Un chico de 16 años levanta un Volkswagen de su vecino, inmovilizado bajo el coche. Una madre lucha contra un oso polar para proteger a sus hijos. Una hija levanta un tractor volcado encima de su padre. Estas hazañas son posibles gracias a un subidón de adrenalina y al desbloqueo de sistemas corporales y capacidades musculares a las que sólo podemos acceder plenamente en momentos de extrema coacción.
Aunque estos incidentes de la llamada “fuerza histérica” son reales, el fenómeno es difícil de estudiar en el laboratorio porque sería peligroso para los participantes. En su lugar, los neurocientíficos se basan en lo que se sabe sobre la respuesta de lucha o huida del cerebro y el cuerpo y los mecanismos de retroalimentación del estrés asociados a él que alimentan estos actos de fuerza extrema.
Son los mismos sistemas de respuesta que sirvieron a nuestros antepasados en situaciones como enfrentarse a un tigre de dientes de sable o huir de él, pero han evolucionado para que, en situaciones modernas, como cuando recibimos un mensaje de texto preocupante de un ser querido, cuando frenamos en seco si un animal se nos cruza en la carretera o cuando tenemos que hablar en público, se activan mecanismos menos extremos.
En cada caso, “se trata de la misma respuesta de estrés, pero ahora se activa con más frecuencia en situaciones que no ponen en peligro la vida”, afirma Marc Dingman, profesor asociado de salud bioconductual en la Universidad Estatal de Pensilvania (Estados Unidos).
Estos mecanismos forman parte del sistema nervioso autónomo del cuerpo, que puede considerarse como un continuo, sugiere el popular investigador y neurocientífico de Stanford Medicine, Andrew Huberman: “En un extremo de este continuo, tenemos el pánico absoluto y las respuestas fisiológicas relacionadas con é, y en el lado opuesto tenemos el coma”.
Entre estos dos extremos existe una serie de respuestas biológicas al estrés, algunas de las cuales son familiares, como la pérdida de apetito o los problemas para dormir. Otras respuestas las conoce mucha menos gente, como quienes han experimentado un momento de fuerza histérica.
Comprender la fuerza histérica y la respuesta de lucha o huida
La fuerza histérica es un término que a veces se utiliza para describir “hazañas de fuerza que se producen en situaciones de mucho estrés y que superan con creces lo que normalmente imaginaríamos que una persona es capaz de producir y que serían imposibles de reproducir en circunstancias más tranquilas”, afirma E. Paul Zehr, profesor de neurociencia sensoriomotora de la Universidad de Victoria (Canadá).
Las personas pueden experimentar este fenómeno cuando se encuentran en peligro extremo, como al caer por un lago helado, ser atacadas por un ser humano o un animal, quedar atrapadas por un objeto o enfrentarse a una catástrofe natural o provocada por el hombre.
“La misma respuesta puede darse también al intervenir para proteger a otra persona en peligro, así que no es sólo para autoprotegerse”, afirma Massimo Testa, médico especialista en medicina deportiva del Intermountain Medical Group de Utah.
En tales circunstancias, las investigaciones demuestran que complejas estructuras cerebrales, neurotransmisores y sistemas corporales específicos entran en acción para liberar una cascada de hormonas, lo que permite un mayor acceso a la capacidad muscular y un mayor flujo sanguíneo a los apéndices y órganos del cuerpo más necesarios para responder a la emergencia.
Para ayudar aún más al organismo a alcanzar este estado de hiperactivación, la energía que normalmente se utiliza en otros sistemas del cuerpo (como los relacionados con la búsqueda y digestión de alimentos, la gestión de la salud reproductiva o la regulación de la temperatura corporal) se desvía para centrarse en la supervivencia inmediata.
“Cualquier organismo (humano o no) sólo tiene tres respuestas básicas ante cualquier factor estresante: quedarse quieto, avanzar o retroceder”, afirma Huberman. Aunque se necesitan recursos corporales para cualquiera de estas respuestas, son las opciones de lucha y huida las que requieren la mayor movilización de recursos, centrando toda la atención en el mismo objetivo.
