muy musicales o sobre músicos directamente. Recuerdo con mucho cariño los dos Cursos latinoamericanos de música contemporánea que hice en Itapira y Uberlandia. Tengo amigos desde 1980 que siguen siendo mis referentes como Cergio Prudencio, el compositor boliviano que ganó un Goya por la música de Utama.
¿Tienes algún deseo o idea pendiente de realizar?
Muchos, te diría uno, el más difícil: entrar con el cine uruguayo en China. Hace años que lo intento infructuosamente. Y acá están todos muy ocupados con lo urgente y vamos dejando lo importante…
Trayectoria de Ricardo Casas
Ricardo Casas Bagnoli (Montevideo, 20 de abril de 1955) comenzó a estudiar cine en Cinemateca Uruguaya en 1975. En 1977 produjo su primer film Apenas una ilusión en la Escuela de Cinematografía pasando a integrar el Departamento de Producción de Cinemateca en 1979, donde produjo el cortometraje Liliana y una serie de films promocionales de la Institución. Fue por el año 1982 que crearon el Festival Cinematográfico Internacional de Montevideo, en Cinemateca Uruguaya, con Manuel Martínez Carril. Ya en 1983 comenzó a producir y dirigir un documental sobre el músico uruguayo Eduardo Darnauchans, Donde había la pureza implacable del olvido, aprovechando su vuelta a los escenarios. En 1991 creó el Espacio Uruguay, dentro del festival de Cinemateca. Lo que faltaba era un espacio para niños y ahí surge Divercine, el Festival Internacional de Cine para Niños y Jóvenes del Uruguay. También refundó la Escuela de Cinematografía de Cinemateca, en 1995, junto a Beatriz Flores Silva. Ese mismo año publicó el libro Diez años de video uruguayo, 1985-1995, junto a Graciela Dacosta. En 2004 dejó Cinemateca para seguir organizando Divercine hasta cumplir 30 años de gestión permanente y sin interrupciones en 2021.Por octubre de 2004 estrenó el documental Palabras verdaderas, sobre el escritor uruguayo Mario Benedetti, ganador del premio a Mejor documental uruguayo por la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay (Fipresci) y Mejor documental latinoamericano del Festival de Lleida. En 2006 dirigió un programa en Televisión Nacional de niños y para niños llamado La Banda por el que ganó el premio Tabaré a Mejor Programa Uruguayo para niñas y niños de ese año. También produjo una parte del documental Los sueños de Álvaro, para el Kindercanal de Alemania, en La Paz, Bolivia. Atlantidoc, el Festival Internacional de Cine Documental del Uruguay, empezó a exhibirse en 2007. Un festival originario de Atlántida que año a año se distribuye por más departamentos del Uruguay. Formó parte de jurados de cine y televisión en unas 100 oportunidades, entre Gramado y Sichuan, pasando por Berlín, México y muchos lugares del mundo. En 2014 estrenó el documental El padre de Gardel, ganador del Premio Morosoli a Mejor Documental Uruguayo de ese año. Luego de una experiencia de pocos años como integrante de la productora Guazú Media, de Yvonne Ruocco, creó La compañía del cine, productora y distribuidora de cine y TV, en 2010, siendo el vehículo de todos sus emprendimientos hasta la fecha de hoy. Ha colaborado con varias publicaciones, libros y revistas, tanto en Uruguay como en el exterior, entre 1997 y el presente, básicamente de cine pero también sobre música e historia de personajes uruguayos. En 2017 estrenó el documental “libres en el sonido”, sobre la compositora argentino/uruguaya Graciela Paraskevaídis, luego de 9 años de registros de sus obras y entrevistas a personalidades de la música de América Latina. Recibió el Premio Morosoli de Plata a la Gestión Cultural, en 2019, de manos de Thomas Lowy, un reconocimiento a tantos años de trabajo para mejorar el cine uruguayo y de la región. Ya en 2022, sobre fin de año, recibió dos premios a la Trayectoria, uno de la Asociación de Críticos Cinematográficos del Uruguay (Fipresci) y otro similar por el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay, Premio Justino Zavala Muniz. Y hacia fines de 2023 estrenó el documental Pasos en la niebla, obra didáctica sobre el abuso infantil en Uruguay, obra dirigida a la televisión regional y los docentes que trabajan con este tema realmente preocupante de nuestra sociedad. Una larga historia de realizaciones que siguen con Atlantidoc y varios documentales en proceso como: Memoria sumergida, de Miguel Presno (coproducción con Alemania), Entre el cine y el mar, de Juan Pablo Lepra Oliver (coproducción con España) y una serie documental sobre el expresidente uruguayo, llamada Máximo Santos, nunca suficientemente denostado.
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Mary Ríos
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