Tras los hechos de violencia que tuvieron lugar la semana pasada frente al Congreso, provocados no por unos pocos sino por cientos de militantes pertenecientes a partidos trotskistas y al kirchnerismo, que se dedicaron durante horas a tirar piedras, atacar a las fuerzas de seguridad que protegían el Congreso y, cuando fracasaron en el intento de quebrar esa protección e impedir que el Senado sesionara, atacar comercios, incendiar automóviles, contenedores, puestos de bicicletas y demás infraestructuras de la ciudad que hallaron a su paso, las organizaciones involucradas no se hicieron cargo de nada, sino que se victimizaron: denunciaron de mil maneras la “persecución contra sus militantes”, supuestamente pacíficos y bienintencionados, y acusaron a su vez al gobierno y el operativo de seguridad por supuestamente haber mostrado una feroz vocación represiva.
No dijeron absolutamente nada, ni una palabra, en cambio, contra esos hechos de violencia, obviamente dirigidos a alterar el funcionamiento de las instituciones democráticas.
La excusa que usaron para disimular ese silencio fue que esos actos violentos habrían sido orquestados o directamente provocados por servicios de inteligencia infiltrados.
Cuando se vio en infinidad de filmaciones cómo los violentos buscaban refugio en las filas de sus organizaciones, cada vez que la policía avanzaba para tratar de detenerlos. Y lo conseguían: eran allí una y otra vez fraternalmente recibidos.
Y cuando, para peor, esas organizaciones y sus dirigentes se han vanagloriado infinidad de veces de hacer este tipo de cosas: lo hicieron abiertamente en diciembre de 2017, en ocasión del Gordo del Mortero y las famosas “14 toneladas de piedras”, y en todas las oportunidades posteriores en que pudieron acosar a lo que quedaba del gobierno de Macri. Y se sabe además del oficio que tienen en reclutar gente entrenada en estas tareas, pesados de las barras de fútbol, patotas del conurbano, gente habituada a pelearse con la policía, cuando se movilizan contra un gobierno “enemigo” (claro, nunca le harían algo así a uno “nacional y popular”, ni siquiera los trotskistas se abstienen de hacer esta distinción).
Las protestas y el panteón de “los héroes”
Pero, además, esas organizaciones tienen en su panteón de héroes a gente que no ha hecho otra cosa que practicar y justificar la violencia contra gobiernos “de derecha”, a los que no reconocen legitimidad alguna, porque se supone son por definición “antipopulares”.
En ese panteón destaca, recordemos, el activista mapuche Jones Huala, detenido en estado de ebriedad y disfrazado, después de haber cometido incontables violaciones a la ley, tanto en Argentina como en Chile, de orquestar la mentira de Santiago Maldonado y de haber promovido la violencia de todas las maneras imaginables. Pero igualmente todavía hoy celebrado por la cofradía progre como una sana expresión un “pueblo” rebelde y esencialmente “justo”, haga lo que haga para lograr sus objetivos.
Un lugar aún más destacado de ese panteón lo ocupa, claro, Milagro Sala, la dirigente “social” que suma más delitos violentos después de Emerenciano Sena, quien fue sacado el año pasado a los apurones del referido panteón, recordemos, tras la desaparición de su nuera. Pero para demostrar que eso no implicaba ninguna discriminación contra los violentos, se lo reemplazó con Pablo Moyano, quien se ha vuelto una suerte de hijo dilecto de las Madres de Plaza de Mayo en los últimos tiempos. No a la altura de Néstor y Cristina, pero casi.
La radicalización es un peligro muy concreto para estos grupos
Esto ocurre porque dado que, como ellos mismos admiten, “Milei no deja otra alternativa más que actuar”, “hacer algo más que lo que está al alcance de los diputados y senadores”. Sobre todo luego de comprobarse que los legisladores de UxP y el resto de la izquierda tienen más chances de perder que de ganar votaciones decisivas en las cámaras.
Y es un peligro, además, porque el propio oficialismo tiende a alimentar, con su retórica extremista y sus acusaciones desbocadas, esas inclinaciones: si se los tacha de “terroristas”, muchos en esa izquierda pueden terminar de convencerse que están en el Berlín del ´33, y que la democracia ha muerto como vía para perseguir sus fines, o siquiera para sobrevivir.
Encima encuentran “teóricos” de su lado que dicen exactamente eso. Lo viene haciendo Jorge Alemán, una suerte de continuador de Ernesto Laclau, o eso pretende al menos, con una seguidilla de textos en Página 12 que, para decirlo en pocas palabras, explican que ya la democracia argentina no es lo que era y no se puede ni debe confiar en ella:
“Si se defiende la democracia desde el campo democrático y popular nos encontramos con la paradoja de defender el espacio que las nuevas derechas tienen absolutamente controlado… ¿Hay todavía espacio para separar la democracia del poder neoliberal a través de medios pacíficos y democráticos?… Actualmente se denomina Democracia a un proyecto para que el Pueblo no gobierne o no exista… La reinvención de la misma exigirá en primer lugar la construcción de un Pueblo como un sujeto histórico que vaya más allá de las condiciones electorales del momento y se ofrezca como una experiencia contrahegemónica con respecto al Poder del Capital”.
Por suerte, Alemán tiene bastantes menos lectores que Laclau. Pero sus palabras reflejan opciones que pueden parecer razonables para no poca gente entre los enemigos jurados de Milei. Y que puede que adviertan muy tarde lo mucho que, al plantear las cosas de este modo, limitarán las chances de que florezca algo parecido a una izquierda democrática en el país.
Marcos Novaro
Fuente de esta noticia: https://tn.com.ar/opinion/2024/06/19/la-izquierda-se-victimiza-frente-a-la-represion-pero-se-niega-a-rechazar-la-violencia/
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