

Hace tiempo que dejó de ser un secreto: mayo es el mes de Córdoba. La que fuera capital de Al Andalus (denominación musulmana de la península ibérica durante siete siglos) recibe durante ese mes, de media, la invasión de más de 110 000 de turistas.
Es en mayo cuando los patios de la judería se convierten en ese “cielo en la Tierra” del que hablaba Antonio Gala, y cuando medio centenar de cruces (algunas, tan altas como farolas, y engalanadas con camelias, cerámica y mantones de manila) se espolvorean por plazas y jardines. Por no hablar de la feria, la semana grande de Córdoba.
Lo que quizás no todo el mundo sepa es que, desde hace cosa de unos meses, los Patios de Córdoba son visitables todo el año. Sin que sirva de precedente, puede que el cambio climático nos haya traído algo bueno. “La mejor época para visitar los patios es ahora”, me dice la propietaria del Patio de la Costurera, justo antes de señalarme con orgullo una motita roja; “mira, la primera camelia del año”.
Es mediodía de febrero, soy el único visitante, y sólo nos acompaña el escopeteo tac tac tac de la hija de Araceli, Meritxell, que poda un árbol subida a una escalera. Tras comprársela en 2015 a los hijos de los antiguos propietarios, esta casa-patio con un mantenimiento de 10 000 euros al año ha ganado cinco premios, con sendas placas visibles junto a la entrada del número 40 de la calle San Basilio.
La Casa de la Costurera permanece siete horas abierta todo el año, contiene un museo, organiza sesiones de catas de flores, y cualquiera puede pasar la noche en ella por unos 55 euros. También tiene una urna para donativos. «En abril-mayo es cuando está más bonito», pero, Araceli insiste; «llegan a formarse colas de 45 minutos. Hubo dos años que lo cerré porque ya no podía más». Desde el año pasado, los entendidos reclaman que el concurso (en el que el patio más bonito se lleva 3000 euros) adelante la fecha del calendario.
Paseo romántico nocturno entre jardines, murallas y flor de azahar
A escasos minutos de la calle San Basilio (centro neurálgico de patios), la que fuera residencia de los monarcas del Reino de Castilla durante la Reconquista (y también sede del Tribunal de la Inquisición en sus últimos años) saluda al visitante. La fortaleza del Alcázar de los Reyes Cristianos es un hermoso enclave ajardinado ideal para perderse entre sus fuentes y jardines. Sus gruesos muros y torres atalaya cuentan historias de estrategias bélicas y encuentros diplomáticos, mientras que los mosaicos y los restos arqueológicos dentro de sus salones revelan la rica confluencia de influencias musulmanas y cristianas.
Construido en 1328, fue aquí donde los Reyes Católicos recibieron a Cristóbal Colón en dos ocasiones, en 1486 y 1492, para discutir sus planes de viaje hacia el oeste en busca de una ruta hacia las Indias.
El Alcázar de los Reyes Cristianos fascina por su mezcla de estilos arquitectónicos: edificio mudéjar con estancias góticas, rodeado por unos jardines de influencia renacentista y barroca donde los aromas de naranjos y jazmines se entrelazan con el murmullo del agua de sus fuentes.
Para evitar colas, ve con la entrada ya comprada (cuesta cinco euros y, a veces, la venta online tiene descuento) y evita las horas centrales del día. Entre febrero y marzo, cuando aún es temporada baja, lo ideal es visitar al menos una hora antes de que cierre, y disfrutar de unos jardines que le hablan de tú a tú a los de la Alhambra mientras se contempla el atardecer.
La judería y la Mezquita es para los que madrugan
La mezcla de culturas es un concepto capaz de resumir a Córdoba entera. Y el máximo exponente de esta sinergia histórico-cultural (presente en calles, fachadas y suelos empedrados) se da, claro está, en la Mezquita Catedral. Situada a apenas 100 metros del Alcázar, justo hace 40 años que la UNESCO la declaró Patrimonio Universal de la Humanidad, haciendo de Córdoba la única ciudad del mundo con cuatro designaciones de este calibre (junto a los Patios, el centro histórico o judería y la ciudad califal de Medina Azahara).
Antes de la llegada de la marabunta de excursiones escolares; gitanas ofreciendo briznas de romero garantes de una vida de amor eterno; antes incluso, de que suban la persiana los comercios de mantones y artesanía de plata y cuero, la Judería de Córdoba le aguarda a uno callada y con un viaje al pasado en cada esquina. Además, por muy temprano que sea, en Córdoba uno siempre termina dando con un bar con pan recién hecho y la botella de aceite de oliva dispuesta en la mesa.
A la Mezquita le pasa lo mismo que a la Judería: está hecha para los madrugadores. Y en Córdoba, poner el despertador ofrece un exceso de recompensas.
Es el único modo de tener la calleja de las flores para ti sólo, y de evitar el desfile de sonrisas con paragüas «free tour» que custodian las puertas del Patio de los Naranjos a la espera de los grupos de turistas de preguntas variopintas. Algunos incluso han llegado a preguntarle a un guardia de seguridad de la Mezquita que si hay cafetería dentro. «Es lo más extraño que me han preguntado jamás, no sé de dónde salen», me confiesa mientras, de fondo, un grupo de estudiantes no cabe en sí de incredulidad con los cerca de 30 euros en monedas que descansan en el fondo (y al alcance de la mano) de la fuente principal del Patio de los Naranjos.
Si no eres de madrugar, basta con huir de la Mezquita y sus calles colindantes, una zona que John C. Mulligan gusta de denominar tourist land. «Llevo 40 años viviendo aquí, y sigo perdiéndome, lo que más me gusta es irme a callejear por la Judería sin saber adónde voy a salir», comenta este profesor británico jubilado cuyo rincón favorito para tomarse un café mientras pasea al perro es la placita frente al museo Arqueológico.
