El estatismo –en el sentido que le otorga la ciencia política– refiere a un modelo de gobierno en el cual el Estado tiene gran injerencia en las empresas y otros asuntos económicos. En esa medida, no podemos negar que Uruguay ha sido un país estatista, seguramente bajo el influjo de la idiosincrasia pública de nuestra herencia batllista. De hecho, no podemos obviar que en las primeras décadas del siglo XX ya se cuestionaba el peso del Estado y, sobre todo, su injerencia en los asuntos económicos. Recordemos aquel fragmento del Diario de Carlos Reyles de 1929 en el que expresaba lo siguiente: “Quizá la evolución del Uruguay desde el caciquismo al comunismo en puertas pueda servir de materia prima para una serie de obras novelescas; culminación, no copia, interpretación, no fotografía, de la realidad Estado”, dando a entender justamente lo paradójico de nuestra entelequia nacional, ya que tan pronto el Estado uruguayo recuperó la paz, tras salir de sus luchas intestinas, adoptó como ethos los valores y los presupuestos de una suerte de “Estado benefactor”, salteándose en gran medida el aspecto sustancial del motor de crecimiento que es el desenvolvimiento económico de la ciudadanía, generando las bases para que la iniciativa privada produjese el verdadero equilibrio entre creación de riqueza y presión fiscal.
El estatismo también refiere en otra de sus acepciones –cuando viene de estático y no de Estado– a algo que permanece inmóvil o imperturbable a lo largo del tiempo. Y esto es algo que también nuestro país ha padecido. Llamémosle la lenta dinámica con la que a lo largo de la historia se han producido y producen los cambios en nuestra tierra. Prueba de eso, fue que tuvieron que transcurrir muchísimas décadas, desde 1830 hasta las elecciones de 1916, para que se hiciese una reforma constitucional más que necesaria, imprescindible, al punto de que dicha carencia había suscitado una grieta civil, que tuvo al Uruguay envuelto en sangrientas disputas políticas que se dirimían principalmente en el campo de batalla. Fueron justamente las negociaciones políticas de Pedro Manini Ríos y Luis Alberto de Herrera las que impulsaron poner un freno a la apoteósica quietud nacional en materia de legislación política. Porque al analizar el valor del sufragio universal, producto de aquella victoria electoral de 1916, se consagró, al mismo tiempo, la proactividad del individuo en su vida en democracia.
Ahora bien, tras haber considerado la influencia que ha ejercido el estatismo en nuestra cosmovisión, es interesante observar algunos datos referidos al comportamiento de nuestra sociedad, más específicamente en lo concerniente a nuestra demografía.
Una investigación presentada en 2003 por Adela Pellegrino –profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República–, titulada Uruguay: cien años de transición demográfica, manifiesta lo siguiente: “En las primeras décadas del siglo XX el gobierno de José Batlle tuvo una importancia fundamental en el perfil que asumió Uruguay como país democrático e igualitario. Se tomaron medidas fundamentales en lo relativo a la igualdad entre los hombres y las mujeres, medidas de salud que impulsaron el combate a la mortalidad infantil y medidas relativas a la infancia. La mortalidad infantil en Uruguay a principios del siglo XX mostraba niveles similares a los de Francia. En la segunda década del siglo XX la fecundidad comenzó a descender. La tasa global de fecundidad, estimada por Pollero (1994), era de seis en 1908, se ubicó en tres desde 1930 hasta 1970. También la mortalidad se estabilizó en ese periodo. […] La segunda mitad del siglo XX fue también el escenario de cambios demográficos importantes. El crecimiento de la población continuó reduciéndose debido al descenso de la tasa de la natalidad y de la tasa de migración internacional. Esta última adoptó un signo negativo de manera persistente a lo largo del periodo y en algunos años la emigración fue tan alta que el crecimiento vegetativo no logró compensar la pérdida de población, provocando su decrecimiento”.
Así, el censo de 1908 mostró que el 41% de la población tenía entre 0 y 14 años, mientras que en el censo de 1963 los jóvenes eran apenas el 28,1% del total. Esta pronunciada caída de la natalidad en nuestro proceso modernizador no ha sido del todo ni efectivamente explicada, aunque se han señalado algunas hipótesis.
De todos modos, resulta interesante observar cómo las reformas del batllismo, o el perfil que adoptó el Estado uruguayo durante el batllismo, tuvieron efectos sustanciales en la sociedad de aquel momento, especialmente en lo relacionado a la familia y el papel de la mujer en la crianza de los niños. Mas al mismo tiempo, el batllismo sustentó su política social en base a una fuerte presencia estatal y a la presión fiscal, y en esa medida no tardaron en escucharse los reclamos de los sectores productivos, nucleados, por ejemplo, en la Federación Rural. De hecho, en 1919 el Ing. Miguel Carriquiry, al inaugurar la feria de Durazno había expresado: “El pilar en el que descansa nuestra economía nacional es la ganadería; sin industrias diversificadas que compensen con los mejores productos de los unos los fracasos de los otros, depende exclusivamente de aquella la prosperidad general”, señalando la necesidad proteger y potenciar esta actividad, es decir, que no fuera víctima de la voraz política recaudatoria del Estado.
De esa forma, la sociedad uruguaya adoptó con su modernización un perfil cultural y económico estatista que terminó por menoscabar los impulsos creativos e industriales de su ciudadanía, al tiempo que el estancamiento demográfico provocaba mayores dificultades en lo que refería al crecimiento de su mercado interno. Y como bien afirmaba Methol Ferré: “Un país detenido es también la vida atrancada de su población. La ausencia de dinámica y esperanza colectivas se configura en el desgranamiento de vidas individuales obturadas, en la pudrición de energías inmóviles o mal aplicadas, sin posibilidades objetivas normales de autorrealización y servicio. Sociedad sin horizontes abiertos es hombre sin perspectiva”.
Por todo lo anterior, en un país en el que su desenvolvimiento económico no alcanzado nunca su verdadero potencial, cabe hacerse preguntarse: ¿cómo pueden nuestros jóvenes ilusionarse, llenarse de expectativas cuando perciben la pasmosa lentitud con que se hacen cambios imprescindibles para beneficiar al Uruguay? No solo en educación o economía, sino en otras áreas como podría ser también seguridad, algo fundamental para revitalizar la vida social, que se halla hoy deprimida por el miedo. En efecto, las propuestas que Cabildo Abierto entregó al Ejecutivo esta semana responden a carencias de seguridad que vienen desde la época del Frente Amplio o de antes. En esa medida, también ha habido un doloroso estatismo en torno a este tema, en el que parece difícil hacer cualquier transformación.
Redacción
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/opinion/envejecimiento-social-y-desencanto-juvenil-dos-efectos-del-estatismo/
También estamos en Telegram como @prensamercosur, únete aquí: https://t.me/prensamercosur Mercosur
Recibe información al instante en tu celular. Únete al Canal del Diario Prensa Mercosur en WhatsApp a través del siguiente link: https://www.whatsapp.com/channel/0029VaNRx00ATRSnVrqEHu1W
- Sturzenegger manda a examen a 60 mil estatales: cómo será la prueba para renovar contratos - 21 de noviembre de 2024
- Por qué cada vez más medios y figuras públicas están abandonando la red social X - 21 de noviembre de 2024
- Descubre cuál es el color de bolsa que necesitas para atraer dinero y abundancia, según el Feng Shui - 21 de noviembre de 2024