Por más de un siglo, el accesorio icónico ha llevado encima una confusión que artesanos y mala atribución de su creador.
El famoso sombrero tiene una historia que empieza con una equivocación. En 1906, cuando miles de trabajadores habían llegado a Panamá para domar la selva tupida y construir el Canal que comunicaría por fin a los dos océanos. El presidente de Estados Unidos, Teodoro Roosevelt había viajado tierra abajo para conocer de primera mano la magnitud de la obra. Para mitigar el calor y no sucumbir a la humedad que ya había arrebatado cientos de vidas, al mandatario le fue dado uno de los sombreros típicos de la zona.
Un sombrero de paja, no de fieltro, ligero, de ala corta y que no dejaba pasar la luz por sus tupidos y finos tejidos. Un accesorio indispensable y muy común entre los trabajadores que construían el Canal y de gran popularidad entre los viajeros que iban de la Costa Este de Estados Unidos hacia la Costa Oeste, rumbo a California y que encontraban en este pasaje su camino más corto.
El tono claro del sombrero y su natural elegancia hizo que las fotografías en blanco y negro que hicieron los periódicos de la visita del mandatario lo hicieran aún más visible, al punto que, cuando regresó a Estados Unidos, al presidente Roosevelt le preguntaron por la procedencia de tan peculiar accesorio. Sin más, dio una declaración que marcaría hasta un siglo después el nombre y el destino de ese sombrero: es un Panama hat, sentenció.
No sabía Roosevelt que su sombrero no era panameño, era ecuatoriano. Panamá no era más que un selecto lugar de comercialización. “Los sombreros habían llegado ahí gracias a que el general José Eloy Alfaro Delgado, elegido presidente de Ecuador, había visto una gran oportunidad comercial en llevar el tradicional sombrero de paja toquilla que se tejía en Montecristi, Ecuador, a Panamá que, para entonces, vivía un auge extraordinario”, cuenta Bryan Franco Mero, artesano ecuatoriano y creador de la marca Montecuador Hats que se ha especializado en crear sombreros hechos a mano, de altísima calidad que viajan por todo el mundo.
La equivocación de Roosevelt propia de una época en donde nadie estaba muy preocupado por temas de denominación de origen o por la conservación de los patrimonios, la extrema popularidad que obtuvo el sombrero entre los miles que transitaron por el Canal de Panamá y la facilidad de su nombre, sonoro en español y en inglés, fue manteniendo década tras década un cierto velo y opacidad sobre la bella tradición artesanal que tiene lugar en los montes húmedos ecuatoriales en donde se siembra la paja toquilla. Al no llevar su procedencia en su nombre, la historia de las manos que están detrás de cada sombrero se hace menos fácil de identificar, menos reconocible.
“Para hacer un solo sombrero de paja toquilla – que es como lo conocemos en Ecuador-, se necesitan mínimo tres artesanos: el taquillero, que es el que recoge la paja, la seca y le hace un tratamiento con azufre hasta que la fibra pierde todo verdor y adopta ese color tradicional natural que lo hace único. El que lo teje que, dependiendo de cuántos nudos tenga puede llegar a tardar hasta ocho meses en su elaboración. Y el que lo pule, le hace los terminados a los bordes y lo plancha”, cuenta Modesto Mero Pachay, de Modesto Hats, que desde hace cuatro generaciones se ha especializado en la sombrerería artesanal.
¿Cómo devolverle el sombrero Panamá a los ecuatorianos?
Esa transposición de nombres entre dos tierras cercanas y hermanas que hace que miles de personas que llevan el sombrero más emblemático del verano, -inmortalizado por hombres elegantes como Frank Sinatra y Paul Newman-, aún crean que su origen es panameño, ha llevado a que diferentes voces, sobre todo de ecuatorianos por fuera de su país, se pregunten cómo hacerle justicia a las verdaderas raíces de esta pieza selecta.
Justicia y reconocimiento que se vea reflejado en un afianzamiento de una tradición que existe desde que las comunidades indígenas Huancavilca, Mantas y Caras acompañaran sus vestimentas tradicionales con un sombrero distinto a cualquier otro que algún español hubiera visto antes.
“La historia de dónde viene un producto es lo que le da significado, emoción y conexión. Cuando un producto se hace a mano a través de una habilidad que se ha transmitido de generación en generación, se garantiza que durará más tiempo: se hace con amor”, se lee en la proclama de la marca Cuyana, de origen ecuatoriano que vende sombreros de paja toquilla en todo el mundo y que ha lanzado una peculiar petición llamada ‘Not a Panama Hat’. Firmada ya por más de 5,000 personas, la misiva busca exigirles a todos los minoristas globales que cambien el nombre del icónico sombrero.
“Únanse a nosotros en nuestro movimiento para reclamar la herencia legítima detrás del sombrero dando a Ecuador y sus tejedores indígenas el reconocimiento que se merecen. Después de más de un siglo de usar el nombre incorrecto, exigimos que se tomen medidas. Exijamos un nuevo nombre que honre la verdadera historia de origen de este sombrero y permitamos que las personas que dan vida a esta historia, los tejedores, elijan ese nombre”, dice la petición puesta en Change.org.
La solicitud además especifica que la marca, a la cabeza de la ecuatoriana Karla Gallardo, está trabajando junto con varias organizaciones gubernamentales locales para encuestar a los tejedores y seleccionar nuevos nombres posibles: Toquillera y Montecristi Hat son algunas de las propuestas. La primera apela a la fibra de la que están hechos los sombreros, la segunda, al lugar más tradicional en donde se tejen.
Aunque el sombrero de paja toquilla cuenta desde 2012 con el reconocimiento de Patrimonio Cultural Inmaterial de La Unesco, esta iniciativa buscaría transparencia en sus orígenes y sus legados en un lugar muy relevante, el mercado masivo.
Para el artesano local Bryan Franco Mero, lo más importante antes que un cambio de nombre es la popularización de su verdadera historia “Creo que la gente ya reconoce el Panama hat más como un estilo, así como lo es el Fedora, o el rejoneador, lo importante aquí es que se conozca su historia y que cada vez más gente se anime a visitar Montecristi en donde tienen lugar algunos de los sombreros más finos del mundo”.
Mientras cambios más ambiciosos se dan, Modesto Mero Pachay alienta a los compradores globales a ser más conscientes con sus elecciones y asegurarse, al momento de comprar un Panama hat, que estén comprando un verdadero sombrero ecuatoriano. “Hay muchas formas de saber su originalidad y procedencia. Primero no deben ser blanquecinos, el color natural, más crema, es el color que se consigue después de un arduo proceso. Los bordes deben estar perfectamente terminados, al momento de ponerlo al sol y mirar en su interior, no debe colarse la luz y, lo más importante, deben tener una marquilla que diga que se hizo en Ecuador, que ponga dirección y teléfono para estar seguro de que sí corresponde a la región de Montecristi”, explica Modesto que asegura que los sombreros finos de esta región suelen estar en promedio en un valor de 95 euros.
Sea desde la reasignación del nombre o desde la promoción y visibilidad de su origen, las voces de los artesanos parecen coincidir en una idea: vincular la verdadera historia a esa pieza icónica, la eleva, le da más relevancia, la hace más apetecible, y sobre todo contribuye a que se proteja la permanencia de una bella y elegante tradición fundamental para la subsistencia de los pueblos ancestrales.
diaadia.com.pa
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