¿Qué está ocurriendo en el campo? ¿Por qué murmuran con tristeza aquellos agricultores que no hace tanto sentían el orgullo de desempeñar un papel fundamental para la sociedad? ¿Por qué la política agraria de la Unión Europea está en constante proceso de revisión y reforma? ¿Cómo interpretar las razones que, periódicamente, llevan a nuestros agricultores y ganaderos a manifestarse masivamente en pro de reivindicaciones que no siempre son comprendidas? ¿Cómo es posible que la sobreproducción agraria sea un inconveniente en Europa cuando la seguridad alimentaria es uno de los principales problemas de la humanidad en nuestro siglo? ¿Qué habría que hacer para mantener la rica variedad de nuestros paisajes, forjados a lo largo de siglos de contacto entre el hombre y el medio? ¿Qué hay de cierto en las voces catastrofistas o en los cantos de sirena, que de cuando en vez invocan sentimientos ancestrales en una población acostumbrada a convivir con las tecnologías más avanzadas? ¿Por qué estos sentimientos ambivalentes en las ciudades hacia los problemas de unos territorios con los que se sueña, pero a los que a la vez se olvida? ¿Estamos ante problemas que solo aparecen en este país?
Estas y otras muchas preguntas le vienen hoy a la cabeza a quien se plantea el porvenir de las zonas rurales. Son cuestiones a las que se llega tanto si se piensa en la viabilidad de la agricultura, como si preocupa el problema del paro, el de la contaminación o el del progresivo abandono de los espacios. De hecho, la inquietud, en muchas ocasiones la pasión, que provocan estos temas se explica porque junto a ellos está entretejida una buena parte de la cultura y la historia de Europa; y porque con ellos se vislumbra, posiblemente, algo del futuro del viejo continente.
¿El problema rural es, pues, solo un problema rural? Ciertamente, no. Lo que ocurre en el campo puede interpretarse como síntoma de un proceso de profunda transformación que afecta a la sociedad actual. Lo que está realmente en cuestión es el propio modelo de desarrollo; el modo de relaciones que surgió de la postguerra y que, aplicando recursos y esfuerzos en las concentraciones urbano-industriales, provocó un importante cambio de papel de las áreas rurales. La agricultura jugó el rol de motor de desarrollo trasladando su excedente a las zonas en expansión y liberando mano de obra. Paralelamente, sirvió de motor dinamizador de actividades industriales en amont y aval, y pasó a ser la actividad rural por antonomasia. La frecuente identificación de los conceptos agrario y rural se apoya en estos hechos.
Dada la hegemonía de la agricultura en el medio rural, el paralelismo cronológico entre la crisis agraria y el declive rural se explica por los progresivos cambios que vive la política agraria europea desde la década de los ochenta. Los problemas generados por una política agraria víctima de su propio éxito, se interpretan económicamente como una externalidad negativa del sistema. No son, por tanto, exclusivamente imputables a la agricultura; aunque la agricultura conviva con la cara más oscura y fría del problema. Pero la verdad es que las iniciativas políticas por reducir los excedentes agrarios, limitar el crecimiento del coste de la PAC y suavizar las disparidades regionales intracomunitarias, unidas a las exigencias de países terceros de un menor grado de intervención de la UE en el comercio internacional de productos agrarios, destaparon la caja de los truenos.
La firma en Marrakech, en abril de 1994, de los acuerdos del GATT que cierran la famosa Ronda Uruguay significa de alguna manera la consolidación –o puesta en marcha– de un proceso de reasignación productiva agraria a nivel mundial.
Por otro lado, en los países en vías de desarrollo los problemas medioambientales y los asociados al modelo de urbanización masiva han llegado ya a puntos de saturación y callejones sin salida de tal magnitud que es universalmente reconocida la necesidad de frenar el proceso de despoblamiento del mundo rural y de aprovechar las potencialidades productivas de dicho medio, tanto para la producción de alimentos como para otros bienes y servicios cada vez más demandados por la sociedad.
Está en juego la consecución de la meta del desarrollo sostenible tanto en los países industrializados como en los países en vías de desarrollo.
Por eso, si se acepta que los problemas del campo son, en cierta medida, hijos de la dinámica urbanizante de los países occidentales, que se debaten entre fuertes contradicciones internas, y que los problemas rurales afectan negativamente a las áreas urbanas, también debería darse por cierta la proposición inversa: una parte de los problemas urbanos de las sociedades modernas tendría alguna mejora apostando por resolver, de forma colectiva y corresponsable, los problemas rurales. Esta proposición bastaría para establecer que la solución de los problemas del campo es una tarea que exige ser tratada a un nivel integral, al interesar a toda la sociedad.
Prólogo a Los campos del futuro, de Bertrand Hervieu, realizado por Eduardo Ramos y José Juan Romero, encargados de la edición en castellano. EI libro de Hervieu proporciona una lúcida reflexión sobre las claves del futuro de los espacios rurales en Francia, país en el que la cultura rural ha vertebrado históricamente su sociedad.
Mirador de Próspero
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/opinion/aportaciones-al-nuevo-debate-sobre-la-ruralidad-en-espana/
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