“En este estado, la velocidad de fotogramas de tu percepción del tiempo aumenta drásticamente y empiezas a microcortar el tiempo, asimilando mucha más información de lo que harías normalmente, y mucho más rápido”, explica Huberman.
Durante una situación de estrés extremo, también se utilizan más músculos de lo normal. “Por lo general, sólo utilizamos una fracción de la fuerza y potencia máximas de nuestros músculos, y suele quedar mucha reserva sin explotar”, afirma Gordon Lynch, director del Centro de Investigación Muscular de la Universidad de Melbourne (Australia).
Las investigaciones demuestran que existen múltiples salvaguardias inherentes que impiden específicamente que los músculos se sobrecarguen. Sin embargo, durante una emergencia, Lynch explica que estas salvaguardas pueden “anularse para permitir el reclutamiento instantáneo de las fibras musculares más grandes y rápidas necesarias para la fuerza explosiva y la potencia, y para que se desarrolle el verdadero potencial del músculo”.
El papel de las hormonas
Este tipo de respuestas de lucha o huida se originan en la amígdala, una compleja estructura cerebral “que procesa las experiencias por su contenido emocional”, afirma Donald Katz, psicólogo y neurocientífico del comportamiento de la Universidad Brandeis de Massachusetts (EE. UU.). Explica que cuando esta estructura se enfrenta a un factor estresante, envía una señal de socorro a una zona del cerebro llamada hipotálamo.
El hipotálamo es como el centro de mando del sistema nervioso autónomo, que tiene dos divisiones: el sistema nervioso simpático y el sistema nervioso parasimpático.
Estos sistemas controlan múltiples funciones corporales involuntarias, como el funcionamiento cardiovascular y respiratorio y la constricción y dilatación de los vasos sanguíneos principales y las pequeñas vías respiratorias de los pulmones.
Cuando se activa una respuesta de estrés en el hipotálamo, se liberan neurotransmisores de las neuronas de todo el cuerpo y se envía una señal a las glándulas suprarrenales, situadas en la parte superior de ambos riñones.
Desde allí, se produce una rápida liberación de las hormonas adrenalina (epinefrina) y noradrenalina (norepinefrina).
Esta liberación hormonal “aumenta el ritmo cardíaco y la presión arterial, dilata los conductos de aire para maximizar el oxígeno y provoca la contracción de los vasos sanguíneos, lo que ayuda a redirigir la sangre hacia los principales grupos musculares, incluidos el corazón y los pulmones”, explica Holly Blake, profesora de medicina conductual de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nottingham (Reino Unido).
Los sentidos relacionados con el tacto, la vista y el oído también se intensifican con la liberación de éstas y otras hormonas, que ayudan a procesar y responder mejor a cualquier cambio repentino en el entorno.
La adrenalina también puede reducir transitoriamente la sensación de dolor. “La adrenalina puede afectar a la percepción del dolor inhibiendo las vías de señalización”, explica Mihail Zilbermint, médico y director del programa endocrino hospitalario de Johns Hopkins Medicine. Lo hace, en parte, interceptando y bloqueando las señales de dolor que viajan por el cerebro y la médula espinal. También suele producirse un torrente de endorfinas, que, según las investigaciones, actúan como analgésicos naturales.
Es debido a estas hormonas que uno puede forzar o sobrecargar un músculo en momentos de tremendo estrés. “Las vías de retroalimentación del dolor trabajan normalmente para protegernos, pero cuando estas vías se cierran, ya no nos preocupa desgarrarnos un bíceps o dislocarnos un hombro, sino intentar defendernos a nosotros mismos o a un ser querido de un daño catastrófico”, explica Huberman.
Las respuestas al estrés afectan a todos
Aunque las respuestas extremas al estrés de lucha o huida pueden ser beneficiosas e incluso esenciales para la supervivencia en situaciones de emergencia, en circunstancias más ordinarias se libera una cantidad menor de estas hormonas.
“Todo lo que ocurre dentro de este sistema de respuesta existe en un continuo, de modo que alguien que esté un poco estresado experimentará algo de esto mientras que alguien en pleno modo pánico desbloqueará todos los efectos de este sistema”, dice Huberman.