En Córdoba, lo mejor son unas buenas zapatillas y hambre
La Judería uno tiene que visitarla sin guía ni Google Maps, siguiendo el sendero de los coches de caballos, dejándose llevar por el aroma que brota de las teterías, y haciendo parada para el tentempié en alguna de sus muchísimas tabernas. Una de las más populares, el bar Santos, está delante de la Mezquita, y acostumbra a tener aglomeraciones de gente haciendo cola, atraídas por su salmorejo y sus tortillas de patatas, grandes como cabezas.
Para cenar, es difícil equivocarse en la capital del rabo del toro, el flamenquín y las berenjenas a la miel. Abierta hace casi un siglo, Casa Pepe suele estar hasta arriba en cualquier día de diario (mejor reservar). Justo antes de acceder a su jardín, se ve una de las pocas piqueras que sobreviven en Córdoba (una abertura frente a la barra para que las mujeres se comunicasen con sus maridos, ya que por aquel entonces no era costumbre que una mujer frecuentase una taberna).
Para visitar Córdoba solo se necesitan unas buenas zapatillas y hambre. De lo demás, ya se encargan sus vecinos, como la señora que barre su puerta en la calleja del Indiano, sabedora de que, hace 600 años, su apartamento formaba parte del palacio de uno de los primeros cordobeses que hizo fortuna en las Américas, Don Juan Cosme Paniagua. El antiguo portal, hoy reconvertido en entrada de esta hermosa callecita sin salida y con una enmudecedora sobreabundancia de geranios, jazmines y gitanillas, es una de esas perlas que hacen del centro de Córdoba un patio de recreo para el viajero curioso.
¿En qué otra ciudad existe una calle dedicada al salmorejo, con la mismísima receta e ingredientes inscritos en losa sobra la pared? Por muchas fotos que se hayan publicado de la Mezquita, sólo visitándola descubre uno el frío que puede llegar a hacer entre sus columnas de mármol, jaspe y granito. Incluso en verano, con 45 grados en el exterior, las abigarradas calles de cal y sombra le dan al viajero un respiro.
Considera visitar restaurantes como Garum 2.1, conocido por su salmorejo y vistas desde la azotea, o La Casa de Manolete Bistró, que ofrece una experiencia sofisticada en un palacete del siglo XIX. Otras opciones incluyen el Pairi Daeza en el Hotel Balcón de Córdoba, con vistas únicas de la Mezquita-Catedral, y Casa Pedro Ximénez, donde la cocina tradicional y las vistas desde el rooftop crean un ambiente perfecto.
Cerrar el día en entornos que enamoran
Si te queda algo de energía, dale una oportunidad al Castillo de Almodóvar. Está a media hora en coche, aunque hay autobuses diarios desde la ciudad. Con sus torres almenadas, murallas robustas y su imponente ubicación sobre una colina, esta fortaleza de origen musulmán reconstruida en el siglo XIV apareció en Juego de Tronos y es un magnífico ejemplo de la arquitectura militar medieval. Desde su posición elevada, el Castillo de Almodóvar ofrece vistas espectaculares de los alrededores, incluyendo el río Guadalquivir y las extensas tierras de cultivo.
Mucho más cerca, apenas saliendo de Córdoba, también puedes sumergirte en la historia del esplendor del Califato de Córdoba visitando el sitio arqueológico de Medina Azahara. De entrada gratuita, brinda la oportunidad de apreciar de cerca la riqueza y sofisticación de la civilización Omeya en su esplendor total, y la magnificencia de una de las ciudades palatinas más importantes del mundo islámico medieval. Su arquitectura, arte y tecnología, tan avanzada para la época, ofrecen una ventana única a la vida, la cultura y la política de al-Andalus en su apogeo, cuando Córdoba era mucho más que un destino a merced de la marabunta turística.
Para culminar un viaje romántico en Córdoba, nada supera un paseo por la ribera del Guadalquivir mientras se admira la iluminación del Puente Romano y la Torre de la Calahorra al tiempo que, de fondo, suena alguno de los guitarristas flamencos (posiblemente, Entre dos aguas) que se turnan para sacarle unas monedas al puente. Finaliza la noche con otro tranquilo paseo por la histórica Judería, donde pasada la medianoche las calles recuperan su quietud, y a Córdoba le es devuelta su pasado.
Cómo llegar
-Tren: Córdoba cuenta con un emplazamiento inmejorable en la red ferroviaría española. El viaje en AVE (y su versión económica, AVLO) apenas tarda dos horas desde Madrid, y entre cinco y seis desde Barcelona. La clave está en comprar con cuanta más antelación, mejor: los precios desde Madrid oscilan entre los 46 y los 90 euros. Desde Barcelona el viaje cuesta desde 89 a 110 euros para la opción más rápida. Los viajeros sin prisa disponen en Barcelona de los Intercity Torre del Oro: una opción que tarda cerca de once horas y cuesta poco más de 50 euros.
–Autobús: la opción más económica. El trayecto desde Madrid a Córdoba en bus es operado por la empresa Socibus y cuesta 28 euros por trayecto.
–Avión: los vuelos comerciales desde el aeropuerto de Córdoba son una eterna promesa desde hace décadas que empezará a materializarse este verano, con la llegada de sus dos primeras rutas nacionales. En febrero de 2024, se confirmó la inauguración en julio de vuelos a Córdoba desde Palma de Mallorca y las Islas Canarias por 58 y 100 euros respectivamente.
National Geographic
Fuente de esta noticia: https://www.nationalgeographic.es/viaje-y-aventuras/2024/02/escapada-romantica-cordoba-patios-temporada-baja
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