“Enfrentar el odio y la violencia”: ¿cuándo?

El debate teórico contemporáneo sobre la mentira en política, se ha situado entre consideraciones relacionadas con el arte con el cual suele ser revestida la política en su acepción más cotidiana. La mentira política, en el fondo, obedece al propósito de filtrar impugnaciones o exagerar condiciones que buscan torcer o dramatizar situaciones.

Construcción de la mentira política

Tan maquinada mentira, se construye -generalmente- en el contexto de una contienda política. Ello, con el fin de inventar argumentos en la dirección de persuadir a los electores de razones que inciden en beneficio del apoyo político perseguido.

Esas mentiras, aunque expresan aseveraciones gastadas por causa del ajado proselitismo que acostumbra el ejercicio de la política, son divulgadas en el ambiente que configura un proceso eleccionario. O sencillamente, en el curso de cualquier publicidad.

Su construcción es encargada a individuos de impúdica, aunque enmascarada, mediocridad. Ya que su redacción exige una astuta inventiva, capaz de hacer creer al electorado “falsedades saludables”. Así concebía John Swift, bajo la pluma de John Arbuhtnot, quien escribiera Los Viajes de Gulliver, a la mentira política, toda vez que la refirió como prueba de la política acogida como arte. Aunque consideraba que se requería más arte de la política “(…) para convencer al pueblo de una verdad saludable” que mediante fugaces mentiras.

Implicaciones más inmediatas

La mentira política es madriguera de la animadversión que, disfrazada de reproche, manipulan quienes, en medio de un proceso político-electoral o momento de proselitismo, buscan provocar una percepción a favor de una falseada postura que -injustificadamente- ansía ganar el espacio político que en buena lid no logró conquistar.

En consecuencia, la mentira política además de descubrirse con una breve indagación narrativa, revela la condición de inmoralidad política y falta de ética pública. Lo cual, indiscutiblemente, induce un rechazo “de primera mano” a quien se ha atrevido a hacer del conocimiento público, o vía publicidad, el tamaño de la mentira que expone sin argumentación alguna, más que la bulla que propende se extienda ampliamente al momento de su publicación o exposición pública.

En conclusión

Ante este sucinto análisis, cabe refutar la atrevida costumbre del politiquero sin escrúpulos ni vergüenza, de negar la realidad o abultarla a conveniencia de pueriles y fantasiosas apetencias que sólo demuestran ignorancia de la realidad sobre la cual se moviliza la política.

Es el arte de la política o el arte de la mentira política, anticuada táctica de arrogante razón de inventar alucinaciones. Es lo que motiva esta disertación, pues no podría negarse que resulta de locura y desesperación el hecho de advertir de que, en medio de la tercera década del siglo XXI, el discurso político-electoral acostumbrado a pronunciarse en el fragor de graves enfrentamientos político-partidista, pretenda convencer -a los ilusos que todavía existen- que se les pueda mentir con frases que parecieran válidas. Pero situados en medio de la dimensión desconocida.

O en realidades donde el politiquero mentiroso cuente con medios de comunicación que divulguen, la sarta de mentiras políticas preparadas. Estas prácticas la siguen politiqueros de baja calaña cuando se ven aterrados ante la proximidad del proceso político-electoral que anuncia su defenestración.

Tal como sucede en Venezuela, cuando de cara a las elecciones presidenciales del 28 de julio, distintos medios de comunicación, emiten mentiras políticas. Sobre todo, aquella atrevida que afirma, sin descaro alguno, que el candidato presentado, en su recién gestión política, supo “enfrentar el odio y la violencia”: ¿cuándo?

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