Una y otra vez, debe volverse sobre este asunto y todo es consecuencia del desentendimiento de las autoridades, tanto de las nacionales como de las del fútbol.
El tema no es para nada nuevo. Se han producido hechos graves desde comienzos del siglo y lo único que han hecho los involucrados es macanearla, tomando medidas timoratas y rayanas en la candidez. El gravísimo error lo perpetró la administración frentista: retirar a los efectivos de las tribunas. Es obvio que los espacios que se abandonan son ocupados por otros. En este caso, por una mélange de barrabravas violentos y pequeños delincuentes del narcomenudeo, quienes intentan controlar desde los estacionamientos la reventa de entradas, en algunos casos, el consumo de drogas y lograr un espacio de poder, extendiendo sus tentáculos hasta para incidir en las elecciones, las decisiones y la postura política del club al que supuestamente adscriben.
Los intereses de la dirigencia del fútbol, y de otros actores de peso en torno al deporte, se manejan con lógica mercantil y claramente teñida de la demagogia y corrección política que dejan contentos a algunos y espantan de estadios y canchas a las familias, a las que de manera hipócrita declaran querer incentivar para que vuelvan a concurrir. Evidentemente no solo no volverán en estas condiciones, incluso, como se puede constatar, se alejan cada vez más. No hay fiesta ni diversión; solo hay temor al peligro implícito por el accionar de unos pocos cientos de violentos y malhechores, a los que, de verdad, nadie parece querer controlar.
Faltan a la verdad los dirigentes exbarrabravas, que bancan con dinero y depósitos para guardar los propios trapos y los botines de guerra hurtados al enemigo, porque a ese nivel hemos llegado. Incluso hemos visto connotados hombres públicos entonando –con poco criterio– los cánticos con apología del delito como claro indicio de insania o idiocia.
Todos, de la boca para afuera, dicen basta, se escandalizan y pontifican que ya no da para más. A pesar de lo cual, tal vez sea casi innegable que si el gobierno nacional hubiera cumplido con su discurso de campaña otro gallo cantaría. Sin embargo, como en tantas otras cosas, observamos la falta de coraje del Ejecutivo, con la innegable complicidad de la AUF, quienes deberían encabezar el cambio y, no obstante, están a la retranca, con la actitud pusilánime de siempre y desprovistos de ideas serias.
En efecto, las cuestiones son siempre las mismas y la seguridad no es barata, por el contrario, es costosa, mas debe invertirse fuertemente y no dejar que el deporte pase a ser meramente un negocio redituable. Esa actitud permite inferir que no les importa un rábano mientras la gallina siga poniendo los huevos de oro.
Sorprende cómo algunos comentaristas cambian su discurso según el momento. Ahora todos son corajudos y, a través de los micrófonos o con su pluma, intentan teorizar y dar soluciones y recetas. Pero por lo general acomodan el cuerpo y se mueven como la veleta según sople el viento.
Entendemos que basta con adoptar una postura gradualista, pero firme y seria, de compromiso real. Esto se arregla con sencillez y determinación. Es más, hay que ser inflexibles con los violentos y dejar de lado las posturas timoratas e interesadas. Mil disculpas, pero conociendo a los actores involucrados, tememos que será bastante cuesta arriba.
Hay que legislar y poner un marco regulatorio general y consagrarlo con normas penales y administrativas que vayan en esa dirección, sin cortapisas, ni dilatorias cobardes. Será preciso implementar medidas claras y concretas en círculos concéntricos:
- Volver a desplegar a los efectivos policiales en el interior de los estadios, con los grupos de choque en la parte superior de las tribunas de las hinchadas con historial de enfrentamiento, o bien al menos en algunos casos en la tribuna de los equipos con antecedentes de actos con apariencia delictiva. Los ejemplos están a la vista y huelga detallarlos.
