¿Por qué adoramos a Bonjo? La pregunta la responde la más fiel de sus admiradoras argentinas, la escritora y periodista Florencia Etcheves, que llegó a ser vicepresidenta del club de fans del cantante que hoy celebra seis décadas.
Jon Bon Jovi es una de esas personas “tocadas por la varita mágica”, como dice una de sus fanáticas más conocidas en Iberoamérica, la escritora, guionista y periodista Florencia Etcheves. Florencia es también una de mis amigas más queridas, y pienso que el amor con que sigue desde que era una adolescente al músico de New Jersey es mi propio botón de muestra de la relación duradera que Bonjo entabló con esos 100 millones de fans, “que no pueden estar equivocados”, según rezaba el disco por el vigésimo aniversario de su banda, grabado en 2004.
Para el cantante, compositor y guitarrista nacido hace 60 años como John Francis Bongiovi Jr, sus admiradores siempre fueron una prioridad: tal vez no exista otro rockstar que se haya empeñado tanto como él en mantener su lazo con el público vigente a través de las últimas cuatro décadas. Las gafas oscuras que usa casi todo el tiempo por prescripción médica, para aliviar su hipersensibilidad ocular a la luz del sol y el tabaco, jamás fueron una barrera: el hombre más sexy del rock –coronado así por la revista People en 2000– mira a sus admiradores y los escucha tanto como le gusta ser mirado y escuchado.
Y sobre todo, los hace sentir parte, como en esa colección exclusiva con material inédito y covers que fue 100 millones de fans…, para la que les pidió mensajes que luego se imprimieron en la caja con los cinco discos. O en “Do what you can”, el tema que hizo en colaboración con el público en su último disco (2020), algo único en una estrella con hits –himnos, me corrige Florencia, y basta con escuchar “Livin’ on a Prayer” (1986) o ver a Olivia Collman bailándola como en un trance en La hija oscura (2021), para darle la razón– imperecederos, a quien Billboard ubicó hace unos años en el número 50 de los más poderosos e influyentes de la industria.
No es el único título que se ha ganado Captain Kidd –el sobrenombre que le pusieron sus compañeros David Bryan, Tico Torres, Phil X y Hugh McDonald en honor a un viejo pirata escocés–.
Con ascendencia italiana, eslovaca, rusa y alemana, Bonjo mantiene el sex appeal que traía en su ADN con la sensibilidad estética que aprendió de sus padres. La madre, Carol, es una ex conejita de Playboy devenida florista que se ocupó durante años de la relación con los fans de su hijo en todo el mundo. El padre, que tiene su mismo nombre, John Francis, fue un famoso peluquero –fundó la franquicia Jon Anthony–. El primer trabajo del cantante con la mejor melena de la historia de la música fue precisamente ahí, en la barbería de su padre.
Y es que a todo lo que en su vida podría parecer fortuito, Jon Bon Jovi lo transformó en un destino en el que la constante ha sido el fuego de la gloria al que le cantó en uno de sus temas más populares, “Blaze of Glory” (1990), que escribió a pedido de su amigo Emilio Estevez para la película Young Guns, y por el que ganó un Globo de Oro como mejor canción original. De haber nacido en un barrio bajo de Nueva Jersey –donde vivió la mayor parte del tiempo con su familia hasta el inicio de la pandemia, cuando se mudaron a una mansión en Palm Beach–, o ser el hijo del peluquero, a ser el rockstar de peinados prolijamente revueltos, de apariencia desobediente pero siempre con los pies en la tierra. Como dice Florencia: “Bonjo es el adolescente que lo logró, el rockstar inoxidable”.
Como tal, su paso por el cine no solo fue para componer soundtracks. Actuó en más de una docena de películas y también tuvo participaciones especiales en series como Sex and the City, 30Rock, The West Wing y AllyMcBeal, en la que hizo un papel con continuidad como novio de la abogada que encarnaba Calista Flockhart.
Hay un hito en su carrera y en su historia: el día que se cortó el pelo, en los tempranos 90, todavía ocupa el puesto No. 24 de la lista de los 100 peores momentos del Heavy Metal de VH1. Las fans –en su mayoría mujeres–, sin embargo, no lloraron por la larga melena perdida. Para ellas, lejos de perder la fuerza, su ídolo estaba creciendo a la par de ellas, y que se casara en 1989 con Dorothea Hurley, su novia de la adolescencia que lo acompañó desde antes de la fama y las giras, era parte de lo mismo.
A diferencia de otros astros de la música con una base femenina de fanáticas, Bonjo jamás ocultó su amor por la mujer que lo acompaña hasta hoy y con la que tuvo a sus cuatro hijos –Jacob, Jesse, Romeo y Stephanie Rose–, y sus seguidoras lo entendieron como parte de su evolución natural. Aman a Dorothea igual que aceptaron el corte de pelo con el que entró a esa nueva etapa de su vida y de su carrera, la de mantener la fe, como canta en otro de sus grandes “himnos”, “Keep the Faith” (1992).
