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Sáb. Nov 2nd, 2024
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Carlos Duera pertenece a la tercera generación de esquiladores de su familia. Combina su trabajo de esquilador con la de alambrador, lo que le permite tener trabajo todo el año en diferentes establecimientos.

El aumento en el uso de los materiales sintéticos desplazando el uso de fibras naturales como la lana, y la expansión de la forestación han jugado un papel decisivo en contra de la producción ovina del país. Como consecuencia de ello, el oficio de esquilador trata de sobrevivir, mientras el stock sigue cayendo.

Carlos Duera es uno de los tanto ejemplos de quienes aún desarrollan esa actividad como su principal fuente de ingresos. Desde la sexta sección de Cerro Largo, en la cima de la Cuchilla Grande, despliega su actividad en diferentes puntos del territorio nacional. No reniega del progreso y las nuevas tecnologías, aunque está en desacuerdo con el avance que ha tenido la forestación en Uruguay, la que ha provocando desgaste en el suelo y ha corrido producciones como la ovina a sitios residuales. A estos inconvenientes se le suma el tema de los precios que para la lana nunca fueron alentadores porque a la hora de la comercialización siempre chocaron con la barrera de su grosor y las jaurías, cada vez más dañinas en el interior profundo.

Todos estos factores han servido como caldo de cultivo para el deterioro de la ovinocultura local, tan distinta a la de sus inicios cuando comenzaba este siglo. Duera forma parte de la tercera generación de esquiladores. Comenzó formando parte de una comparsa. Así se le llama al conjunto de personas que en equipo desarrollan la actividad, cada uno en su rol.

Su primera tarea fue la de acondicionar lana en la comparsa, en la cual su padre era el encargado de una máquina. Después de egresar de primaria, las opciones para continuar los estudios eran tan lejanas como el sitio donde vivía en el norte del país. Desde entonces se ha ido formando en las tareas que implica este oficio, que incluyeron alguna que otra volada (cuando los esquiladores le prestaban la tijera para aprender y practicar los pormenores de la tarea) y la participación de cursos dictados por el Secretariado Uruguayo de la Lana intentando profesionalizarse.

Hace poco logro su independencia

“Llevo más años en contacto con la oveja y con la lana que con cualquier otra cosa”, dijo Duera con orgullo. Actualmente se desplaza en su moto con su máquina esquiladora eléctrica, recorriendo estancias y pequeños establecimientos familiares, ofreciendo un servicio que a pesar de su escasa demanda sigue siendo indispensable para quienes desarrollan la producción ovina. Logró su independencia luego de que se presentara a un llamado del Proyecto Piloto de Inclusión Rural para asalariados rurales. Aunque prefiere las majadas de entre ochenta y cien animales por su practicidad, se lo puede encontrar extrayendo lanas de pequeños rodeos de treinta animales hasta en establecimientos con doscientos ejemplares. “Todo lo que tengo se lo debo al trabajo de las esquilas”, resumió y agregó que grosso modo pasan por su tijera entre siete y ocho mil ovinos cada año.

La esquila es un fiel reflejo de los cambios que ha experimentado el rubro en el país. Mientras hoy una “casa grande” es una estancia con trescientas ovejas, hasta el año 2000, cuando hacía sus primeras armas, se trataba de establecimientos con hasta tres mil animales. Muchas de estas empresas desmotivadas por la baja rentabilidad que ofrece producir ovinos se desprendieron de la mayoría de sus majadas y conservan apenas unos ochenta animales para consumo en alguno de los piquetes del predio. El oficio competía con las estancias por mano de obra y el almacén de campaña se pagada anualmente de acuerdo con las costumbres de la época. Duera dijo que era muy común escuchar a los viejos esquiladores decir que lo que se ganaba en dos meses y medio de esquila igualaba al salario de todo un año en las estancias. Aunque su caso es particular, para la mayoría de los esquiladores se trata de una changa más a la cual deben sumarle otro tipo de actividades para parar la olla de sus familias.

Su pasión por las historias locales

Atraído por las historias locales, muchas de ellas surgidas en torno a fogones en tiempos de esquilas, el valor patrimonial de los edificios que hoy son tapera en el medio rural y la cultura tradicional, Duera ha compartido el oficio de esquilador con el estudio y la investigación local. Muchas de estas historias aparecen en su libro Pequeñas historias de este interior profundo, en el que con un lenguaje fácil y comprensible logra retratar la soledad de estancias, centros sociales y lugares históricos que el progreso ha dejado por el camino. “Me empezó a preocupar el descuido por esos cascos, entre los cuales muchos habían sido y son sitios patrimoniales”. Con otros compañeros con similares intereses fundaron la comisión Amigos del Patrimonio Histórico del Uruguay, que funciona en todo el país. Duera entiende que con la llegada de la forestación los campos cobraron mayor valor e imposibilitaron aún más el acceso a la tierra para que la clase media y población rural puedan trabajarla.

A pesar de esas diferencias conceptuales, el desgaste del suelo y las consecuencias sobre el resto de la sociedad, Carlos se mostró muy agradecido con la forestal Lumin, que funciona como un buen vecino en esa zona del país. Además de asistirlo con sus investigaciones y trabajos editoriales, la empresa también colabora con las policlínicas y escuelas rurales de la zona y hasta “le dan mucho más valor que muchos gobernantes”, sostuvo el entrevistado.

Tan desolador son los lugares que trata de rescatar a través de sus investigaciones como el pueblo donde habita. La de Carlos es una de las dos familias que viven en Pueblo Ganem, fundado en 1900 por un negociante libanés que vio una oportunidad con la llegada del tren y la energía eléctrica a ese lugar. De a poco se fueron ocupando los 58 solares que el empresario había dividido tras comprar una porción de tierra. Pero el progreso nunca llegó y los vecinos, que en su mayoría eran asalariados rurales, comenzaron a desmoralizarse y de a poco fueron abandonando el pueblo. El tan ansiado medio de transporte, que para la época representaba un cambio sustancial para la vida en sociedad, llegaría a Fraile Muerto a veintidós kilómetros de Ganem.

Tan sacrificado como el de la esquila es el oficio de alambrador. Duera ejerce ambas actividades que forman parte de su sustento diario. Al igual que en el oficio de esquilador, las nuevas tecnologías conspiran a favor, con herramientas y metodologías que benefician la tarea. Durante su presidencia en la Federación Rural de Jóvenes reclamó mayor descentralización y mejorar las condiciones de la caminería rural que tanto afectan la moral y el bolsillo de los asalariados rurales. “Nuestros gobernantes viven pregonando la palabra descentralización” y dejando de lado los municipios, “que han trabajado muy bien”, es mínimo lo que se ha hecho en esa materia en el interior profundo. Paralelamente a sus quehaceres cotidianos, trabaja sobre las memorias de su pasaje por la gremial de jóvenes y en un libro dedicado exclusivamente a la oveja.

Alvaro Melgarejo
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/agro/el-deterioro-de-la-ovinocultura-y-un-oficio-que-lucha-por-no-desaparecer/

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