Invisible a simple vista, inodoro y casi imposible de detectar por el gusto, hay rastros de plomo en los productos que utilizamos, las bebidas que bebemos y los hogares en los que vivimos. Aparece incluso en nuestras botellas de agua reutilizables, como el plomo que recubre el fondo de los vasos Stanley, un controvertido descubrimiento que ha reavivado recientemente la atención de los consumidores hacia un problema de hace muchos años.
Aunque fuentes naturales como las erupciones volcánicas han contribuido marginalmente a las concentraciones de plomo en la superficie del planeta, el principal culpable del problema de la contaminación global por plomo (que mata prematuramente a unos 5,5 millones de personas cada año) es la actividad humana.
“Los niveles naturales de contaminación atmosférica por plomo no existen realmente, a menos que estés debajo de un volcán. El plomo que respiras está hecho por el hombre”, afirma Alexander More, científico del clima y la salud de la Universidad de Massachusetts y la Universidad de Harvard (Estados Unidos) que ha dirigido estudios sobre el tema.
Después de las explotaciones mineras y los procesos industriales como las fundiciones de plomo y las incineradoras de residuos, entre las fuentes habituales de contaminación por plomo se encuentran los aditivos de la gasolina y las pinturas, así como la producción de pilas y baterías.
“No sabemos cómo sería una sociedad sin plomo en el suelo, el agua y el aire”, afirma More.
¿En qué se utiliza el plomo?
El plomo fue uno de los primeros metales que el ser humano extrajo de los minerales hace miles de años, y desde entonces se ha utilizado de muchas maneras. Antiguas monedas, cosméticos, cerámicas y balas se fabricaban con este metal maleable. Los antiguos romanos lo utilizaban incluso para distribuir agua, fermentar vino y endulzar alimentos.
Los peligrosos riesgos para la salud asociados a la exposición al plomo pueden haberse identificado ya en el Imperio Romano y, sin embargo, el mundo siguió dependiendo de este metal pesado para todo, desde la alquimia en la Edad Media hasta los aditivos de la gasolina en el siglo XX. Cuando llegó este último, Estados Unidos se había convertido en el principal productor y consumidor de plomo refinado, depositando millones de toneladas de plomo en el medio ambiente a través del combustible utilizado para propulsar los vehículos estadounidenses.
No fue hasta finales del siglo XX, poco después de que el Congreso estableciera la Ley de Aire Limpio, cuando Estados Unidos empezó a limitar el uso del plomo. En 1973, la Agencia de Protección del Medio Ambiente puso en marcha la primera normativa para reducir progresivamente la cantidad de plomo en la gasolina, pero tendría que pasar casi medio siglo antes de que se prohibiera en todo el mundo la venta de combustible con plomo para automóviles y camiones, según la Organización Mundial de la Salud. La eliminación del plomo de la gasolina provocó un descenso significativo de los niveles de plomo en sangre en todo el mundo, incluido EE.UU. En España se prohibió el uso de plomo en tuberías en 1980 y, y desde 2002, la ley obliga a retirar las tuberías remanentes de los edificios.
Pero el uso de gasolina con plomo en el combustible de transporte nunca ha sido regulado para los motores de aviación, la mayor fuente de emisiones de plomo que queda en Estados Unidos. El pasado mes de octubre, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) consideró que el uso continuado de gasolina con plomo en algunos aviones pequeños constituía un peligro para la salud pública.
A diferencia de muchas otras sustancias químicas, el plomo no se biodegrada con el tiempo, lo que explica en parte que la exposición al plomo sea un grave problema de justicia ambiental, según Tomás Guilarte, neurotoxicólogo y profesor de la Universidad Internacional de Florida.
Las comunidades de bajos ingresos y las poblaciones de color se enfrentan a los niveles más altos de exposición al plomo en todo Estados Unidos, principalmente debido a los entornos y hogares en los que viven, muchos de los cuales están situados más cerca de autopistas o zonas donde el suelo está muy contaminado debido a la dispersión previa de plomo en la gasolina, señala.
¿Cómo afecta el plomo a los niños?
“No hay un nivel seguro de plomo”, dice Olivia Halabicky, científica de salud ambiental de la Universidad de Michigan, que estudia cómo influye en el desarrollo la exposición al plomo en la primera infancia.
Además de pedir a un médico que analice los niveles de plomo en sangre, recomienda a todo el mundo que analice sus fuentes de agua, sus casas e incluso el suelo cercano. Los productos de consumo que se encuentran cargados de plomo, como alimentos, joyas y juguetes infantiles, son otro punto de preocupación. “No queremos que la gente esté expuesta a esto en absoluto”, añade Halabicky.
Los niños son especialmente vulnerables a los efectos nocivos del plomo, ya que esta toxina afecta de forma desproporcionada a cerebros que aún están en desarrollo, explica Guilarte, que investiga los efectos del plomo en el cerebro humano.
Unos niveles elevados de exposición al plomo pueden causar graves daños en el cerebro y el sistema nervioso central del niño, que pueden desembocar en coma, convulsiones y muerte. Los niños que sobreviven a una intoxicación grave por plomo pueden acabar sufriendo deficiencias intelectuales y trastornos del comportamiento de por vida. Se sabe que incluso niveles bajos de exposición reducen el cociente intelectual y producen déficits de aprendizaje, así como un bajo rendimiento académico.
“Piensa en una tienda llena de cristalería fina. Tienes jarrones y cristalería muy cara”, explica Guilarte; “y, de repente, dejas entrar a un elefante por la puerta. Eso es exactamente lo que pasa en el cerebro con el plomo”.
¿De qué otras formas perjudica el plomo al organismo?
El plomo no sólo daña el cerebro: los investigadores también han descubierto que la exposición a altos niveles de plomo puede afectar a muchos otros órganos, como el corazón.
Y no solo las concentraciones elevadas pueden ser perjudiciales.
Un estudio de 2018 descubrió que alrededor de 400 000 muertes en los Estados Unidos pueden atribuirse a la exposición al plomo de “bajo nivel” anualmente, más de la mitad por enfermedades cardiovasculares. La exposición crónica a niveles bajos o moderados de plomo se asocia con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, según una declaración científica de 2023 de la Asociación Americana del Corazón.
Mientras tanto, otro estudio de 2022 descubrió que más de 170 millones de adultos estadounidenses vivos en la actualidad (más de la mitad de la población) estuvieron expuestos a altos niveles de plomo en la primera infancia. Alrededor de 10 millones de estadounidenses pueden haber estado expuestos a niveles siete veces superiores al umbral actual de preocupación clínica. Un estudio similar realizado en España sobre contaminantes ambientales (además del plomo, también se incluye el ozono y el radón) cifra en 15 000 las muertes anuales en nuestro país por la exposición a estas partículas en suspensión.
Según Guilarte, para abordar un problema tan omnipresente como éste habría que replantearse cómo se analizan los productos y cómo se examina a las personas para detectar la exposición.
“En Estados Unidos está regulado que todos los niños, antes de los dos años, deben someterse a pruebas [para detectar la presencia de plomo]. Y muchos, muchos estados no lo hacen”, dijo; “hay que hacer mucho más”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
National Geographic
Fuente de esta noticia: https://www.nationalgeographic.es/ciencia/2024/02/plomo-todo-necesitas-saber-peligros-salud
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