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Sáb. Nov 23rd, 2024
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 Evangelina enciende la cámara y sonríe: el sol de la primavera europea entra por la ventana. Está en Wiesbaden, Alemania, a orillas del río Rin, a punto de comenzar un desafío que la tiene nerviosa: va a cruzar, de punta a punta, cinco países de cinco continentes parada sobre una patineta a batería. La historia que está por contar, sin embargo, está situada en el pueblo minúsculo de Mendoza en el que nació, entre cabras, vacas, escuelas católicas y amigas-enemigas.

La historia no se titula “el día en que salí del closet” sino “el día en que me sacaron del closet”.

El pueblo se llama Colonia Bombal y tiene, según el último censo, 3.300 habitantes, unas 70 veces menos que el barrio de Palermo. El contexto no era del todo amable para alguien que empezara a considerar la posibilidad de ser homosexual: “Imaginate que en 2010, cuando se legalizó el matrimonio gay, en la escuela a la que yo iba rezábamos para que no se aprobara”, cuenta a Infobae Evangelina González.

Evangelina tiene 26 años y 130.000 seguidores en sus redes sociales. Es conocida por sus aventuras alrededor del mundo, por sus tips -”48 formas de ganar dinero viajando”- y por sus desafíos, por ejemplo “De 0 a sexy”, en el que se animó a mostrarse semidesnuda, su forma de arrancarse del cuerpo aquella vieja sensación de suciedad. Pero antes de toda esta apertura pasó aquello en el pueblo.

“Me sacaron del clóset por la fuerza. ¿Quiénes? Mis compañeras de escuela. Una amiga se enteró del chisme y lo esparció, ex amiga mejor dicho”. Evangelina tenía 16 años, un novio al que usaba como fachada y un amigo gay que era su confidente, el único que sabía que le gustaban las chicas. Entonces una de las adolescentes de su grupo del colegio leyó una conversación privada entre ella y su amigo que había quedado abierta en su Facebook.

Lo que leyó fue que a Evangelina no sólo le gustaban las chicas sino una de las amigas del grupo. Se lo contó a medio pueblo, pero Evangelina supo que todos hablaban de su sexualidad a escondidas muchos meses después, cuando ya iba a un colegio nuevo: el chisme había llegado hasta ahí.

“Quedé como una idiota básicamente, todos sabían menos yo. Esas amigas se habían alejado de repente, la amistad se había roto y yo nunca había entendido por qué”. En el colegio nuevo le mostraron, además, lo que había escrito, cuando se había enterado del chisme, la chica de la que gustaba: “Ay qué asco”.

“Me quise morir. Me sentí sucia, odiada, muy mal conmigo misma. Me arruinó la autoestima por años. Creo que hasta el día de hoy me da vergüenza decirle a una chica que me gusta. He llevado esa suciedad conmigo durante mucho tiempo. Aunque yo supiera que ser lesbiana no estaba mal, una parte de mí decía ‘pero doy asco’. Hasta el día de hoy me duele, me sentí como expulsada”, contó en un video que subió a su canal.

“No saquen a la gente del closet, dénle tiempo a las personas a que se descubran. Si sos hétero y alguien gusta de vos se está descubriendo y siente por vos algo lindo, amor, entonces, ¿asco? Asco las pelotas”.

La catarsis ocurrió mientras estaba sentada en un muelle en Indonesia, uno de los 40 países que lleva recorridos, un lugar que no es precisamente amable con la homosexualidad.

Del pueblo al mundo

La situación la forzó a salir del closet con sus padres antes de que el chisme les llegara por otro lado. Era octubre de 2013 cuando se los contó: dos meses después Evangelina se fue del pueblo y arrancó un viaje por el mundo que ya lleva ocho años.

“En parte me fui de ahí porque sentía que no pertenecía, necesitaba encontrar un lugar donde no me sintiera sucia”, cuenta a Infobae. “A mi vieja todavía la paran y le preguntan cosas estúpidas. ‘¿Siempre supiste que tu hija era así, rarita?’. Pobre mi vieja que tiene que andar respondiendo eso”.

La otra parte que la impulsó a viajar fue su deseo: tenía 18 años y quería conocer el mundo. No quería encarar una vida adulta haciendo queso de cabra y vendiendo verduras en la feria como sus padres.

Durante estos años, Evangelina trabajó de todo: pescó salmones en Alaska, fue instructora de buceo profesional en México, en las islas Maldivas y en Indonesia, cuidó ancianos en España, hizo malabares y tocó la guitarra en Latinoamérica y en Europa, trabajó en hosteles a cambio de un lugar donde dormir, fue fotógrafa subacuática, hizo videos para turistas bajo el agua, fue profesora de italiano, alemán, español e inglés.