De hecho, las investigaciones demuestran que hormonas del estrés como el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina se liberan con frecuencia en la mayoría de nosotros. “La adrenalina se produce siempre que hay estrés”, explica Melissa Leber, médico y directora de Medicina Deportiva del Servicio de Urgencias del Sistema Sanitario Mount Sinai de Nueva York. “Puede ser durante una competición o una actuación, a causa de un examen o una presentación importante, cuando se está en una pelea o cuando el cuerpo se enfrenta a una enfermedad o una infección”.
Y como algunas personas ya experimentan estrés con más frecuencia que otras, esos individuos tienden a experimentar respuestas al estrés con más frecuencia y a menudo en mayor grado.
Por ejemplo, una persona con un trabajo exigente o que no duerme lo suficiente con regularidad tiene más probabilidades de estar “cansada y preparada para el estrés”, como dice Huberman, que alguien que no tiene que lidiar con esas cosas.
A la inversa, y más arriba en el continuo, “los atletas de resistencia extrema o de fuerza casi seguro que activan más este sistema de estrés y durante períodos de tiempo más largos de lo que es habitual para el resto de nosotros”, dice Zehr.
En cualquier caso, es probable que una persona experimente beneficios a corto plazo asociados a la liberación de hormonas relacionadas con el estrés, pero las consecuencias a largo plazo de que estas hormonas inunden con frecuencia el organismo pueden ser preocupantes. “Necesitamos estas hormonas para facilitar respuestas fisiológicas, pero en exceso pueden ser nuestra perdición”, afirma Lynch.
Las consecuencias de experimentar un estrés extremo
Lynch explica que el estrés crónico que se asocia a una liberación sostenida y elevada de adrenalina, noradrenalina y cortisol, “puede pasar factura a los órganos y sistemas del cuerpo, provocando resultados fisiológicos perjudiciales.” Entre los efectos adversos habituales del estrés crónico se encuentran la hipertensión, los trastornos del sueño, la diabetes, la obesidad y las enfermedades cardiacas.
El estrés también puede afectar a la parte del cerebro donde se almacenan los recuerdos. “Mientras que el estrés afecta a la memoria de forma drástica a corto plazo y, sobre todo, en situaciones de lucha o huida (probablemente porque el cerebro quiere recordar cómo evitar una situación similar en el futuro), a largo plazo, el estrés crónico puede dañar la memoria de forma significativa”, explica Huberman.
Y el extremo de esta respuesta de estrés, como lo que se asocia con la fuerza histérica y la lucha o la huida, puede conducir a resultados especialmente preocupantes.
“Las cascadas fisiológicas que conducen a la expresión de la ‘fuerza histérica’, por su propia naturaleza, eliminan los límites de seguridad y, por tanto, pueden ser extraordinariamente peligrosas”, afirma Zehr; “si estuviéramos al máximo todo el tiempo, no viviríamos mucho”.
Blake afirma que incluso la liberación accidental de demasiada adrenalina, como la que se produce cuando el cuerpo anticipa una amenaza que nunca llega a manifestarse, “puede causar síntomas como mareos, insomnio, sensación de nerviosismo y, en casos más graves, daños en el corazón.”
En los casos en que el trauma también se asocia con el extremo de una respuesta de estrés, una persona podría sufrir un trastorno de estrés postraumático (TEPT) y verse afectada durante largos periodos de tiempo.
Incluso sin un diagnóstico de TEPT, experimentar una respuesta de alto estrés puede ser difícil de superar emocionalmente para muchas personas. Huberman explica que los mecanismos de lucha o huida se activan necesariamente con mucha rapidez, “pero desactivar estas respuestas suele llevar mucho más tiempo y algunas personas seguirán rumiando la experiencia horas o días después”.
Estas personas pueden tener dificultades para concentrarse, su apetito puede verse afectado y pueden tener problemas para dormir por la noche.
“Somos humanos”, dice Huberman; “y a veces, cuando estamos estresados, no podemos desconectar”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
National Geographic
Fuente de esta noticia: https://www.nationalgeographic.es/ciencia/2024/03/fuerza-histerica-reaccion-lucha-huida-estres-extremo-superfuerza-superhumanos
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