“Su recorrido estético entre el soft metal y el glam rock –en ese híbrido llamado metal glam que nos hacía gritar en los 90– siempre fue coherente. Fue un chico guapo y moríamos por eso: era guapísimo y rebelde, pero a la vez romántico –dice Etcheves, que llegó a ser vicepresidenta del club de fans local–. Pero también fue un joven guapo, y hoy es un señor guapo. Nunca hizo pavadas. Ahora, por ejemplo, dejó de teñirse y tiene canas (los medios lo comparan con Richard Gere). Él es una estrella que sabe que sus fans somos como ‘las nenas’ de Sandro. No busca gente nueva. Sigue hablándonos a nosotras, sus nenas, a través del tiempo”.
Esa es la gran clave de su inquebrantable vínculo con sus seguidoras: desde que fundó su banda, en 1983, Bonjo siempre le cantó a su generación y a la inmediatamente posterior. “Aunque me lleva diez años, siempre lo sentí cercano porque sus canciones eran sobre las cosas que me pasaban: la graduación, el sexo adolescente… Y cuando creció le siguieron interesando las mismas cuestiones que a mí. Siempre habló de lo que sentía”.
Y lo mismo ocurre hoy, dice quien lo siguió por más de tres décadas en escenarios de todo el mundo “vestida de novia de Bon Jovi”, con bandanas, botas de cowboy o polainas. “Hoy es un señor de 60 que ayuda a sus hijos con los ‘chivos’ en Instagram del vino que producen. Y en sus redes confirma lo que los fans percibíamos. Obvio que en todas partes en donde lo vi siempre dice que está en su ciudad favorita, con su mejor público. Pero la verdad es que Bonjo ama a todo su público, y en Instagram genera conversación aunque no la necesite, porque le sobran followers: pide fotos de viejos recitales, retuitea y responde los mensajes porque lo disfruta. A mí todavía no me respondió, pero yo igual le escribo y espero, soy su Kathy Bates”, se ríe en alusión al mítico personaje de la actriz en Misery (1990), de Stephen King –su otro gran ídolo–, la escritora de bestsellers como Errantes, Cornelia, La hija del campeón y La Virgen en tus ojos.
La ex presentadora de TN arriesga una teoría: “Hay dos tipos de famosos. Están los que disfrutan de la fama y los que les pesa el agobio de no poder caminar o ir al cine sin ser asediados. Hay gente como Mirtha Legrand a la que le gusta y se entrega a su público. Yo creo que a Bonjo también. Siempre le gustó, y las redes le dan la oportunidad de cosechar lo que sembró, de decir: ‘¡Wow!, toda esa gente que yo veía de a miles desde el escenario ahora están acá, a un click de distancia’. Siempre supo hacer todo lo que a las chicas nos gusta. Y también lo hace en sus posteos: se ríe de sí mismo; cuenta cómo si antes corría un escenario entero, ahora ya no llega a la mitad; o dice, ‘¡Cuánto pelo tenía acá, miren lo flaco que era!’. De nuevo, son las cosas que también nos van pasando a nosotras”.
Un ejemplo de cómo sus intereses y su música maduraron con él es su compromiso con el partido Demócrata, al que, si bien no está afiliado, ha acompañado con shows en giras de campaña, como en el caso de los candidatos John Kerry (2004) y Hillary Clinton (2009). También hizo durante la pandemia una canción (”Do what you can”, esa cuyas estrofas completó el público en una creación colaborativa) para honrar a los que hicieron que el mundo siguiera funcionando, como el personal de salud y los trabajadores de servicios públicos.
Además de entregar comidas gratuitas desde JBJ Soul Kitchen, el restaurante comunitario en Nueva Jersey donde la gente paga solo si puede y lo que puede –con dinero o voluntariado–, y que es una de las naves insignia de la fundación que creó en 2006 para “apoyar a la comunidad a romper el círculo de la pobreza y la falta de techo”.
“Él se mete con los temas que importan”, dice Etcheves, que lo vio tocar por última vez en Lima en octubre de 2019, en una gira latinoamericana que no llegó a la Argentina, y se quedó con las ganas de verlo en el Madison Square Garden junto a Bryan Adams –”Mi vida entera en un escenario”, dice–, en un recital que se canceló por la pandemia, al igual que su última gira por Florida, en octubre pasado, cuando el cantante dio positivo de covid.
Ella también es la misma chiquita que se fascinó con “You don’t know me” (1984) en casa de su mejor amiga de la infancia, en Brasil, y la adolescente que se calzaba las botas y la bandana para buscar en los kioscos revistas de rock como Tela que hablaran de su ídolo, o se enteraba de las novedades en la radio en tiempos sin Internet, y la que hoy se sorprende yendo a recitales donde el público son “señoras de 50″. Y eso es lo más hermoso, dice Florencia: “Todas fuimos creciendo con él”.
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