El 20 de agosto partió el primer vuelo financiado por EE.UU. para devolver a migrantes que hayan cruzado la selva del Darién, en Panamá.
Aún no había salido el sol abrasador de Panamá y el primer vuelo financiado por EE.UU. para devolver a migrantes que hayan cruzado el Darién, la peligrosa selva fronteriza con Colombia, ya había despegado.
Así, bajo la humedad de la madrugada y los focos de las cámaras de televisión se materializó el millonario acuerdo entre Panamá y Estados Unidos que busca disuadir a los viajeros a fin de disminuir el flujo de ellos por esa selva, por la que este año han pasado más de 230 000 personas que se dirigen hacia el país norteamericano.
El destino de este vuelo fue la colorida ciudad Medellín, en las entrañas más paisas de Colombia y que en la recta final del siglo pasado fue cuna del narcotráfico al que EE.UU. quiso erradicar. Una paradoja para ese grupo de casi 30 colombianos con “antecedentes penales“, según las autoridades panameñas.
Las mismas recalcan – constantemente- que en ese inmenso flujo migratorio por la selva se cuelan delincuentes y miembros de las organizaciones criminales más peligrosas del continente, como el Clan del Golfo (de origen colombiano) o la transnacional Tren de Aragua, que se originó en Venezuela.
“Un sujeto” de los deportados este martes “pertenece al Clan del Golfo, entendemos que es sicario (…) tiene varios casos de homicidio en Colombia”, dijo el director del Servicio Nacional de Migración (SNM) panameño, Roger Mojica.
Las mismas autoridades panameñas resaltan que lo del Darién es una “crisis humanitaria“, pero que se debe frenar al convertirse en un “problema de seguridad“. Además, en las últimas semanas habían señalado que esas devoluciones en vuelos pagados por EE.UU. serían “voluntarias”.
Una idea casi inconcebible para quienes han arriesgado su vida al cruzar por el Darién, una jungla que no solo desbarata física y mentalmente a los migrantes, sino que además está plagada de peligros naturales y la presencia de grupos armados en la que muchos son violados, asaltados y robados.
Hasta el momento, ningún migrante se ha “ofrecido” a regresar tras atravesar la selva, recalca Mojica: “El retorno voluntario es igual a la repatriación, eso, hasta el sol de hoy, no hay nadie que se haya ofrecido voluntariamente para retornar a su país”.
Así, el primer grupo de retornados esperaba a subir al avión esposados de pies y manos con caras de desconcertados. La mayoría de ellos apenas podían caminar – algunos funcionarios de migración daban apoyo – por los pies hinchados con llagas por atravesar una de las selvas más complicadas del planeta.
Mientras esperaban la orden para subir al avión de Air Panamá, algunos de los repatriados, todos hombres, se levantaban las esposas de los tobillos inflamados, mientras otros rezaban con las palmas de las manos hacia el cielo.
En tres filas con grupos de 10 personas, los “colombianos con antecedentes penales” subían al avión bajo un dispositivo de seguridad y la mirada de los funcionarios de la Embajada de EE.UU. desde el diminutivo Aeropuerto Marcos A. Gelaber, a las orillas del Canal de Panamá.
Adiós al sueño americano
El Darién ha sido usado como una ruta migratoria para llegar hasta Norteamérica, principalmente EE.UU., en busca de mejores condiciones de vida. El paso de los años ha dejado progresivamente cifras récords hasta los 520 000 del año pasado y este 2024 se prevé que sean más.
Estados Unidos ha intentado frenar esa migración por dicha selva con diferentes métodos, uno de ellos es este reciente acuerdo para devolver a los migrantes desde Panamá en vuelos patrocinados por el país estadounidense que, además, elimina cualquier tipo de opción para entrar legalmente a aquellos que han cruzado Darién.
“La mayoría de estas personas no van a calificar. Por eso le pedimos que no cojan la ruta que queden en un país donde está seguro y si piensan que sí son elegibles para algo que se acojan a una de las oficinas de seguridad móvil u otro mecanismo”, aclaró agregada regional de seguridad interna de EE.UU., Marlen Piñeiro.
EFE
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