- Adoptar una tesitura prístina y volver atrás para aggiornar una cierta política de tono restrictivo, no permitiéndose el ingreso de absolutamente nada de banderas gigantes, enormes, ni aún grandes y solo pequeñas e individuales en mástiles plásticos, así como tampoco instrumentos de percusión u otros elementos, nada que pueda tornarse en elemento de agresión. Del mismo modo, debe penalizarse el porte o introducción de fuegos artificiales o bengalas de todo tipo, así como la manipulación y la apropiación de símbolos del otro o la mención de víctimas de homicidio en los cánticos entonados por las hinchadas descontroladas.
- Tal vez sea tiempo de prohibir para los partidos internacionales y los locales de riesgo, el ingreso a los estadios vistiendo camisetas –que puedan exacerbar los ánimos ajenos– ni las caras pintadas o tapadas de tal suerte que permitan evitar las cámaras de identificación facial.
- Debería estudiarse la utilización de la tecnología existente para el control de la filiación de las entradas –compradas previamente– con cédula de identidad y fotografía reconocible por tótems colocados en cada boca de acceso al espectáculo deportivo. Lo antedicho permitiría incluso la detección y negación de ingreso a todos los que estén incluidos en el listado de inhabilitados para ingresar debido a sus anotaciones y antecedentes por desmanes cometidos con anterioridad.
Suena duro. Debe meditarse, sin hesitar. Es solo parte de una batería de medidas tomadas de manera concatenada y articuladas en favor de la seguridad, para recuperar la paz pública y recomponer el tejido social a pesar del accionar de las pequeñas bandas de violentos que pretenden imponernos la lógica del módulo, de la plancha carcelaria, donde todo vale y las cuestiones de dirimen a trompadas o con cortes.
No queremos esto para nuestros hijos y nietos, ni usted ni nosotros. Es tiempo de tomarse las cosas en serio y desentenderse de las presiones de pequeños intereses lobistas y de concesiones politiqueras de los dirigentes a todos los niveles. A quienes los vemos por televisión no nos interesan sus absurdas explicaciones falaces y por conveniencia. Cuando muera otro inocente en torno a alguno de los estadios o se produzca otro hecho espeluznante, sea en Santa Lucía o en la Unión, todos tendremos presente quiénes son los coautores, cómplices o encubridores de la barbarie desatada.
La planificación estratégica efectuada por los Estados Mayores se da en el marco de las políticas públicas implementadas por el Ministerio del Interior. De nada sirven los viajes y visitas de los precandidatos a visualizar in situ cómo pudieron con los hooligans –los ingleses– si luego carecen del coraje para aplicar lo visto; tampoco traer, como se ha hecho desde hace más de veinticinco años, a oficiales de la Policía Federal Argentina para explicar las medidas tomadas por los jefes de operativos y los evaluadores de seguridad –infiltrados– en las tribunas, como nexo entre la realidad y el país de Oz en que algunos tozudamente pretenden seguir viviendo.
Otro punto para considerar, luego promover y quizás promulgar, serán los agravantes especiales y especialísimas acerca del porte y uso de armas no registradas en espectáculos públicos, poniendo en riesgo a menores por el lanzamiento de cualquier tipo de pirotécnica, elementos arrojadizos, etcétera.
En consecuencia, debe haber pérdida de puntos aplicada de manera creciente, del mismo modo la pérdida de la localía, las multas graduadas aún más graves y costosas. Debe crearse un tribunal de penas –ajeno a la AUF– en la órbita de la Secretaría de Deportes, integrado por el Ministerio del Interior, técnicos profesionales de carrera policial –quizás en representación del Parlamento Nacional– y delegados de los clubes. Los votos determinantes serán lo de ambos organismos gubernamentales. Ese tribunal realizará investigaciones de urgencia, en plazos perentorios, de tal suerte que las medidas no pierdan oportunidad y rigor por el pasar natural del tiempo.
No creemos ser poseedores de la verdad, pero estamos convencidos de que la verdad se construye entre todos. También a la vista está que una semana sí y otra también vemos cómo se repiten hechos de naturaleza violenta y alta peligrosidad. A nuestro entender ha llegado el momento de hacerse cargo, pero de verdad.
Gustavo Sánchez Paleo
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/opinion/quien-le-pone-el-cascabel-al-gato/
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