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Redacción Prensa Mercosur
Las cosas han cambiado desde octubre de 2005 en Clichy-sous-Bois, el suburbio al norte de París que fue el epicentro (pero también podría decirse punto de ignición) de las revueltas que hicieron saber al mundo que en las afueras de las principales metrópolis francesas vivían millones de personas excluidas no solo de la prosperidad de la sexta economía más grande del mundo, sino de la divisa bien exportada de “Libertad, igualdad y fraternidad”.
Ahora una estación de tranvía sirve para llegar a la ciudad desde el centro de la capital y las fachadas de los edificios que se levantan a lado y lado del corredor férreo con pasto bien cuidado ya no parecen estar desmoronándose.
Apenas a 100 metros de la estación, subiendo la colina que lleva al cuartel de bomberos municipal, 50 voluntarios del colectivo Aclefeu entregan víveres a las familias necesitadas de Clichy y varias de las ciudades vecinas. A la primera distribución tras el comienzo del confinamiento el pasado 17 de marzo vinieron unas 250 personas. En las semanas siguientes llegaron a ser más de 500 y como el número no paraba de crecer se hizo necesario que una patrulla de la Policía Municipal ayudara a mantener el orden en una fila que empieza desde las 7 de la mañana, cuatro horas antes de que el centro juvenil acondicionado para hacer las entregas abra las puertas.
La explicación cabe en cuatro palabras: “La gente tiene hambre”, dice Mohamed, coordinador de Aclefeu.
“En 2005 ya denunciábamos las injusticias y desigualdades que existen desde hace 40 años. La vivienda precaria, la discriminación hacia quienes viven en el área que dificultaba la búsqueda de empleo y la falta de servicios de salud. Todo eso que hoy, por culpa de la crisis sanitaria, se ha convertido de nuevo en un tsunami que nos explota en la cara”.
En el departamento de Seine Saint-Denis, limítrofe por el norte con París, en el que está ubicada Clichy, residen 1,6 millones de personas. Alrededor de un 10 % de los activos, dos puntos más que el promedio nacional, están desempleados y un 28 % de la población vive bajo el límite de pobreza. Es el porcentaje más alto de Francia.
“Las administraciones locales y las redes asociativas ayudan a paliar el problema”, dice Mehdi Brigaderne, secretario municipal a cargo de las políticas urbanas, “pero muchos de los voluntarios son personas mayores que tuvieron que aislarse incluso antes del confinamiento. Luego, la gente que tenía contratos precarios o trabajaba al día perdió los ingresos y empezó a recurrir a esas estructuras que no daban abasto. El cierre de las escuelas nos puso frente a otra realidad: si muchos alumnos comen es porque tienen los restaurantes escolares y sin ese servicio la comida comenzó a escasear”.
En la fila hay varias familias que han venido con sus hijos. También personas mayores. No todo mundo lleva tapabocas, que en Francia no solo no es obligatorio, sino que se consiguen difícilmente. Los voluntarios explican en francés y en árabe la importancia de mantener la distancia en la fila.
“Desde el cierre de las escuelas estábamos a punta de pasta y arroz”, comenta una de las mujeres que espera.
Un hombre asevera que desde que comenzó la crisis no volvieron a llamarlo para su puesto de vigilante. Su permiso de residencia vencía en abril y, aunque el gobierno declaró que los plazos se extendían, su patrón no quiso llamarlo más. Lo acompañan sus niños de 3, 5 y 6 años. Su esposa aún tiene trabajo, como cajera en un supermercado. Él no puede dejarlos solos en la casa.
“Mi hija acababa de comenzar a trabajar y la suspendieron”, aclara Maria Gomes, nacida en Francia e hija de inmigrantes portugueses. “Pensé que podía sostenernos, pues así vivíamos antes, pero todos los supermercados están aumentando los precios y la plata dejó de alcanzarme. Hoy en día la caridad es nuestra única posibilidad de comer una fruta o verdura”.
Como la mayoría de los franceses, nadie en Clichy espera un regreso a la normalidad a partir del próximo lunes, cuando empieza un desconfinamiento que el gobierno ha advertido podría ser transitorio. Más aún, nadie parece estar pensando en ello. “La preocupación es el día al día”, dice una mujer en la fila que no quiere decir su nombre. “Eso ya era así antes. Ni siquiera sabemos si se podrá enviar a los niños al colegio”.
En Clichy-sous-Bois, a diferencia de cerca de 300 municipios de la región parisina que han anunciado que desacatarán las órdenes del gobierno nacional de abrir de nuevo las escuelas, el regreso a clases será, en teoría, posible. Brigaderne comenta que la administración está trabajando para abrir tan pronto como las condiciones lo permitan.
“Tal vez no será la educación perfecta, pero es lo único que podemos hacer y se lo debemos a esos jóvenes que no quieren seguir perdiendo oportunidades de reducir la desigualdad y a esos padres que, a pesar de estar encerrados en apartamentos diminutos con tres, cuatro o más niño, han tenido un comportamiento ejemplar durante estos meses”. dice.
El regreso a clases busca también limitar las tensiones dentro y fuera de los hogares. En las últimas semanas se ha constatado un alza de la violencia intrafamiliar y han ocurrido enfrentamientos entre patrullas de policía y grupos de jóvenes en los suburbios vecinos. Los locales, sin embargo, consideran que el regreso de los padres al trabajo y de los hijos a los centros escolares no puede ser el único principio para evitar la tremenda crisis social que seguirá a la que tal vez ha sido la peor crisis sanitaria de la historia.
Varias asociaciones han solicitado, por ejemplo, un moratorio en los arriendos para la vivienda de interés social. Temen que, a la segunda, tercera o cuarta ola de la epidemia, le siga una ola de expulsiones de quienes no pueden pagar el arriendo.
“Las familias no tienen ahorros ni recursos para retomar de cero. Son gente digna y honrada, pero viven con lo justo y estar en la casa representa un alza en los servicios. Un mes o dos sin entradas y con más gastos va a crearles deudas que los van a acompañar por años”, comenta Mechmache, quien, sin embargo, quisiera ser optimista. “O tal vez el después será mejor y no solo veremos las consecuencias que la pandemia va a dejar en los suburbios, sino también las causas que explican que la pandemia nos haya golpeado tan duro. Ojalá podamos tener los mismos derechos a la educación, el empleo y la salud que existen en ese resto del país que solo se acuerda de nosotros cada vez que las cosas se ponen feas”.
Foto: RFI.webp- El Espectador.com

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