La distancia le permitió, sin embargo, mirar su pasado en perspectiva. “Estuve en algunos países que fueron mucho peores que el pueblo: el pueblo es el paraíso en comparación con ser lesbiana en el mundo musulmán”.

La primera referencia es al año en que trabajó en las Islas Maldivas, un paraíso musulmán en pleno océano Índico, a 450 km de la India, mientras estaba de novia con una compañera de trabajo. En Maldivas las relaciones entre personas del mismo sexo son ilegales en virtud de la ley islámica y el matrimonio gay está prohibido. Las penas por “el delito de homosexualidad” van desde la deportación hasta la cárcel.

“Obviamente intentábamos ocultarlo o que solo quedara en el grupo de trabajo del centro de buceo, pero la bola se corría. Imagínate ser mujer y lesbiana en un lugar así, era una muy mala idea. En la isla había 23 mujeres trabajando y 300 hombres, el que me servía la comida se había enterado y me trataba de ‘señor’. ‘¿Señor, qué se va a servir?”, cuenta.

“Entre esas 23 chicas había cuatro lesbianas. O sea, lesbianas con velo, todas tapadas. Era todos los días una súplica: ‘Eva por favor, ayúdanos a irnos a Europa’, ‘por favor, ¿nos puedes conseguir algo en Alemania?’, ‘por favor, ayúdanos a salir de esto’. Yo, por un lado, sentía que lo tenía que ocultar porque nos podía pasar algo, pero a la vez no quería: si estas chicas podían ver una pareja de lesbianas en Maldivas quizás podíamos ser un modelo”.

Durante ese año en Maldivas también le hizo una sesión de fotos a un grupo de mujeres, una de ellas, la prima del príncipe de Arabia Saudita, un país donde la homosexualidad se castiga con la pena de muerte (también con multas, palizas, cárcel, tratamientos psicológicos en instituciones mentales, castraciones y ejecuciones públicas).

“Después de las fotos una de ellas me dijo ‘cuándo te cases y tengas un hijo tienes que venir a visitarnos’. Yo le dije ‘ah, pero no me quiero casar, no quiero tener hijos y soy lesbiana. Madre mía, había una señora que rezaba y repetía: ‘No, eso no es natural, ya vas a cambiar, ya vas a cambiar”.

Evangelina también estuvo seis meses en Indonesia con quien era su novia. La homosexualidad y el sexo gay no son ilegales en Indonesia pero sí son frecuentes los “exorcismos”, una suerte de terapia de rehabilitación y conversión a las que los someten para ser “curadas”. “Hubo otros países, como Georgia, al lado de Rusia, que son más abiertos pero igual es incómodo. La gente asume que sos heterosexual, que tu sexualidad no es válida y que ya se te va a pasar”.

De 0 a sexy

La pandemia encontró a Evangelina en Indonesia. Fue ahí que un fotógrafo mendocino le dijo “vos te tenés que mostrar más, todavía tenés a la escuela católica metida en la cabeza”.

Evangelina aprovechó para desnudarse y poner sobre la mesa los mandatos de belleza que, como un buzón, nos tragamos las mujeres:

“Como mujer y amante enloquecida de mujeres, eso lo vivo de cerca. Nuestra aceptación ilógica de que somos: feas que necesitan maquillaje, gordas que necesitan remedios mágicos, pieles arrugadas o con acné que necesitan miles de cremas, canas que necesitan tintura, tetas y culos que necesitan cirugías y culos y axilas que necesitan blanqueamiento y depilación definitiva”, escribió al lado de una de esas fotos.

¿Por qué lo hizo? La respuesta sigue escrita ahí: “Mostrar el cuerpo siempre será un acto de libertad”.

Lo que está por comenzar mañana no tiene, tal vez, nada que ver con todo aquello, aunque sí es una nueva etapa en su largo viaje. Evangelina recorrerá cinco países en cinco continentes a bordo de un longboard eléctrico. Arrancará en Portugal, donde hará 900 kilómetros con varias dificultades: la batería del skate, por ejemplo, se agota cada 45 kilómetros, por lo que irá buscando familias que le dejen pasar la noche y le permitan cargarlo durante 5 horas.

En total, viajará en el longboard durante un año y terminará en tres países de África (Malaui, Zimbabwe y Mozambique: en los primeros dos la homosexualidad es ilegal, dicho sea de paso). Una vez en África tratará de recaudar dinero para la ONG en la que trabaja, llamada Music Cross Roads. La idea es becar a los chicos que viven en la sabana africana para que puedan aprender a escribir su música en un sistema occidental. “El plan es que su música no se pierda, que perdure”, se despide.

El viaje ya comenzó.

Infobae


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